Cómo funciona el clan Golfo
También conocidos como los Urabeños o las Autodefensas Gaitanistas, esta banda criminal, a pesar de su poder, ha sufrido duros golpes por parte del Gobierno colombiano en los últimos años. Sobre su máximo jefe, alias Otoniel, hay una recompensa de hasta 5 millones de dólares por su paradero
Controlan más de la mitad de la droga que sale de Colombia, tienen un ejército de unos 1.500 hombres y operan en un centenar de municipios donde son la máxima autoridad. Es el Clan del Golfo, el cartel narco más grande y poderoso de Sudamérica.
También conocidos como los Urabeños o las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, esta organización criminal es liderada por Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, el hombre más buscado en el país cafetero por quien las autoridades ofrecen una recompensa de hasta 5 millones de dólares: vivo o muerto.
El cartel fue heredado por Otoniel y su hermano Juan de Dios Úsuga, alias Giovanni, tras la captura de Daniel Rendón Herrera, Alias Don Mario, en el 2009. Rendón Herrera fue miembro de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y cercano a los hermanos Castaño Gil.
Tras algunas disputas con otros grupos paramilitares en los Llanos Orientales, Don Mario se refugió en el 2006 en Urabá, una zona que era controlada por su hermano Fredy Rendón Herrera, alias el Alemán, quien comandaba el Bloque Elmer Cárdenas de las AUC y que en ese momento se encontraba en pleno proceso de desmovilización con su ejército durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.
Don Mario formó un grupo armado con los disidentes del Bloque Elmer Cárdenas que no se acogieron al proceso de paz y con antiguos guerrilleros de la zona. Rápidamente tomó el control de la región del Urabá, ubicada en el noroeste de Colombia en la frontera con Panamá, una zona estratégica para el control y el tráfico de cocaína por sus salidas al océano Pacífico y al mar Caribe y de difícil acceso para la fuerza pública por la espesura de su selva.
Para Otoniel, que venía del Bloque Centauros de las AUC en los Llanos Orientales junto a Don Mario, de quien era hombre de confianza, fue fácil establecerse en el Urabá, de donde era oriundo: en 1971 nació en el municipio costero de Neclocí.
Otoniel lo único que supo hacer en la vida, y que hace, es la guerra: en 1987, a los 16 años, ingresó a las filas de la guerrilla Ejército Popular de Liberación (EPL), donde operó en distintas zonas, sobre todo en el Urabá. Más tarde, colaboró con las FARC y luego entró en disputa con ellas. Esto lo llevó a pasarse al bando contrario, al de los paramilitares, ingresando a las AUC. Allí se ganó el respeto y la admiración de sus compañeros y superiores, por su disciplina y sangre fría.
“El tema con el Clan del Golfo es que ellos finalmente vienen del EPL y es gente que sabe hacer la guerra desde hace rato y está preparada. Al final de cuentas qué hicieron, armarse esos mismos que allí vivían y retomaron lo que dejó las FARC, el EPL y los grupos paramilitares que allí estuvieron”, explica Gustavo Duncan, profesor del Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas de la Universidad EAFIT en Medellín y experto en narcotráfico, mafias y conflicto armado en Colombia.
Daniel Barrera, alias El Loco, ex capo paramilitar extraditado a Estados Unidos, describió a Otoniel como “un animal de monte muy peligroso”. Según Barrera, al capo narco no le tiembla el pulso para asesinar a “niños, mujeres, a todos sólo porque sí”.
Otoniel caracteriza al nuevo narcotraficante colombiano: un hombre alejado de las grandes ciudades, criado en la Colombia rural, en la periferia, y curtido en la guerra.Un hombre que no conoce, o conoce poco, los grandes lujos, la vida glamorosa y las excentricidades que recuerdan a los viejos capos del Cartel de Medellín y de Cali.
A diferencia de los Pablo Escobar o Rodríguez Orejuela, hombres de clase media urbana, que eligieron hacerse narcos, a Otoniel, la propia guerra, su vida de bandolero, lo llevó casi por inercia, casi que por obligación, a hacerse con el control de los territorios y por ende con el negocio de la droga.
Duncan dice que el Clan de Golfo, que hoy controla el narcotráfico y la salida de la droga del país cafetero, antes era un eslabón marginal en la cadena del negocio de la coca porque el tráfico se manejaba, principalmente, desde ciudades como Medellín.
En cambio hoy el negocio es controlado desde la periferia, desde las selvas colombianas, desde lugares donde el Estado tiene una presencia casi nula. La dinámica propia del negocio, tal y como se conocía, cambió.
Cómo opera el Clan del Golfo
El Clan del Golfo prefiere mantener un perfil bajo y evitar las confrontaciones al menos que estas sean necesarias. Las masacres que antes practicaban otros grupos narcoparamilitares no son parte de su accionar, aunque esto no quiere decir que no sean un grupo violento. Los asesinatos ya no son masivos sino selectivos. Aunque también tiene prácticas macabras, como las llamadas “casas de piques” donde asesinan, descuartizan y luego desaparecen a personas.
El grupo narco está compuesto de mandos regionales que están protegidos por fuerzas élite. Ese ejército tiene como principal misión el sometimiento de bandas rivales en zonas de influencia, la protección de los corredores y puertos por donde sale la droga y brindar seguridad a los comandantes o altos mandos.
La estrategia en las zonas urbanas es evitar confrontar a la fuerza pública, por esta razón contratan pandillas y grupos criminales en las ciudades donde les interesa operar, a quienes arman y les dan vía libre para que se queden con partes del negocio que a ellos no les interesa, como el microtráfico de droga y extorsiones a pequeños negocios. De esta manera evitan exponer a sus hombres ante las autoridades, que terminan persiguiendo a jóvenes pandilleros que pueden ser fácilmente reemplazados por otros.
El objetivo principal de la organización es el dominio del negocio de la droga. “El Clan del Golfo tiene laboratorios y el que quiere sacar droga tienes que pagarle a ellos un impuesto. No se puede sacar droga si no es negociando con ellos”, explica Duncan, quien agrega que la banda controla gran parte de los puertos de salida en Colombia que se distribuyen entre la costa Pacífica y la costa Caribe.
Cualquier narcotraficante que quiera sacar droga debe pagar unos $150 dólares por kilo de clorhidrato de cocaína. Y quien ose a traficar sin pagar el tributo correspondiente tiene una sentencia de muerte casi segura.
Por otro parte, tienen como principal aliado para el tráfico de cocaína al violento cártel mexicano de Sinaloa, como lo denunció recientemente el defensor del Pueblo de Colombia, Carlos Negret.
El Clan del Golfo ejerce un control casi total en los municipios donde está asentado. Duncan describe esto como “tecnologías de control” en las que la organización puede extraer rentas de todo tipo en las que hace funciones de Estado.
“En Estados Unidos un narco paga a un policía para que no lo metan preso, pero en Colombia un narco paga a los funcionarios del Estado para que los dejen gobernar un pedazo de la sociedad. Entonces un Urabeño le paga al jefe de policía y este se convierte en la autoridad. Uno es un intercambio político, el otro simplemente es un intercambio criminal. Y la diferencia es abrumadora: cobran impuestos, administran justicia, ejercen como policías”, dice Duncan.
En el 2015, según información de la Policía Nacional, el Gobierno de Juan Manuel Santos dio inicio a la ‘Operación Agamenón’, que busca desmantelar por completo a la banda criminal. Hasta el momento han sido abatidos 14 de sus más importantes miembros y han sido capturadas unas 1500 personas, entre estas 15 familiares de Otoniel entre los que se encuentran su mujer y cuñadas.
Pero antes de que iniciara esta operación, el 31 de diciembre de 2011 el Clan de Golfo sufrió su peor baja: la Policía abatió a alias Giovani y como represalia, Otoniel, dolido por la muerte de su hermano, decretó un paro armado en seis departamentos de Colombia que dejó decenas de muertos y que le demostró al Estado la capacidad y el poder de la banda criminal.
En un paro armado los comercios no pueden abrir y los vehículos y personas no pueden circular por las calles, de lo contrario corren el riesgo de ser asesinados. Además, entre otras de sus estrategias mafiosas replicadas de la época de Escobar, Otoniel decretó un plan pistola: avisó a los sicarios en los territorios donde ejerce control que por cada miembro de la fuerza pública asesinado recibirían unos 700 dólares.
Ante esta demostración de fuerza, el Gobierno de Santos aumentó la presión contra el grupo criminal y cambió su estrategia. En mayo de 2016, el ministro de Defensa lanzó una nueva directiva para que el Clan del Golfo fuera considerado un “grupo armado organizado”. De esta forma el Ejército también podía combatirlos y a través de la Fuerza Aérea bombardear las zonas donde se encuentran.
En agosto de 2017 las fuerzas armadas abatieron a Roberto Vargas, alias Gavilán, que era el segundo al mando del Clan del Golfo. El narco fue sucedido por Luis Orlando Padierma, alias Inglaterra, quien fue abatido tres meses después.
Acorralado y con sus dos hombres más importantes asesinados, Otoniel envió un mensaje al Gobierno el pasado septiembre en el que expresó su deseo de negociar con el Gobierno su entrega. Sin embargo, el presidente Juan Manuel Santos descartó una negociación política como se hizo con la guerrilla de las FARC y habló de un sometimiento a la justicia.
“No hay ninguna posibilidad porque son delincuentes y narcotraficantes”, apuntó en su momento el mandatario colombiano.
En diciembre, el Clan de Golfo, que se autodenomina Autodefensas Gaitanistas de Colombia con el fin infructuoso de darse estatus político y beligerante, anunció un cese unilateral en su página web.
“Declaramos un cese unilateral de acciones militares ofensivas en todo el territorio nacional a partir del trece de diciembre de 2017”, dice parte del comunicado.
El general Jorge Luis Vargas, uno de los oficiales que dirige las operaciones contra el grupo criminal, aseguró que gracias a los golpes que les han propinado la organización tiene problemas de abastecimiento y de pago a sus hombres. El cerco de la fuerzas armadas tiene a Otoniel aislado en la selva colombiana.
A pesar de su poder, el cartel de droga más grande de Sudamérica podría estar a punto de ser desmantelado. Otra opción sería que Otoniel llegue a un principio de oportunidad con la justicia y entregue información sobre rutas, aliados y patrimonio para obtener una rebaja de pena.
“Otoniel viene haciendo la guerra desde el EPL, entonces es un tipo muy viejo en esto y muy experimentado. Si matan a Otoniel o se entrega, la organización puede ser más pequeña, fragmentarse y quedar con menor alcance militar. Si no acaban con Otoniel es peor, porque si los dejas crecer y los dejas que concentren poder tienen un organización armada más grande con una capacidad militar sustantiva. Entonces tienes que desmantelarlo, así como hicieron con los paramilitares”, culmina Duncan.