15 diciembre 2024
MUNDO

Discepolín

El lenguaje de la verdad siempre es sencillo. Y sin adornos. Amiano Marcelino (s IV Roma); Enrique Santos Discépolo

Tengo un gravísimo problema hablar de Discepolín sin transcribir algo de sus tantos es como hablar de las flores prescindiendo de su perfume, pero poner una sola estrofa de uno de su tangos es como largar a los caballos a pastar en el jardín.

Soy de la época del rock’n roll, Elvis Prestley, litlle Richard (Ricardito), Bill Halley y sus cometas, Pat Boone y en los bailes cuando ponían típica, era un castigo y a mí cuando se me cayó una chica que revoleaba por los aires en ese baile acrobático y se me cayó en el medio de la pista, pararon el baile y terminamos a puro tango y alguna milonga, y no me recomendaron que me retirara del local por poquitito.

Soy de la época en que mandaban los mayores, en una palabra, los viejos y nosotros acatábamos bajo protesta, pero acatábamos.

Claro que Discepolín se quedó corto porque estamos en el 2017 y la cosa sigue…

Que el mundo
fue y será una porquería,
Ya lo sé;
En el quinientos seis
Y en el dos mil también;
Que siempre ha habido chorros,
Maquiavelos y estafaos,
Contentos y amargaos
Que el mundo
Valores y dubles,
Pero que el siglo veinte es un despliegue
De malda’ insolente
Ya no hay quien lo niegue;
Vivimos revolcaos en un merengue
Y en un mismo lodo todos manoseaos.

Cuando tuve algo de uso de razón Enrique Santos Discépolo ya estaba muerto.
Recuerdo a su hermano Armando Discépolo, 14 años mayor que Enrique Santos, el que yo siendo ya mayor lo vi dirigir la Comedia Nacional, en el Solís, a la que los estudiantes entrábamos gratis o por monedas y nos cultivábamos en el Uruguay que fue.

Nació en Buenos Aires, 27 de marzo de 1901 – y murió en Buenos Aires,el 23 de diciembre de 1951 fue un compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino.
También era conocido como Discepolín.

No tengo mayormente prejuicios pero Discepolín era peronista y sin embargo era honesto.

Su hermano, Armando Discépolo, fue un destacado director teatral y dramaturgo. Discépolo es recordado especialmente por componer varios de los llamados «tangos fundamentales», o «tangos de oro», entre los que se destacan Yira,yira (1929), Cambalache (1934), Uno (1943), y Cafetín de Buenos Aires (1948), en los que cristalizó la vena lírica del escritor, y que terminaron por brindarle un gran prestigio.

Norberto Galasso, uno de los más reconocidos biógrafos de Discépolo, expresó que su vida «fue un permanente desgarrarse en una sociedad injusta […] solo comprensible en el marco de la sufrida Argentina del siglo XX».
Nació en el barrio porteño de Balvanera y murió en el mismo barrio de un ataque al corazón, 50 años después.
Un tango dice “Oir las campanas del reloj de Balvanera”

Tras fallecer sus padres, su hermano Armando Discépolo, 14 años mayor, se convirtió en su maestro y le descubrió la vocación por el teatro.

Con él dio sus primeros pasos como actor en 1917. En 1918 escribió sus primeras obras de teatro: El señor cura, El hombre solo y Día feriado. En 1923 actuó en la obra Mateo, escrita por su hermano. Prosiguió escribiendo para el género teatral y al mismo tiempo, en 1925, compuso la música del tango Bizcochito y la letra y la música de Que vachaché.
Mantuvo un romance de 24 años con la cantante española Tania.

En 1928 compuso el tango Esta noche me emborracho, popularizado por Azucena Maizani. Más tarde, entre 1928 y 1929, escribió Chorra, Malevaje, Soy un arlequín y Yira-yira, entre otros. Mientras tanto, continuaba actuando con éxito en los teatros de Montevideo y Buenos Aires.

Chorra

Por ser bueno,
Me pusiste a la miseria,
Me dejaste en la palmera,
Me afanaste hasta el color.
En seis meses
Me comiste el mercadito,
La casiya de la feria,
La ganchera, el mostrador…
¡chorra!…
Me robaste hasta el amor…
Ahura,
Tanto me asusta una mina,
Que si en la calle me afila
Me pongo al lao del botón.
¡lo que más bronca me da,
Es haber sido tan gil!
Si hace un mes me desayuno
Con lo qu’ he sabido ayer,
No er’a mí que me cachaban
Tus rebusques de mujer…
Hoy me entero que tu mama
“noble viuda de un guerrero”,
¡es la chorra de más fama
Que ha pisao la treinta y tres!
Y he sabido que el “guerrero”
Que murió lleno de honor,
Ni murió ni fue guerrero
Como m’engrupiste vos.
¡está en cana prontuariado
Como agente ‘e la camorra,
Profesor de cachiporra,
Malandrín y estafador!
Entre todos
Me pelaron con la cero,
Tu silueta fue el anzuelo
Donde yo me fui a ensartar.
Se tragaron
Vos, “la viuda” y “el guerrero”
Lo que me costó diez años
De paciencia y de yugar…
¡chorros!
Vos, tu vieja y tu papá,
¡guarda!
Cuidensé porque anda suelta,
Si los cacha los da vuelta,
No les da tiempo a rajar.

¡lo que más bronca me da,
Es haber estao tan gil!

Entre 1931 y 1934 escribió varias obras musicales, entre ellas, Wunderbar y Tres esperanzas. En 1935 viajó a Europa y a su regreso se vinculó al mundo del cine como actor, guionista y director. Simultáneamente escribió y compuso sus tangos más notables Cambalache (1934), Desencanto (1937), Alma de bandoneón (1935), Uno (con música de Mariano Mores, 1943) y Canción desesperada (1944).

Uno

Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina…
Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor,
sufre y se destroza hasta entender
que uno se ha quedao sin corazón…
Precio de castigo que uno entrega
por un beso que no llega
a un amor que lo engañó…
¡Vacío ya de amar y de llorar
tanta traición!

Si yo tuviera el corazón…
(El corazón que di…)
Si yo pudiera como ayer
querer sin presentir…
Es posible que a tus ojos
que me gritan tu cariño
los cerrara con mis besos…
Sin pensar que eran como esos
otros ojos, los perversos,
los que hundieron mi vivir.
Si yo tuviera el corazón…
(El mismo que perdí…)
Si olvidara a la que ayer
lo destrozó y… pudiera amarte..
me abrazaría a tu ilusión
para llorar tu amor…

Pero, Dios te trajo a mi destino
sin pensar que ya es muy tarde
y no sabré cómo quererte…
Déjame que llore
como aquel sufre en vida
la tortura de llorar su propia muerte…
Pura como sos, habrías salvado
mi esperanza con tu amor…
Uno está tan solo en su dolor…
Uno está tan ciego en su penar….
Pero un frío cruel
que es peor que el odio
-punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor-
maldijo para siempre y me robó…
toda ilusión…

A partir de 1943 en el marco de una campaña iniciada por el gobierno militar que obligó a suprimir el lenguaje lunfardo, como así también cualquier referencia a la embriaguez o expresiones que en forma arbitraria eran consideradas inmorales o negativas para el idioma o para el país incluyó al tango Uno dentro de los censurados para su difusión radiofónica.

Las restricciones continuaron al asumir el gobierno constitucional del general Perón y en 1949 directivos de Sadaic le solicitaron al administrador de Correos y Telecomunicaciones en una entrevista que se las anularan, pero sin resultado. Obtuvieron entonces una audiencia con Perón, que se realizó el 25 de marzo de 1949, y el Presidente –que afirmó que ignoraba la existencia de esas directivas- las dejó sin efecto y Uno al igual que otros muchos tangos pudo volver a la radio.

En 1947, después de una gira por México y Cuba, compuso Cafetín de Buenos Aires (1948). Durante los siguientes años continuó produciendo películas, obras teatrales y tangos, algunos de los cuales fueron estrenados después de su muerte.

Finalmente, el 13 de abril de 1951, estrena y protagoniza su última película como actor, dirigida por Manuel Romero, llamada El hincha. En la que queda inmortalizada su frase célebre en la que describe lo que es un hincha de fútbol.

De ideología peronista, dice Enrique Pichon-Rivière que las dudas que tenía Discépolo sobre el peronismo se incrementaron entre 1950 y 1951 y que “sufría un fuerte conflicto de ambivalencia frente al peronismo, que sentía en su aspecto popular pero rechazaba en algunas de sus acciones”.6 Desde los estudios de la radio, identifico con el apodo de “Mordisquito” a los que consideraba “carneros” de la oligarquía o cipayos, combatiéndolos activamente.

Tania cuenta que Discépolo admitía la censura previa y habitualmente le entregaba al Secretario de Prensa y Difusión Raúl Alejandro Apold una copia del libreto que iba a leer el día siguiente para que se lo aprobara.7 Su participación en ese programa y la defensa del peronismo le trajo el odio de muchos, al punto de comprarle todas las entradas de sus espectáculos a fin de que cuando saliese a escena viera el teatro vacío. Estos hechos de gente a la que consideraba amiga lo llenó de profunda tristeza, lo cual sumado al cáncer que padecía precipitó su fallecimiento en 1951.

Hace unos años, en su ensayo Les Assassins de la Mémoire —un agudo estudio sobre el revisionismo neonazi en la Europa contemporánea—, el escritor francés Pierre Vidal-Naquet reprodujo la letra de “Cambalache”, el tango emblemático de Enrique Santos Discépolo. ¿Una cita descabellada?

¿Acaso un rasgo de exotismo de un intelectual en busca de oxígeno fuera del ámbito de la cultura europea? Según lo confesaría el autor, Discépolo cayó en sus manos a través de unos amigos latinoamericanos. Y él decidió incluirlo en un libro que nada tenía que ver con el tango. La imagen del cambalache como escenario del azar insolente, de la confusión de valores y la desacralización le pareció la más adecuada para sellar su texto de denuncia.

No fue aquella la primera vez que la obra de Discépolo despertó interés en el campo del pensamiento. El español Camilo José Cela lo incluyó entre sus poetas populares preferidos y Ernesto Sábato no ha dudado en identificarse con la filosofía pesimista de quien supo escribir en “Qué vachaché”: «El verdadero amor se ahogó en la sopa».

Muchos años antes de estas reivindicaciones, los poetas lunfardos Dante Linyera y Carlos de la Púa definieron a Discépolo como a un autor con filosofía. Otro escriba de Buenos Aires, Julián Centeya, al reseñar unos de sus filmes, habló de «filosofía en moneditas», a la vez que arriesgaba una analogía —sin duda fanática— entre Discépolo y… Carlitos Chaplin.

A diferencia de otros creadores populares que desplegaron su talento de modo instintivo y un tanto naif, para luego ser reivindicados por futuros exégetas, Discépolo fue siempre consciente de sus aportes. Podría incluso asegurarse que toda su producción artística está articulada por estilo común, un cierto aire o espíritu discepoliano que la gente reconoce inmediatamente, con afecto y admiración, como si su obra —más de una vez definida como profética— expresara el sentido común de los argentinos.

La singularidad de Discépolo sigue inquietando, tanto dentro como fuera del universo del tango. Mientras la mayoría de sus coetáneos hoy suena extraña para las nuevas generaciones, el hombre que escribió y compuso “Cambalache” persiste, está vigente. O para decirlo con una de sus imágenes preferidas: sigue mordiendo.

Enrique se formó viendo teatro de la mano de su hermano Armando, el gran dramaturgo del grotesco rioplatense, y poco después se sintió atraído por las artes popularesy llegó al tango. Como actor, Discépolo evolucionó de comparsa a nombre de reparto, y se recordaría con entusiasmo su trabajo en Mustafá, entre muchos otros estrenos.

Si bien los mundos del teatro y el tango no estaban divorciados en la Argentina de Yrigoyen y Gardel, la decisión de Discépolo de convertirse en un autor de canciones populares fue resistida por el hermano mayor —Armando se había hecho cargo de la educación de Enrique después de la temprana muerte de los padres—, y no puede decirse que las cosas le hayan sido fáciles al debilucho y tímido Discepolín.

Una tibia influencia familiar (Santo, el padre, fue un destacado músico napolitano establecido en Buenos Aires) puede haber sido una primera señal hacia el arte combinado de la organización sonora y la letrística, pero la revelación no fue inmediata. Por el contrario, tanto el insípido “Bizcochito”, su primera composición hecha a pedido del dramaturgo Saldías, como el notable y revulsivo “Qué vachaché”, editado por Julio Korn en 1926 y estrenado en un teatro de Montevideo bajo una lluvia de silbidos, fueron un mal comienzo, o al menos eso se creyó en el Buenos Aires que aclamaba los tangos de Manuel Romero, Celedonio Flores y Pascual Contursi.

La suerte del obstinado autor cambió en 1928, cuando la cancionista Azucena Maizani cantó en un teatro de revistas“Esta noche me emborracho”, un tango de ribetes horacianos (por el Horacio de las Odas) y tópico netamente rioplatense: aquella vieja cabaretera que el tiempo trató con impiedad. Días después del estreno, los versos de aquel tango circularon por todo el país. Los músicos argentinos de gira por Europa lo incluyeron en sus repertorios, y en la España de Alfonso XIII la composición gozó de gran popularidad. Había nacido el Discépolo del tango.

Ese mismo año, la actriz y cantante Tita Merello retomó el antes denostado “Que vachaché” y lo puso a la altura de “Esta noche me emborracho”. Finalmente, 1928 sería el año del amor para un intelectual cargado de inseguridades. Tania, una cupletista española radicada en Buenos Aires que se revelaría como una muy adecuada intérprete de sus tangos, acompañaría a Discépolo el resto de su vida.

En una época en la que la autoría y la composición estaban claramente diferenciadas en el marco de las industrias culturales, Discépolo escribía letra y música, aunque esta última era imaginada con apenas dos dedos sobre el piano, para luego ser llevada al pentagrama por algún músico amigo (generalmente Lalo Scalise). Esta capacidad doble le permitió a Discépolo trabajar cada tango como una unidad perfecta de letra y música.

Con un agudísimo sentido del ritmo y de la progresión dramática, con un gusto melódico impecable (Carlos de la Púa lo definió como un Pulgarcito Filarmónico), Discépolo se las ingenió para hacer de sus breves y muchas veces violentas historias una auténtica comedia humana rioplatense. Abandonó gran parte de la influencia modernista que hacía estragos en otros letristas (Rubén Darío fue el héroe literario de cientos de poetas argentinos, durante muchos años) y tradujo al formato menor de la canción, ciertas ideas dominantes de la época: el grotesco teatral, el idealismo crociano, el extrañamiento pirandelliano.

La proliferación de ideas en cada letra hallaba en el humor socarrón y en el lirismo de la música un cierto equilibro, una compensación sensorial, un modo de decir cosas en y a través del tango. Ningún otro autor llegaría tan lejos.

Desde luego, el hecho de que Carlos Gardel grabara casi todos sus primeros tangos ayudó en gran medida a la difusión y legitimación de Discépolo como autor y compositor de un género lleno de autores y compositores. En ese sentido, la versión gardeliana del 10 de octubre de 1930 de “Yira yira” figura entre los grandes momentos de la música argentina.

La intensidad de la grabación, en la que no hubo recursos teatrales especiales y el cantante evitó todo énfasis innecesario, está dada por la inmediatez de la expresión gardeliana. “Yira yira” fue escuchado e interpretado como una denuncia cargada de escepticismo. El militante ridiculizado en “Que vachaché” vuelve a la carga, pero esta vez respaldado por una crisis material profunda.

Ahora, el engrupido que se resistía a creer que «el verdadero amor se ahogó en la sopa» ocupa el lugar de la voz cínica. Los principios han sido trocados por la realidad. Es el triunfo del descrédito, pero ya sin el cinismo —y mucho menos el grotesco— de unos años antes. El personaje de “Yira yira” confió en el mundo, y este lo defraudó.

Como en otros tangos de Discépolo, la letra cuenta una caída, un desalmado amanecer: ya no hay espacio para el engaño y la impostura. (Desde esta perspectiva, no están del todo equivocados quienes han visto en Discépolo a un moralista decepcionado por la modernidad, aunque tal vez sea mucho más que eso).

2 comentarios en «Discepolín»

  • Gran tanguero y bien recordado por todo el mundo del tango

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