El Gran Negocio
Por Lorenzo Olivera
Gran razón tenía aquel filósofo de boliche que decía: “Más vale ser joven, estar sano y tener dinero, que ser viejo, pobre y enfermo”.
La medicina y los laboratorios son un gran negocio, y si se practican sin escrúpulos una gran mafia.
No lo digo yo, lo dice una médica como verán más adelante, y muchos más que no lo dicen para que no le pase lo mismo que le pasó a ella.
Les recomiendo que esto lo lea,más aún, si está enfermo, esto habría que difundirlo, pero nadie tiene el valor de hacerle frente a los laboratorios que lucran con la salud de las personas, con la venta de medicamentos forzando a enfermos crónicos a consumirlos, con enfermedades en algunos casos provocadas por ellos mismos o en la imaginación de los propios galenos, entre la fábrica de órdenes médicas, mutuales, la visita periódica se transforma en una entrada fija, en una gotera, con el perdón del señor de la farmacia, de los amigos visitadores médicos, de los regalos a los médicos de pasajes y estadías a los congresos de las distintas especialidades, de las cotosas patentes de invención y de los royalties, y siga la cosa, hasta la mar en coche.
El gran negocio de la medicina.
Recientemente, GhislaineLanctôt, la polémica autora del bestseller mundial “La Mafia Médica”, afirmó en una entrevista: “El sistema sanitario es una verdadera mafia que crea enfermedades y mata por poder y dinero”.
En su libro denuncia el actual sistema sanitario y la corrupción que hay tras el mismo, permitida y amparada por médicos y gobiernos en beneficio de las grandes empresas farmacéuticas y en detrimento de los ciudadanos.
De ahí que propugne la vuelta a la soberanía individual sobre la salud como forma de acabar con esa mafia.
GhislaineLanctôt ha ejercido la Medicina durante 27 años.
Ahora no ejerce… aunque quisiera. Hace ocho años le retiraron la licencia de médica por publicar “La Mafia Médica” (Ed. Vesica Piscis). Este libro contiene una descripción exhaustiva del “sistema de enfermedad” -y no sanitario- que actualmente existe.
Medicina significa negocio
La autora de “La Mafia Médica” acabó sus estudios en 1967, una época en la que -como ella misma confiesa- estaba convencida de que la Medicina era extraordinaria y de que antes del final del siglo XX se tendría lo necesario para curar cualquier enfermedad. Sólo que esa primera ilusión fue apagándose hasta extinguirse.
Comenzó a observar que no todas las personas respondían a los maravillosos tratamientos de la medicina oficial. Además en aquella época entró en contacto con varios “terapeutas alternativos” que no tuvieron problemas en dejarla ver lo que hacían. Y llegó pronto a la conclusión de que las medicinas no agresivas son más eficaces, más baratas y tienen menos efectos secundarios. En la Facultad nadie le había hablado de esas terapias alternativas no agresivas.
Luego empezó a cuestionarse cómo era posible que se tratara de charlatanes a personas a las que ella misma había visto curar y por qué se las perseguía como si fueran brujos o delincuentes. Por otra parte, como médica había participado en muchos congresos internacionales -en algunos como disertante- y supo que todas las presentaciones y ponencias que aparecen en tales congresos están controladas y requieren obligatoriamente ser primero aceptadas por el “comité científico” organizador, designado generalmente por quién financia el evento: la industria farmacéutica. ¡Si hoy son las multinacionales las que deciden hasta qué se enseña a los futuros médicos en las facultades y qué se publica y expone en los congresos de medicina! El control es absoluto.
Darse cuenta del control y de la manipulación a la que están sometidos los médicos -y los futuros médicos, le hizo entender claramente que la Medicina es, ante todo, un negocio. La Medicina está hoy controlada por las obras sociales públicas o privadas. En cuanto alguien tiene una obra social pierde el control sobre el tipo de medicina al que accede. Ya no puede elegir. Es más, las empresas determinan el precio de cada tratamiento y las terapias que se van a practicar. Por eso, si miramos detrás de las empresas de medicina privada o de la seguridad social… encontramos lo mismo: El poder económico.
Es el dinero quien controla totalmente la Medicina. Y lo único que de verdad interesa a quienes manejan este negocio es ganar dinero. Y esto se logra haciendo que la gente esté enferma… o por lo menos que se siente enferma, porque las personas sanas no generan ingresos. La estrategia consiste, en tener enfermos crónicos que tengan que consumir todo tipo de productos paliativos, es decir, para tratar sólo síntomas; medicamentos para aliviar el dolor, bajar la fiebre, disminuir la inflamación… pero nunca fármacos que puedan resolver una dolencia. Eso no es rentable. La medicina actual está concebida para que la gente permanezca enferma el mayor tiempo posible y compre medicamentos; si es posible, toda la vida.
Un sistema de enfermedad
El llamado sistema sanitario es en realidad un sistema de enfermedad. Una medicina que sólo reconoce la existencia del cuerpo físico y no tiene en cuenta ni el espíritu, ni la mente, ni las emociones. Y que además trata sólo el síntoma y no la causa del problema. Se trata de un sistema que mantiene al paciente en la ignorancia y la dependencia, y al que se estimula para que consuma fármacos de todo tipo.
De manera oficial, el sistema está al servicio del paciente pero, en la realidad, el sistema está a las órdenes de la industria que es la que mueve los hilos y mantiene el sistema de enfermedad en su propio beneficio. Se trata, en suma, de una auténtica mafia médica, de un sistema que crea enfermedades por dinero y por poder.
El médico es -muchas veces de forma inconsciente- la correa de transmisión de la gran industria. Durante los 5 a 10 años que pasa en la Facultad de Medicina el sistema se encarga de inculcarle unos determinados conocimientos y de cerrarle los ojos a otras posibilidades. Posteriormente, en los hospitales y congresos médicos, se les refuerza en la idea de que la función del médico es curar y salvar vidas, de que la enfermedad y la muerte son fracasos que debe evitar a toda costa y de que la enseñanza recibida es la única válida. Además se les enseña que el médico no debe implicarse emocionalmente y que es un “dios” de la salud.
La medicina científica está enormemente limitada porque se basa en la física materialista de Newton: tal efecto obedece a tal causa. Y, por ende, tal síntoma precede a tal enfermedad y requiere tal tratamiento. Se trata de una medicina que además sólo reconoce lo que se ve, se toca o se mide y niega toda conexión entre las emociones, el pensamiento, la conciencia y el estado de salud psíquica. Y cuando se la importuna con algún problema de ese tipo le cuelga la etiqueta de “enfermedad psicosomática” al paciente y lo envía a su casa tras recetarle ansiolíticos y psicotrópicos.
La medicina convencional sólo se ocupa de hacer desaparecer los síntomas, salvo en lo que a cirugía se refiere, los antibióticos y algunas pocas cosas más, como los modernos medios de diagnóstico, da la impresión de curar pero no cura. Simplemente elimina la manifestación del problema en el cuerpo físico pero éste, tarde o temprano, resurge.
Las llamadas medicinas alternativas o no agresivas, son una mejor opción porque tratan al paciente de forma holística y lo ayudan a sanar… pero tampoco curan. Cualquiera de las llamadas medicinas alternativas constituyen una buena ayuda pero son sólo eso: complementos. Porque el verdadero médico es uno mismo. Y cuando uno es consciente de su soberanía sobre la salud deja de necesitar terapeutas. El enfermo es el único que puede curarse. Nadie puede hacerlo en su lugar. Laauto sanación es la única medicina que cura. La cuestión es que el sistema trabaja para que olvidemos nuestra condición de seres soberanos y nos convirtamos en seres sumisos y dependientes.
Las autoridades políticas, médicas, mediáticas y económicas lo permiten y los gobiernos no acaban con este sistema de enfermedad, costosísimo porque quizás no saben que todo esto está pasando… pero es difícil de aceptar porque la información está a su alcance desde hace muchos años y en los últimos veinte años son ya varias las publicaciones que han denunciado la corrupción del sistema y la conspiración existente. También podría ser que no pueden acabar con ello… pero también resulta difícil de creer porque los gobiernos tienen el suficiente poder. Por otro lado también se podría pensar que no quieren acabar con el sistema.
La mafia médica
A diferentes escalas y con distintas implicaciones, la industria farmacéutica, las autoridades políticas, los grandes laboratorios, los hospitales, las empresas de medicina privada, las agencias reguladoras de los medicamentos, los colegios de médicos, los propios médicos, la Organización Mundial de la Salud (OMS) forman parte del perverso sistema de salud que nos envuelve.
La OMS es la organización que establece, en nombre de la salud, la “política de enfermedad” en todos los países. Todo el mundo tiene que obedecer ciegamente las directrices de la Organización Mundial de la Salud. No hay escapatoria. De hecho, desde 1977, con la Declaración de Alma ATA, nadie puede escapar de su control.
Esta declaración dio a la OMS los medios para establecer los criterios y normas internacionales de práctica médica. Se desposeyó así a los países de su soberanía en materia de salud para transferirla a un gobierno mundial no elegido cuyo “ministerio de salud” es la OMS. Desde entonces “derecho a la salud” significa “derecho a la medicación”. Así es como se han impuesto las vacunas y los medicamentos a toda la población del planeta.
¿Quién podría dudar de las buenas intenciones de la Organización Mundial de la Salud? Sin embargo, hay que preguntarse quién controla a su vez esa organización a través de la ONU: el poder económico.
Las organizaciones humanitarias también dependen de la ONU, es decir, del dinero de las subvenciones. Y, por tanto, sus actividades están igualmente controladas. Organizaciones como Médicos sin fronteras creen que sirven altruistamente a la gente pero en realidad sirven al mismo sistema.
Hoy día a los investigadores se les “orienta”. Los disidentes son encarcelados, maniatados y reducidos al silencio. A los terapeutas “alternativos” se les tilda de locos, se les retira la licencia o se les encarcela también. Los productos alternativos rentables han caído igualmente en manos de las multinacionales gracias a las normativas de la OMS y a las patentes de la Organización Mundial del Comercio. Las autoridades y sus medios de comunicación social se ocupan de alimentar entre la población el miedo a la enfermedad, a la vejez y a la muerte. De hecho, la obsesión por vivir más o, simplemente, por sobrevivir ha hecho prosperar incluso el tráfico internacional de órganos, sangre y embriones humanos. Y en muchas clínicas de fertilización en realidad se “fabrican” multitud de embriones que luego se almacenan para ser utilizados en cosmética, en tratamientos rejuvenecedores, etc. Eso sin contar con que se irradian los alimentos, se modifican los genes, el agua está contaminada, el aire envenenado…
Es más, los niños reciben absurdamente hasta 35 vacunas antes de ir a la escuela. Y así, cada miembro de la familia tiene ya su pastillita: el padre, el Viagra; la madre, el Prozac; el niño, el Ritalin.
Y todo esto, ¿para qué? Porque el resultado es conocido: los costes sanitarios suben y suben pero la gente sigue enfermando y muriendo igual.
Las autoridades mienten
Las autoridades mienten cuando dicen que las vacunas nos protegen, mienten cuando dicen que el sida es contagioso y mienten cuando dicen que el cáncer es un misterio.
Con respecto a las vacunas, la única inmunidad auténtica es la natural y ésa la desarrolla el 90% de la población antes de los 15 años. Es más, las vacunas artificiales suprimen por completo el desarrollo de las primeras defensas del organismo y pueden presentar riesgos evidentes; a pesar de lo cual se oculta. Por ejemplo, una vacuna puede provocar la misma enfermedad para la que se pone. ¿Por qué no se advierte? También se oculta que la persona vacunada puede transmitir la enfermedad aunque no esté enferma. Asimismo, no se dice que la vacuna puede sensibilizar a la persona frente a la enfermedad. Aunque lo más grave es que se oculte la inutilidad constatada de ciertas vacunas como las de enfermedades como la tuberculosis y el tétanos (vacunas que no confieren ninguna inmunidad), la rubéola (de la que el 90% de las mujeres están protegidas de modo natural), la difteria (que durante las mayores epidemias sólo alcanzaba al 7% de los niños a pesar de lo cual hoy se vacuna a todos), la gripe y la hepatitis B (cuyos virus se hacen rápidamente resistentes a los anticuerpos de las vacunas).
Las innumerables complicaciones que causan algunas vacunas están suficientemente documentadas; por ejemplo, la muerte súbita del lactante. Por eso hay ya numerosas protestas de especialistas en la materia y son miles las demandas judiciales que se han interpuesto contra los fabricantes. Por otra parte, cuando se examinan las consecuencias de los programas de vacunaciones masivas se extraen conclusiones esclarecedoras: en primer lugar las vacunas son caras y le suponen a los Estados un gasto de miles de millones de dólares al año. Por tanto, el único beneficio evidente y seguro de las vacunas… es el que obtiene la industria. Además, la vacunación estimula el sistema inmune pero, repetida la vacunación, el sistema se agota.
La vacunación incita a la dependencia médica y refuerza la creencia de que nuestro sistema inmune es ineficaz. Aunque lo más horrible es que la vacunación facilita los genocidios selectivos pues permite liquidar a personas de cierta raza, de cierto grupo, de cierta región… Sirve como experimentación para probar nuevos productos sobre un amplio muestrario de la población y es un arma biológica potentísima al servicio de la guerra biológica porque permite intervenir en el patrimonio genético hereditario de quien se quiera.
La teoría de que el único causante del Sida es el VIH o Virus de la Inmunodeficiencia Adquirida es falsa. Ésa es la gran mentira. La verdad es que tener el VIH no implica necesariamente desarrollar sida. Porque el sida no es sino una etiqueta que se “coloca” a un estado de salud al que dan lugar numerosas patologías cuando el sistema inmune está bajo. Por lo tanto tener sida no equivale a una muerte segura. Las autoridades nos imponen a la fuerza la idea de que el sida es una enfermedad causada por un solo virus a pesar de que el propio LucMontagnier, del Instituto Pasteur, co-descubridor oficial del VIH en 1983, reconoció ya en 1990 que el VIH no es suficiente por sí solo para causar el sida. Otra evidencia es el hecho de que hay numerosos casos de sida sin virus VIH y numerosos casos de virus VIH sin sida. Por otro lado, aún no se ha conseguido demostrar que el virus VIH cause el sida, lo cual es una regla científica elemental para establecer una relación causa-efecto entre dos factores. Lo que sí se sabe, sin embargo, es que el VIH es un retrovirus inofensivo que sólo se activa cuando el sistema inmune está debilitado.
Investigaciones de eminentes médicos indican que el VIH fue creado mientras se hacían ensayos de vacunación contra la hepatitis B en grupos de homosexuales. Y todo indica que el continente africano fue contaminado del mismo modo durante campañas de vacunación contra la viruela. Claro que otros investigadores van más lejos aún y afirman que el virus del sida fue cultivado como arma biológica y después deliberadamente propagado mediante la vacunación de grupos de población que se querían exterminar.
Ya en el congreso sobre sida celebrado en Copenhague en mayo de 1992 los “supervivientes del sida” afirmaron que la solución entonces propuesta por la medicina científica para combatir el VIH, el AZT, era absolutamente ineficaz. Hoy eso está fuera de toda duda. Pues se puede sobrevivir al sida… pero no al AZT. Este medicamento es más mortal que el sida. El simple sentido común permite entender que no es con fármacos inmunodepresores como se refuerza el sistema inmunitario. Mire, el sida se ha convertido en otro gran negocio. Por tanto, se promociona ampliamente combatirlo porque ello da mucho dinero a la industria farmacéutica.
El llamado cáncer, es decir, la masiva proliferación anómala de células, es algo tan habitual que todos lo padecemos varias veces a lo largo de nuestra vida. Sólo que cuando eso sucede el sistema inmunitario actúa y destruye las células cancerígenas. El problema surge cuando nuestro sistema inmunitario está débil y no puede eliminarlas. Entonces el conjunto de células cancerosas acaba creciendo y formando un tumor. Cuando se descubre un tumor se le ofrece de inmediato al paciente, que elija entre tres: amputarlo (cirugía), quemarlo (radioterapia) o envenenarlo (quimioterapia). Ocultándosele que hay remedios alternativos eficaces, inocuos y baratos.
Y después de cuatro décadas de “lucha intensiva” contra el cáncer, la situación en los propios países industrializados nos indica que la tasa de mortalidad por cáncer ha aumentado. Ese simple hecho pone en evidencia el fracaso de su prevención y de su tratamiento. Se han despilfarrado miles de millones y tanto el número de enfermos como de muertos sigue creciendo.
Hoy sabemos a quién beneficia esta situación. A quién la ha creado y quién la sostiene. En el caso de la guerra todos sabemos que ésta beneficia sobre todo a los fabricantes y traficantes de armas. Bueno, pues en medicina quienes se benefician son los fabricantes y traficantes del “armamento contra el cáncer”; es decir, quienes están detrás de la quimioterapia, la radioterapia, la cirugía y toda la industria hospitalaria.
La mafia, una necesidad evolutiva
Si un pez cómodamente instalado en su pecera tiene agua y comida todo está bien pero si le empieza a faltar el alimento y el nivel del agua desciende peligrosamente el pez decidirá saltar fuera de la pecera buscando una forma de salvarse. La mafia médica nos puede empujar a dar ese salto individualmente. Eso sí, habrá mucha gente que preferirá morir a saltar. Para dar ese salto es preciso un nivel de conciencia determinado. La información que antes se ocultaba ahora es pública: que la medicina mata personas, que los medicamentos nos envenenan, etc. Además, el médico alemán RykeGeerdHamer ha demostrado que todas las enfermedades son psicosomáticas y las medicinas no agresivas ganan popularidad.
Probablemente en poco tiempo todo el mundo se dará cuenta ya de que cuando va al médico va a un especialista de la enfermedad y no a un especialista de la salud. Dejar a un lado la llamada “medicina científica” y la seguridad que propone para ir a un terapeuta es ya un paso importante. También lo es perder la obediencia ciega al médico. El gran paso es decir no a la autoridad exterior y decir sí a nuestra autoridad interior. Tenemos miedo a no acudir al médico. Pero es el miedo, por sí mismo, quien nos puede enfermar y matar. Nos morimos de miedo. Esa es la realidad.
Los medios de comunicación pueden contribuir a la elevación de la conciencia en esta materia informando sin intentar convencer. Decir lo que saben y dejar a la gente hacer lo que quiera con la información. Porque intentar convencerlas sería imponer otra verdad y de nuevo estaríamos en otra guerra. Se necesita sólo dar referencias. Basta decir las cosas. Luego, la gente las escuchará si resuenan en ellos. Y si su miedo es mayor que su amor por sí mismos dirán: “Eso es imposible”. En cambio, si tienen abierto el corazón escucharán y se cuestionarán sus convicciones. Es entonces, en ese momento, cuando quieran más, cuando se les puede dar más información.
La mafia farmacéutica. Peor el remedio que la enfermedad
El mercado farmacéutico mueve unos 200.000 millones de dólares al año. Un monto superior a las ganancias que brindan la venta de armas o las telecomunicaciones. Por cada dólar invertido en la fabricación de un medicamento se obtienen mil en el mercado. Y las multinacionales farmacéuticas saben que se mueven en un terreno de juego seguro: si alguien necesita una medicina, no va a escatimar dinero para comprarla. Este mercado, además, es uno de los más monopolizados del planeta, ya que sólo 25 corporaciones copan el 50 por ciento del total de ventas. De ellas, las seis principales compañías del sector –Bayer, Novartis, Merck, Pfizer, Roche y Glaxo- suman anualmente miles de millones de dólares de ganancias. Hay que destacar , además, que todos los grandes grupos farmacéuticos son también potencias de las industrias química, biotecnológica o agroquímica.
Merck, uno de los gigantes farmacéuticos que se vio obligado a retirar del mercado a una de sus estrellas, el anti inflamatorio Vioxx (rofexocib), cuya venta le reportaba 2.500 millones de dólares al año. Debida a los riesgos cardiovasculares que producía.
Hipocráticos hipócritas
Hace tiempo que es vox pópuli el hecho de que los laboratorios acosan a los médicos para que éstos receten con exclusividad sus productos. Un acoso nada incómodo para los profesionales de la salud, ya que por aceptarlo se llevan no pocos beneficios. Lamentablemente hoy en día son una gran mayoría los médicos que de buen grado se dejan caer en las redes de este soborno. Incluso puede observarse, cuando alguien va a atenderse a un consultorio, de qué manera los doctores dejan de lado por varios minutos la atención a sus pacientes para dar preferencia a la recepción, en medio de los turnos, de trajeados visitadores médicos llevando en las valijas no sólo sus promociones, sino también los regalitos de rigor. Una acusación apuntó, con nombres y apellidos, nada menos que a 4.400 médicos de toda Italia y a 273 dirigentes y empleados del grupo británico Glaxo Smith Kline (GSK), uno de los líderes mundiales del sector, cuya sede italiana se encuentra en Verona. Las investigaciones se llevaron a cabo en el período 1999-2002, y las acusaciones van desde soborno y corrupción hasta asociación delictiva en el caso de algunos dirigentes de Glaxo en Italia.
Los métodos de captación de los profesionales utilizados por Glaxo incluían viajes a lugares paradisíacos, relojes de oro, computadoras personales y dinero en efectivo. En algunas conversaciones telefónicas interceptadas por los investigadores en 2003, algunos vendedores de Glaxo se jactaban del aumento en las ventas logrado gracias a los sobornos.
Una buena muestra de que la codicia de la industria farmacéutica ha convertido la enfermedad en un negocio. En el caso antes apuntado, contando con la complicidad de médicos que ningún favor le hacen a su otrora noble profesión, manchando el juramento de Hipócrates y convirtiéndolo en un código de hipócritas.
Bayer, mucho más que una aspirina
Seguramente el grupo farmacéutico más poderoso es Bayer . Una empresa presente en todos los países del mundo que opera en la misma sintonía de colegas suyos como Monsanto y Dow Chemical, multinacionales químicas que también abarcan el rubro farmacéutico. La historia de la compañía alemana Bayer, con su sede central en la ciudad de Leverküsen, se remonta al siglo XIX, cuando nació como IG Farben, y está colmada de hechos aberrantes, pero claro, “de eso no se habla”, y teniendo como toda multinacional con trapos sucios quien se los lave y contando además con 400 parlamentarios en su país, tanto regionales como nacionales, que antes pasaron por las filas de la empresa y continúan brindándole fidelidad. Esta multinacional, que también se identifica con agentes de guerra química, con innumerables insecticidas y venenos caseros, ha trabajado en muchas oportunidades estrechamente con dictadores y criminales de guerra.
Al final del siglo XX y tras una investigación de nueve meses, Bayer fue hallada responsable de la muerte de 24 niños en la remota aldea andina de Taucamarca, en Perú, al ingerir en su desayuno alimentos envenenados con el pesticida metil-paratión, en tanto otros 18 sufrieron daños en su salud y en el desarrollo a largo plazo. El pesticida, un organofosforado que era comercializado por la compañía con el nombre de Folidol, era vendido a pequeños agricultores en toda la zona andina peruana, la mayoría de ellos analfabetos y que solamente hablan en idioma quechua. Bayer empaquetaba ese pesticida –un polvo blanco semejante a la leche en polvo y sin olor a químicos- en pequeñas bolsas plásticas, etiquetadas en español y con el dibujo de un vegetal, en tanto las etiquetas no ofrecían ninguna información de seguridad, ni siquiera en pictogramas, que pudieran ser interpretadas por los habitantes de las aldeas. Un informe del Congreso peruano concluyó en que Bayer debería compensar a las familias afectadas, y éstas iniciaron en octubre de 2001 una acción judicial contra la empresa y su subsidiaria Bayer-Perú, alegando que debieron tomar medidas para prevenir el mal uso de un producto extremadamente tóxico dada la preeminencia de idiomas indígenas en el interior de Perú. Sin embargo, dos días después de iniciada la acción legal el juez de la Corte Superior de Lima desestimó la demanda por “cuestiones de procedimiento” y concluyó sumariamente, e ilegalmente, que los demandantes “no habían planteado de manera adecuada el caso sustancial”. Otra muestra del poder de una multinacional, en este caso quizás presionando o comprando a un juez. El caso es que las familias apelaron esa sentencia ilegal y, por lo que se supo hasta ahora, aguardaban la fijación de una nueva audiencia, mientras acusan además al ministerio de Agricultura peruano de no hacer aplicar las normas sobre pesticidas, dado que en ese país es común la venta sin control de pesticidas de “uso restringido”, como el que causó la muerte de esos 24 niños.
El gran negocio
La globalización ha permitido que se desarrolle una nueva forma de poder, la farmacocracia, capaz de decidir qué enfermedades y qué enfermos merecen cura. Es así como el 90 por ciento del presupuesto dedicado por la industria farmacéutica para la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos está destinado a enfermedades que padece sólo el 10 por ciento de la población mundial. Un tercio de ésta carece de cuidados médicos adecuados. La codicia de las multinacionales del sector, los aranceles, las trabas burocráticas y la corrupción de los propios gobiernos de los países empobrecidos hacen posible que más de 2.000 millones de personas se vean privadas de su derecho a la salud.
Según la OMS, millones de personas en África, Asia y América Latina sufren las llamadas “enfermedades olvidadas”, como el dengue hemorrágico, la filiasis linfática, la oncocercosis, la enfermedad del sueño o el mal de Chagas, que afectan a 750 millones de personas y acaban con la vida de medio millón cada año. Enfermedades causadas generalmente por parásitos, transmitidas por medio de agua insalubre o por picaduras de insectos; pandemias que caen en el olvido porque sólo afectan a las comunidades más pobres; y víctimas que no cuentan con el dinero suficiente para acceder a un tratamiento o una medicación adecuada.
El caso del SIDA es un ejemplo claro de la diferencia que se da a unas enfermedades o a otras, según el nivel adquisitivo de quienes las padecen. En sus comienzos fue una enfermedad mortal de la que pocos habían oído hablar, pero cuando pasó a afectar a personas de los países desarrollados con capacidad para hacerse escuchar, asociarse y reclamar su derecho a la salud, las multinacionales farmacéuticas desarrollaron medicamentos que convierten al SIDA en una enfermedad crónica y no mortal.
Aún así, más de cinco millones de personas mueren cada año por el HIV y la mayoría de los enfermos –nueve de cada diez infectados viven en países empobrecidos- no pueden pagarse los tratamientos adecuados.
La vacuna contra el SIDA bien podría llevar años encerrada bajo llave en la caja fuerte de alguna multinacional farmacéutica. Para ninguna de ellas sería rentable comercializarla, sobre todo teniendo en cuenta que las personas más expuestas a esta enfermedad no podrían pagarla y que los enfermos de los países desarrollados ya pagan importantes sumas de dinero para su tratamiento. Este es uno de los abundantes capítulos que pueblan el particular código de “ética” de los grandes grupos químico-farmacéuticos.
Fuentes de Información: El gran negocio de la medicina
Todos curran pero la diferencia es que si sube la yerba dejas de tomar mate y listo, no te pasa nada pero si no podes tomar tus medicamentos te moris.