A 40 años del golpe III
Con este artículo que reproduce la ponencia de Valentín Enseñat –hijo de detenido desaparecido- en la mesa 10, “VIVENCIAS Y TESTIMONIOS DE LA DICTADURA. LA COTIDIANIDAD DEL TERRORISMO DE ESTADO”, realizada el martes 25 de junio en la IMM damos por finalizada la serie sobre los 40 años del golpe de estado en nuestro país.
Por una cuestión de tiempo y espacio no podemos publicar todo lo dicho y expresado en las mesas redondas. Hemos intentado hacer una síntesis publicando una ponencia de un historiador sobre los antecedentes y el comienzo del cambio político que nos llevó hasta la dictadura; la semana pasada publicamos el testimonio de una ex presa política y hoy terminamos con el testimonio de un hijo de detenido desaparecido.
Por Iara Bermúdez y Waldemas García
Creemos que todo el programa fue de gran interés, pero que por la cantidad de actos simultáneos y por los horarios en que se realizaron muchos de ellos solo unos pocos privilegiados pudieron asistir a la mayoría de ellos. Esperamos que ese material, que nosotros no podemos publicar esté a disposición de quien lo necesite para investigar o estudiar las diferentes opiniones y vivencias de los que fueron protagonistas o de quienes estudian e investigan ese período de gobierno dictatorial.
La mesa 10, “VIVENCIAS Y TESTIMONIOS DE LA DICTADURA. LA COTIDIANIDAD DEL TERRORISMO DE ESTADO” la integraban además de Valentín Enseñat, de quien publicamos a continuación su ponencia, como coordinador: Enrico Irrazabal y como panelistas: Sonia Mosquera, Eduardo Vaz, Alicia Migliaro, Aldo Martín y Joaquín Baison.
“Pensando en el titulo de esta mesa, se me cruzaron varias preguntas. La primera vinculada a ¿Cómo desde el lugar de hijo de desaparecido podía testimoniar o intentar reseñar las vivencias, mis vivencias de un período en el que yo era apenas nacido? A esta, la reflexión que le siguió fue ¿Cuál es la importancia que puede tener hoy el intentar transmitir lo vivido en un contexto derivado del terrorismo de estado?
A partir de estas dos interrogantes o inquietudes es que surgen las reflexiones siguientes.
Sin dudas, los efectos del terrorismo de estado no pueden acotarse al tiempo de vida que tuvo lugar el mismo. Como la palabra misma revela, los efectos son toda consecuencia, eco o acto ulterior, o al decir del diccionario: lo que se deriva de una causa.
En este sentido, no cabe dudas que el terrorismo de estado marcó fuertemente a lo que se denomina segunda generación, y hoy en día seguramente podamos también hablar de las afecciones que alcanzan a la tercera generación.
Pero en esta oportunidad estamos hablando de vivencias en tiempos de terrorismo de estado, y de estas relacionadas con la cotidianidad, entonces la pregunta que se replantea es ¿cómo podemos decodificar nuestras vivencias en lo cotidiano aquellos que estábamos ahí, intrauterinamente, o siendo bebes, niños, adolescentes? Y otra vez… persistentemente encadenada a esta, la pregunta de ¿qué importancia tiene en lo personal y en lo social conocer y dar a conocer esto?
Pareciera que cuando hablamos de las vivencias de un tiempo pretérito, estuviésemos dando cuenta de una experiencia subjetiva que tiene permanencia en nosotros sólo a través de la memoria.
Pero, que sucede cuando dichas vivencias subjetivas aluden a hechos que no fueron experimentados de manera cabalmente consciente por quien las vivió y además refieren a hechos de una dramática y connotada realidad social y política que al día de hoy sigue presente en su condición de tema pendiente y de importancia no del todo asumida. Quizás en estos casos corremos riesgo de delegar nuestra propia narrativa en quienes pensamos son sus legítimos narradores, es decir las generaciones anteriores. Haciendo así, que nuestras construcciones identitarias siempre inconclusas, queden supeditadas a la posibilidad o a la imposibilidad de nuestros antecesores en asumir, procesar y transmitir sus propias historias. Creo que en este último punto se encuentra lo que considero un problema, algo así como un “malentendido trans-generacional” o “conflicto de jurisdicciones generacionales”. Porque sucede que las historias de nuestros padres y sus compañeros conllevan intrínsicamente parte constitutiva de nuestras propias historias. Lo cual no significa que lo que nos es propio deje de pertenecernos, al tiempo que también debemos entender desde ambos márgenes que existen territorios de nuestras historias que no se rigen en términos de propiedad o pertenencia, sino que más bien sólo se convierten en transitables en el diálogo de ida y vuelta, en la búsqueda conjunta.
Muy lindas las palabras pero, ¿cómo se hace? ¿Cómo hacemos para extender las vivencias particulares más allá de la categoría de recuerdos, traumas o estériles subjetividades?
Es decir ¿cómo hacemos para que lo pasado y sus derivaciones permeen activa, consciente y positivamente nuestro presente? ¿No es acaso esa nuestra obligación, a partir del momento que entendemos como importante ver lo que nos sucedió?
¿Alcanza en lo personal con dar testimonio, rearmar la cronología de los hechos, la investigación histórica, los procesos terapéuticos? ¿Alcanza en lo social, que otro cuente, que la educación lo incluya en sus programas, que se erijan memoriales o políticas reparatorias, instituciones de derechos humanos, incluso procesos de justicia?
Cómo se integra individual y socialmente lo padecido, de modo que sea un motor e insumo insoslayable en nuestras proyecciones de futuro.
Pienso que un punto de apoyo importante es la distinción que realiza Todorov y que retoma Elizabeth Jelin, entre “memoria literal” y “memoria ejemplar”.
De nada servirá que reconstruyamos, rememoremos, reivindiquemos nuestro pasado si no actualizamos su sentido, re-significándolo. La memoria nunca se puede reducir a la repetición del mero dato, la memoria debe ser el aglutinante de los distintos elementos constitutivos de nuestra identidad y a la vez fuerza transformadora que transversalice y oficie de puente entre las generaciones.
Esto implica, en el sentido que veníamos señalando anteriormente, que las nuevas generaciones puedan reinterpretar o reelaborar lo acontecido fuera de su propio tiempo de manera que ellos mismos puedan re-posicionarse en relación a su presente mas allá de las circunstancias reinantes, conscientes de que somos seres que nos reconocemos en comunidad no sólo mirando hacia los costados sino también hacia atrás y hacia adelante.
Pero repito por si no logro ser claro, esta necesaria apropiación de la memoria por parte de las nuevas generaciones será la culminación de un proceso trans-generacional e inter-generacional del que ellos serán los protagonistas fundamentales. ¿Por qué? Porque el sentido último de este diálogo es conferir a los que vienen un legado histórico social que es intrínsicamente transformador y emancipador, un legado que no debe venir en cofre sellado sino como argamasa pura.
Les propongo un juego mental: ¿Qué sucedería si hoy Gavazzo entra a nuestras casas? Claro, es bastante inverosímil, Gavazzo está preso, ya no existe la OCOA, ni es jefe de operaciones del SID, no estamos en dictadura, no hay movimientos revolucionarios que pongan en peligro el orden establecido. ¿Pero no será justamente la calma que nos proporciona este tipo de certezas las que nos lleva muchas veces a relacionarnos con cierta liviandad con nuestro pasado? A terminar desvinculando, casi sin querer, lo que nos pasó con lo que nos está pasando, al punto de que la relación existente entre nuestro padecer y nuestro acontecer parece insondable. Seguramente esa distancia que tomamos muchas veces con nuestras vivencias dolorosas responda a un mecanismo necesario de preservación, pero ¿qué pasa cuando esos mecanismos legítimos en la individualidad se vuelven discurso político, sentido común, política de Estado? ¿No asistimos en estos tiempos a una confusión de este tipo?
Me animo a decir que la memoria de nada sirve si no es por su potencia emancipadora y transformadora en lo individual y en lo colectivo, por esto, cada vez que ella nos convoque asumamos la responsabilidad de no amputarle su razón de ser. Y que con ella logremos que nuestros hijos puedan quizás no saber con precisión quien fue Gavazzo, pero que si sepan reconocer el despotismo, la brutalidad, la mezquindad, lo humanamente inaceptable en cualquiera de las formas que estos se presenten”.
La memoria es importante como dice Valentín, sin memoria no hay justicia. Y para que ésta exista debemos continuar en nuestro día a día denunciando y fiscalizando a las autoridades. A 28 años del fin de la dictadura todavía no sabemos donde están la mayoría de los detenidos desaparecidos. Muchos de los criminales, torturadores, violadores, aun no han sido procesados y gozan de total impunidad.
La memoria es importante, hay que saber la verdad de todo lo sucedido, no solo en Uruguay sino en todo el Cono Sur. Para eso se ha de poder investigar, se ha de tener acceso a todos los archivos y se ha de sacar a la luz todo lo que hay escondido aún para que finalmente exista MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA.
Puntuación: ‘ 6 ‘
Continuad!