Siglo de los venenos
Los lectores que deseaban temas de vampiros, en este relato y en el del próximo viernes encontrarán sangre y muerte, hasta para empachar a dichos animales y llenar varios cementerios.
El siglo XVII fue en Francia el siglo de los venenos.
Los principales protagonistas de los hechos se encuentran entre la marquesa de Brinvilliers y la marquesa de Montespan, favorita del rey Luis XI.
Llamada Marie-Madeleine d’Aubray nació el 2 de julio de 1630 en una honorable familia y llegó a ser la marquesa de Brinvilliers.
Sus primeros pasos en la vida ya fueron escandalosos pues, según su confesión, a los 7 años ya hacía el amor con sus dos hermanos.
En 1651 se casa con Antoine Gobelin, marqués de Brinvilliers, poco aparente pero de buen carácter y rico.
El marqués de Brinvilliers adoraba el juego y las mujeres.
Para consolarse su esposa se buscó varios amantes, empezando por el preceptor de sus hijos, y algunos más no conocidos y un capitán de caballería llamado Gaudin de Sainte- Croix.
El marqués de Brinvilliers estaba al tanto de las correrías de su esposa y no se hizo ningún problema en ser cornudo por obra y gracia de un hombre que le parecía muy simpático.
Pero el padre de la marquesa, Antoine Dreuxd’Aubray, que no decía nada mientras las aventuras de su hija no trascendían públicamente, no estaba dispuesto a admitir su hija exhibiéndose en forma escandalosa del brazo del capitán a la vista de todo París.
En síntesis relajo pero con orden.
Dreuxd’Aubray, el padre de “la femme a toutfait”, que entre otros cargos era teniente civil de la ciudad de París, obtuvo una orden de detención contra Sainte-Croix, que fue encerrado en la Bastilla.
Sin saberlo, por tal hecho, había firmado su propia sentencia de muerte, pues en la cárcel Sainte-Croix, que era aficionado a la química, se encontró con un italiano llamado Exili que conocía los secretos de los venenos.
La prisión de Sainte-Croix duró sólo seis meses, pasados los cuales, se encontró de nuevo con su amante, con la que concibió un plan: envenenar al padre de ésta.
No podía hacerse de forma rápida porque hubiera despertado sospechas.
La buena hija haciendo gala de un hipócrita cinismo, se dedicó a cuidar enfermos en un hospital de París.
Nuestros enfermeros del Maciel y la Española no inventaron nada nuevo, porque en este mundo y en esta materia está ya todo inventado.
Los enfermos al principio se mostraban agradecidos a la dama de la alta sociedad que los atendía y que cuidaba de ellos hasta su muerte, pero sin sospechar que lo que hacía la Brinvilliers era experimentar en ellos los efectos del veneno que le pensaba dar a su padre.
No se sabe cuántas fueron las víctimas las que morían entre atroces sufrimientos y agonías.
Tomó para ello a un criado de nombre Gascón.
Por ocho meses le fueron dando el veneno al padre en pequeñas dosis para que fuera declinando no tan rápidamente en su salud y la muerte pareciera natural.
Su hija, con aparente devoción, lo cuidaba y le daba tazas de caldo en las cuales había echado el veneno.
El enfermo a su final sintió grandes dolores de estómago con vómitos y murió a los 66 años de edad, después de haber hecho testamento por el que repartía su fortuna a sus hijos.
Madame de Sévigné escribe: “Los más grandes crímenes son una tontería comparándolos con esos ocho meses para matar a su padre recibiendo todo su cariño, a lo que ella correspondía doblando la dosis”.
Este éxito la llevó a continuar en su tarea.
La víctima escogida fue su marido.
Quería ser viuda para casarse con Sainte-Croix, pero no estaba en los planes de éste el casamiento con tal mujer, sino sólo usarla.
Su marido correspondía al veneno que la marquesa le administraba con una dosis de contraveneno, de manera que cinco o seis veces estuvo a punto de morir y cinco o seis veces sobrevivió.
Con grandes y graves penalidades pudo salvar la vida.
De todos modos el desgraciado descubrió rápidamente la clase de mujer con la que se había casado.
Tomó precauciones hasta el punto de hacerse servir lo que tomara por un lacayo contratado a tal fin, el cual tenía orden de no dejar acercarse a nadie a sus botellas.
También intentó envenenar a su hermana Teresa, que se escandalizaba de su vida privada, pero no llegó a concretarlo.
Cosa que sí logró en las personas de sus dos hermanos Antonio y Francisco.
Cada vez necesitaba más dinero puesto que el que había heredado de su padre se estaba terminando.
De acuerdo con Sainte-Croix, hizo que entrase al servicio de sus hermanos un tal Jean Hamelin que se encargó de envenenarlos.
La primera tentativa fue un fracaso, puesto que la dosis suministrada era demasiado grande y se notó su gusto en el vino. Pero las otras veces fueron acompañadas por el éxito, a los 37 años de edad, Antonio moría envenenado.
Los médicos le hicieron la autopsia pero no encontraron rastros de veneno.
Cinco meses más tarde, la muerte del otro hermano Francisco hizo concebir dudas a mucha gente, pero la Brinvilliers ya gozaba de la totalidad de la fortuna dejada por su padre.
En esto Sainte-Croix murió y, aunque parezca increíble, de muerte natural. La marquesa cuando se enteró de la muerte de su cómplice exclamó solamente:
-¡La cajita!
¿De qué se trataba?
La Brinvilliers sabía que Sainte- Croix conservaba en una caja las cartas que le había escrito, así como varios pagarés en los que la marquesa reconocía deber dinero a cuenta de la herencia de su padre y de sus hermanos.
El criado de la marquesa se presentó en el domicilio de Sainte-Croix para apoderarse de la famosa cajita, pero la policía ya había sellado el piso.
Cuando se enteró de ello, la Brinvilliers dijo que el difunto tenía dinero suyo y que debía recogerlo.
En presencia del juez fueron levantados los sellos del piso y en una habitación se encontró un laboratorio químico y sobre la mesa un rollo de papel con la inscripción “Mi confesión”.
Creyendo que se trataba de algo relacionado con la religión se acordó quemar el documento, con lo que la Brinvilliers se creyó en parte salvada.
Pero junto a la famosa cajita había una nota de Sainte-Croix en la que se decía que se la entregasen a la marquesa de Brinvilliers, “dado que todo lo que contiene le concierne y le pertenece sólo a ella”.
Teniendo en cuenta que la policía no hacía ninguna pesquisa, sino solamente un inventario de los bienes y efectos del difunto, no hubiese pasado nada si no llega a ser que el criado de la Brinvilliers, que estaba citado para declarar, creyendo que se había abierto la misteriosa cajita, huyó de París.
Las sospechas por fin se centraron en la marquesa, pero no se atrevieron a detenerla, lo que aprovechó la Brinvilliers para escapar.
Dos semanas más tarde la policía detenía al criado; éste, sometido al tormento, confesó haber asesinado a Antonio y Francisco, los hermanos de la marquesa, por lo que fue condenado a muerte.
En el mismo proceso se condenaba también a la marquesa de Brinvilliers a ser decapitada.
Pero ésta se había instalado en Londres.
El embajador francés en Inglaterra pidió la extradición de la marquesa, que tuvo tiempo de huir y refugiarse en Lieja.
Un año estuvo escondida, en un convento y, al parecer, llena de remordimientos, empezó a redactar una confesión en donde mezclaba sus crímenes y sus pecados.
De todos modos la policía francesa, enterada del refugio que se había buscado, se apoderó de ella con la ayuda de las autoridades españolas y la condujo a París.
Durante el camino, la Brinvilliers intentó varias veces suicidarse tragando una cantidad de alfileres o trozos de vidrio que había roto con los dientes.
De nada le sirvió, pues entre los papeles que se le habían ocupado estaba la famosa confesión.
Su proceso duró veintidós días, durante los cuales hizo gala de altivez, audacia, desprecio y tozudez frente al tribunal y en relación a sus crímenes.
Pero después de ser condenada a muerte pidió un confesor, tras lo cual declaró públicamente sus crímenes.
En la plaza de Greve fue decapitada y su cuerpo quemado.
Madame de Sévigné escribió a su hija; “Por fin se ha terminado, la Brinvilliers está en el aire, su pobre cuerpecito después de la ejecución fue tirado a una gran hoguera y sus cenizas esparcidas al viento de manera que la respiraremos y por la comunicación de pequeños espíritus nos inficionará algún humor venenoso que nos dejará a todos asombrados”.
Sin saberlo, fue profeta.
Un año después de acontecido lo relatado estallaba otro drama tan importante que en Francia es llamado por antonomasia el Drama de los Venenos.
Lo cual lo veremos el próximo viernes o un viernes alterno.
Es linda la historia de la marquesa Brinvilliersy si ya alguien la conocia creo que es bueno saber siempre mas o recordarla.