El Dux de Venecia
No es fácil separar lo histórico de lo que hay de novelesco cuando en él interfieren pasiones políticas, odios, amores y secretos de Estado.
En 1354 en Venecia fue elegido como dux el patricio Marino Faliero, que se encontraba entonces lejos de la ciudad.
Faliero tenía setenta y seis años y desde hacía dos estaba casado con una mujer cuarenta años más joven que él.
El nuevo dux, en su viaje de regreso a Venecia, unía así la satisfacción de su nombramiento, con la de volver a reunirse con su bella esposa, de la que hacía un año estaba separado en razón de su cargo de embajador.
Se dice que la noche de su llegada a Venecia pesaba sobre la ciudad una niebla espesísima que impedía la vista a pocos metros de distancia; se afirma que, a causa de ello, la barca que llevaba al nuevo dux al embarcadero equivocó el rumbo dejando al primer magistrado en la piazzeta de San Marcos en lugar de hacerlo en el puesto convenido.
Ignorante del punto exacto en que estaba, Fáliero subió los escalones y penetró en la piazzeta, haciéndolo con tan mala suerte que, sin darse cuenta, pasó entre las dos columnas que allí existen todavía, una rematada con el león de San Marcos y la otra con la imagen de san Teodoro, mal presagio puesto que en aquel lugar se ejecutaban las sentencias de muerte.
Entre las personas que le esperaban figuraba en lugar destacado su esposa, la nueva dogaresa Ludovica.
Se dice que de la bella dogaresa estaba enamorado un patricio llamado Michele Steno.
El caso es que Marino Faliero se encontraba en Venecia con una serie de problemas derivados de la situación política y de su guerra con Génova.
Hacía años que las dos ciudades, rivales en el dominio de los mares, luchaban por la posesión de los consulados que tenían en el próximo Oriente.
El miedo a la flota genovesa fue tan grande en Venecia que se colocó una gran cadena de hierro que cerraba el paso a los barcos que desde el mar entraban en la Laguna pasando por el pequeño estrecho del Lido.
Esta cadena se retiraba hundiéndola en el agua durante el día y elevándola, cerrando el paso, durante la noche y en los días de poca visibilidad.
A todo eso, haciendo caso omiso de la dignidad del dux, Michele Steno, cada vez más enamorado de Ludovica, se mostraba cada vez más impertinente.
La acosaba de tal forma que la dogaresa no se atrevía a salir de palacio sino para ir a San Marcos a oír misa y cumplir sus deberes religiosos.
Como la catedral está adosada al palacio ducal, el trayecto era demasiado corto para que Steno pudiese intentar aproximarse discretamente a la dama de sus sueños.
Pero en esto llegó el Carnaval, tradición intocable en Venecia, que se organizó aquel año haciendo caso omiso de la derrota que la flota veneciana había sufrido a manos de los genoveses en Porto lungo y en la que cinco mil marineros venecianos habían sido hechos prisioneros.
En uno de los bailes celebrados en el palacio ducal, Michele Steno, aprovechando el antifaz que le cubría el rostro, se acercó a Ludovica Faliero y quiso aprovecharse de ella.
Ante la resistencia de la dogaresa, que llamó en su auxilio a unas damas que cerca de ella estaban, Michele Steno huyó, pero antes grabó con su puñal en el trono del dux unos versos insultantes para Ludovica.
Al enterarse de ello, Marino Faliero interrogó a su es¬posa, que no tuvo más remedio que informarle del acoso que estaba sufriendo por parte de Michele Steno.
Indignado el dux, hizo prender al joven patricio, que fue encerrado en el calabozo.
Aquella misma noche se reunió el tribunal de la Quarantia para juzgarle.
Faliero esperaba una condena a muerte o a prisión perpetua, pues el caso era grave tratándose de un insulto directo al dux, pero los miembros del tribunal eran todos patricios parientes o amigos del acusado, al que condenaron sólo a un año de prisión.
El dux se indignó con razón y Ludovica creyó morir de vergüenza por cuanto su nombre andaba ya en todas las bocas, prestas siempre a la murmuración insidiosa.
Cuando Faliero rumiaba todavía su rabia, le visitó el almirante comandante del arsenal, Stefano Ghiazza, que se quejó al dux de la actitud de un rico patricio, Marco Bárbara, que le había ofendido de palabra y obra, y le pidió justicia.
—¿Cómo quieres obtener justicia si yo, el dux, no la he podido obtener?
Ya has visto que el tribunal de la Queratina es un clan formado por patricios que se apoyan unos a otros.
—Demasiada gente manda en Venecia —dijo Ghiazza—. Es necesario hacer un escarmiento.
El que manda debe ser obedecido.
—Es fácil decirio, pero ¿cómo hacerlo?
—Tengo gente dispuesta a ello.
Si tú quieres no habrá en Venecia otro poder que el del dux.
Tal vez por razones políticas, quizá con el ansia de vengar el honor ofendido de su esposa, Marino Faliero formó parte de una conjura para eliminar el poder de los patricios de la Quarantia.
No dijo nada a su esposa para no preocuparla.
Se fijó el golpe de estado para el día quince de abril.
Los conjurados eran tres patricios, el arquitecto de Palacio, unos cuantos militares y unos pocos mercaderes.
Uno de éstos, un marchante de pieles llamado Beltramme, quiso salvar a un patricio, Nicolo Lion, al que debía muchos favores, y le sugirió que al día siguiente no acudiese a la reunión del gran Consejo.
Extrañado Lion, acosó a preguntas a Beltramme, quien acabó confesando toda la conjura.
La reacción de la Quarantia cuando se enteró de la conjura fue fulminante.
Se reunió el Consejo de los Diez, y ordenó al capitán de la guardia ducal que arrestase al dux; inmediatamente se reunió el Consejo de los Diez, que condenó en el acto a Marino Faliero, dux de la Serenísima República de Venecia, a ser decapitado.
La sentencia se cumplió al alba del día siguiente.
Marino Faliero, que había escuchado impávido la sentencia, fue conducido al rellano de la escalera principal del palacio, donde le esperaba el verdugo.
Fue desposeído del manto de oro y del como, símbolo de su dignidad ducal; el primero fue sustituido por un manto negro, y con la cabeza descubierta se arrodilló y rezó por su alma.
Encomendó a Dios a su esposa Ludovica, de la que no le permitieron despedirse.
El verdugo levantó el hacha y la cabeza del dux rodó por el suelo.
Un miembro del Consejo de los Diez la cogió por los cabellos y la mostró al pueblo que se había congregado en la piazza de San Marcos atraída por el movimiento de soldados.
—¡El traidor ha sido ejecutado! ¡Venecia ha hecho justicia!
Los soldados entraron en los apartamentos ducales.
Sin permitir que Ludovica cogiese ni siquiera un manto, casi a rastras la expulsaron de palacio.
Tuvo que pasar por el lugar donde yacía el cadáver decapitado de su marido.
Sus ojos se abrieron y de su boca surgió un grito ininteligible.
Manos piadosas la acompañaron hasta el palacio fami¬liar situado en el Canal Grande y allí, sin salir de él, pasó el resto de su vida hundiéndose cada vez más en los abismos de la locura, hasta que perdió por completo la razón.
Michele Steno fue liberado; se dio cuenta entonces de lo que su insensato amor había provocado.
Continuaba enamorado de Ludovica y, arrepentido de lo que había hecho, sin acercarse al palacio donde ella vivía, cuidó de la ex dogaresa hasta su muerte.
Continuaba estando enamorado y entonces vio que muchas veces el amor no consiste en conquistar sino en sacrificarse. Parece que no tuvo otro amor más que el que conservaba a Ludovica. Consagró su vida al servicio de Ludovica y de Venecia. Intentó rehabilitar el nombre de Marino Faliero, pero no lo consiguió. Cuando murió Ludovico se vistió de luto.
A los sesenta y ocho años fue elegido dux de Venecia y para ser proclamado tuvo que subir las escaleras de palacio y pasar por el rellano en donde había sido decapitado Marino Faliero.
No pudo reprimir un estremecimiento.
Hoy en día, cuando el turista visita en Venecia el palacio de los dux, en la sala del Gran Consejo admira los retratos de los diversos dux allí representados.
Entre ellos hay un espacio en que, sobre un velo negro, se leen estas palabras:
Hieest locus Marini Faletridecapitati pro criminibus.
(Éste es el lugar de Marino Faliero, decapitado por sus crímenes.)