18 diciembre 2024
CRÓNICAS

Cosas del lejano oeste

Cuando era mucho más joven que ahora, y cuando digo mucho es mucho de verdad, atrás del mango me iba a una ciudad del interior cercana a la frontera donde cambiaba mi vida urbana a una semirrural.

Cuando llegué el encargado del negocio se iba para Europa a pasear con su familia me dijo de ahora en adelante sos vos.

Efectivamente era yo solo contra el mundo.

Me llegó un paisano, de esos negros cachaza, que caminaba todo desarmado, tenía todo el teclado medio desarmado, algo así como de la mil uno, uno cero cero uno, tal era la distribución de los dientes.

Pero zonzo para nada, era apaisanado o se hacía el apaisanado para pasarla mejor.

Me dijo que quería un vale con descanso.

Me salía humo de la cabeza con todo lo que había estudiado esa bolilla no la había tenido, dejando jugar la imaginación y sin decir para nada en ningún momento no sé, porque me hubiera quemado en el boliche el negro a la segunda caña.

Lo fui llevando con la conversación, para sacar en limpio lo que el hombre quería del contexto, efectivamente quería una plata y que por noventa días no se le cobraran los intereses.

De ahí en más el cuerpo fue tomando un descanso.

Escuchaba la radio de Treinta y Tres donde pasaban el aviso de una Tienda y los telegramas, “a Fulano de tal que voy en el ómnibus de las 4 de la mañana, espérame en el carretero con el tubiano ensillado”.

“A Perengano, que baje al pueblo que se le murió la madre”.
No estoy exagerando para nada.

Faltaba el grito de alerta

Ahora hasta el perro tiene celular y hay repetidoras hasta en los bañados.

Por la mañana estaba desesperado por recibir el diario y me iba al puesto y mi fiel empleada Aurelia, me decía, patrón no vaya que todavía no gritó el loco Ramón.

Efectivamente cuando la Onda daba la vuelta por el pueblo para llegar a la Plaza, donde estaba el Banco República, el Juzgado de Paz, la Comisaría y los dos o tres boliches, había un loco que siempre estaba sentado en un umbral de piedra sobre una puerta ciega y cuando veía venir la Onda por el bajo, saltaba y gritaba que se las pelaba el loco Ramón.

Entonces rumbeaba para el kiosco a comprar los cigarrillos para todo el día y El País.

Temprano en la mañana veía desde la cama un cabeza de pelego, o cabeza de tricota, como le dicen a los que tienen mota alta o mota dormida y sabía que tenía que levantarme porque esa gente había venido en la Colt de las 4 a.m. y tenía que despacharlos rápido para que se la pudieran tomar de vuelta y no tener que hacer una noche de pensión.

Una vez vino un viejito ciego, con su lazarilla de toda una vida, su esposa y el hombre no podía firmar hubo que solicitarle a un testigo que firmara por él (es válido) y arregló su asunto.

A la vuelta, como a la semana, el viejito y su lazarilla volvieron a traerme un canasto de damajuana lleno de huevos, para tener una atención por haber hecho firmar por él.

Por la noche

En esa época los corderos no valían nada, no pagaban ni el flete y todas las semanas me venía con dos corderos carneados en la valija del auto.

El viaje de vuelta, con el olor a grasa, se ponía espeso, porque un ratito vaya y pase, pero tres horas con el olor a grasa de oveja metido en la nariz, no era changa.

De noche al principio me iba a comer al boliche, que era restaurante, lugar de timba, porque timbeaban a todo lo que fuera con cartas, al billar, a las bochas.

Pero la cosa de ir a comer el asado, aparte de que carneaban fiero, porque como el municipio les cobraba lo mismo por un ternero que por un ganado viejo y pesado, faenaban pesado.

Esa grasa amarilla y la carne se ponía arisca para dejarse cortar a pesar de que los cubiertos eran aquellos de fierro que los afilaban en la piedra, pero era la última batalla del bicho contra uno.

Asimismo, uno llegaba y venía la vuelta de fulano, que estaba con otros parroquianos en el mostrador escabiando, para retribuir, habiendo tomado una caña, mandaba la vuelta que eran seis o siete copas de un saque.

Pero cuando uno quería acordar y si no era medio rápido para liquidar la copa, terminaba teniendo una collera de copas, una atrás de la otra.

Preparando el fuego

Al día siguiente tenía que trabajar, pero el dolor de cabeza era duro y se me había alivianado el cinto.

Opte, por pedirle a Aurelia que me comprara en la carnicería un par de costillas redondas y gruesas y en una parrilla que había en la estufa de leña me las hacía a mi gusto.

El grave problema era prender la leña, que no se cómo hacen afuera, pero el monte está al lado y la leña siempre viene recontra verde.

Una vuelta tuve que hacer el fuego con marlos de choclo, no me pude separar de las chuletas desde que empecé hasta que terminé.

Una vuelta, estaba con un tal Marianito, el diminutivo se lo deben de haber puesto de puro hereje que era y el hombre decretó que teníamos que ir a los quilombos de otro pueblo.

Salimos cinco o seis en mi auto, cuando vi las lamparitas rojas en las puertas de los ranchos me avivé que ahí eran.

El quilombo de campaña es muy divertido, porque sirven alcohol abierto, se baila y uno puede estar ahí viendo las barrabasadas que hacen los clientes mamaditos y es un verdadero show.

Mala bebida, mal whisky

Después se apartan con una de las pupilas y van a cumplir con el débito.

Acompañaba para no quedar mal con los muchachos, me servían un Mansión House, un whisky brasileño, que había que ponerle muchísimo hielo y hacer como que uno tomaba y no tomar.

Estábamos dos o tres en la pieza, con el policía y un menor chico.
Hasta que el milico se avivó que éramos caras extrañas y le dio salida.

Una de las pupilas estaba pasadita de copas y de kilos y para usar el baño, cosa que no había en la pieza, sino en los yuyos de afuera, pero noche cerrada, cumplió, a oscuras por pudor, sus funciones fisiológicas líquidas en el balde y cometió la torpeza de sentarse en el baldo el que se desbocó y se dio vuelta cayendo la doña sentada arriba de sus propios orines.

Una cerdada total, acto continuo nos fuimos todos para las casas.
Con los alcoholes que se toman en la frontera, uno puede apreciar por qué hay tanto loco en la vuelta.

La farra de la Onda era cuando estaba hinchado el arroyo y se tiraba a pasar igual, con el agua a la altura de media rueda y cuando llegaba al lugar donde vendría a ser la sucursal de la empresa, abrían las bodegas y el agua corría para la calle, de la ropa de las valijas mejor no contar.

Que todo sea para bien…

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