El honor de las putas
Seis mujeres, que reivindicaron el derecho del trabajador argentino, ante el asesinato de aproximadamente 1500 peones de la Patagonia, es el histórico episodio en que prostitutas munidas de escobas le dijeron no a los que se creían que mandaban, en definitiva se alzaron contra los fusiles.
Cinco mujeres con escobas, palos e insultos infligieron la más humillante derrota a un regimiento que acababa de fusilar más de mil personas.
Prostíbulo de la calle Pichincha, Rosario (1932). Foto obtenida sin autorización por el artista Antonio Berni.
Contamos la breve historia de cinco mujeres que fueron seis contando a la dueña del prostíbulo que le propinaron la más humillante derrota al regimiento que acababa de fusilar a más de mil o mil quinientas personas, por supuesto desarmadas, entre ellas chilenos, argentinos y quien sabe quién más, eso si todos peones rurales.
En noviembre de 1920, los peones rurales de la Patagonia, agrupados en la Sociedad Obrera de Río Gallegos (Santa Cruz, Argentina), declararon una huelga en reclamo de una jornada de descanso a la semana, acceder a un lugar limpio donde dormir y un paquete de velas. Semejante desafío durante la época de esquila resultó algo intolerable para los hacendados mayormente británicos, aunque también había criollos, que se atrevían a prosperar en aquellos confines. Ofendidos por la actitud de los peones recurrieron al gobierno argentino quien inmediatamente envió al regimiento del coronel Héctor Benigno Varela para restablecer el orden. El coronel Varela, negoció con ambas partes y obtuvo un principio de acuerdo regresando luego a Buenos Aires.
Peones y obreros frente a la “Sociedad Obrera” de Río Gallegos. La foto corresponde al final de la primera huelga.
No está claro el motivo, pero los hacendados no cumplieron con lo acordado y una parte de los peones resolvió volver a la huelga. Un año después, el coronel Varela regresa a la Patagonia al frente del Regimiento 10 de Caballería, pero ya sin ánimo de negociación. Apenas llega a la provincia de Santa Cruz, el 10 de noviembre de 1921, impone la pena de fusilamiento para todo huelguista o sospechoso de colaborar con ellos. Fue así que los peones dejaron de ser personas para pasar a ser “extranjeros”, “anarquistas”, “insurrectos”, “bandoleros” y “forajidos”. Los pelotones del coronel Varela recorrieron la región deteniendo y fusilando en el lugar a la mayoría de los detenidos. La “cacería” de huelguistas habría durado entre un mes y medio y dos meses, estimándose que habrían fusilado entre mil y mil quinientas personas. Los pocos sobrevivientes de aquella masacre huyeron a Chile o se escondieron en lugares inaccesibles de la solitaria, fría y cruel Patagonia.
Grupo de huelguistas detenidos en Santa Cruz. Se presume que fueron fusilados luego de la fotografía.
Grupo de obreros chilenos detenidos durante la represión en 1921.
Cnel. Héctor Benigno Varela
Cumplida la masacre, mal llamada “pacificación” de la Patagonia, el coronel Varela decidió premiar a sus soldados con una visita a los prostíbulos de la zona. Envía un aviso a “las casas de tolerancia” (eufemismo de prostíbulo) anunciando que prepararan a las “pupilas” para recibir a los soldados que serían enviados por tandas. Paulina Rovira, encargada de la casa de tolerancia “La Catalana” en San Julián, también recibe el aviso. La primera tanda de soldados llegó y comenzó a hacer una ordenada fila frente a “La Catalana”. Sin embargo, pasaba el tiempo y la puerta no se abría. La demora en recibir su premio comenzó a impacientar a la tropa. Reclamaron a viva voz hasta que la puerta se abrió y salió la dueña del prostíbulo, Paulina Rovira, quien dirigiéndose al suboficial a cargo anunció que las mujeres se negaban a atender a los soldados.
La rebelión de las putas
Cuenta el historiador Osvaldo Bayer, autor de “La Patagonia Rebelde”, que el suboficial y los soldados tomaron aquella negativa como un insulto para con los uniformes de la Patria. Intentaron ingresar por la fuerza, pero las cinco mujeres los enfrentaron con escobas y palos al grito de “asesinos” y “nos nos acostamos con asesinos”. También, según explicita el parte policial de la época, “profirieron otros insultos obscenos propios de aquellas mujerzuelas”. Las mujeres fueron detenidas por la policía, pero para evitar que el escándalo se divulgara las dejaron en libertad. Aquellos soldados del 10 de Caballería sufrieron la única y gran derrota a manos de seis mujeres: Consuelo García, de 29 años, argentina, soltera; Ángela Fortunato, 31 años, argentina, casada; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera; María Juliache, 28 años, española, soltera; Maud Foster, 31 años, inglesa, soltera; junto con Paulina Rovira, la dueña del prostíbulo.
Hoy se las considera heroínas patagónicas y con respeto y admiración se las recuerda como “Las putas de San Julián”.
Epílogo
El 27 de enero de 1923, en Buenos Aires, un anarquista alemán de nombre Kurt Gustav Wilckens, arrojó una bomba casera al paso del coronel Héctor Benigno Varela, y le disparó cuatro tiros. La misma cantidad de disparos que el coronel ordenaba pegarle a cada peón rural que era capturado.
Fragmento narrado del episodio de “Las putas de San Julián”, en la obra de Osvaldo Bayer “La Patagonia Rebelde”:
Antonio Soto (8 de octubre de 1897, La Coruña, España) fue uno de los principales dirigentes en las huelgas rurales de la Patagonia Argentina en 1921. Escapó a Chile y vivió en Punta Arenas, hasta su fallecimiento el 11 de mayo de 1963.
La rebelión de las pupilas
La Patagonia amalgama historias de valientes y de cobardes, belleza natural y pobreza inexplicable, leyenda de pioneros y tambien el fusilamiento de 1500 peones llevado adelante por el ejército argentino y que el magnífico Osvaldo Bayer relató en los cuatro tomos de “La Patagonia rebelde”. La obra es aún hoy el trabajo mas exhaustivo sobre lo ocurrido en las huelgas obreras de 1920 y 1921 y que en las escuelas de Santa Cruz no se enseña oficialmente.
Esto es un breve capítulo de esa historia trágica: Las cinco prostitutas o pupilas del prostíbulo “La Catalana” de Puerto San Julián que se negaron a tener sexo con los soldados-fusiladores de obreros y realizaron su propia “huelga”.
El hecho que refiere Bayer en el Capítulo XV del tomo II de “La Patagonia rebelde” ocurrió el 17 de febrero de 1922 y tuvo como protagonistas a cinco mujeres prostitutas o pupilas de prostíbulo que ofrecían sus servicios en “La Catalana” de Puerto San Julián. El mensaje de las mujeres, algunas argentinas otras extranjeras fue claro: no se acostaban con asesinos y fusiladores, y fueron ellas, mujeres sin otra ideología del no asesinarás, las que sacaron corriendo a los soldaditos que hacían fila para evacuar sus humores.
Claro está ellas eran mujeres libres a pesar de su oficio en lo que la Sra. Rovira y los soldados, unos desgraciados, convertidos en máquinas de matar sin conciencia, ni mirar ni siquiera a quién.
Los soldados fueron quienes bajo el mando del temido teniente Varela fusilaron sin piedad a los obreros revelados que habían logrado detener la actividad de los estancieros de Santa Cruz. Según relata Bayer, como modo de premiar a sus hombres después de la matanza, Varela decide regalarles la visita de los prostíbulos, antes que tomaran el barco que los devolvería a la lejana Buenos Aires. Para ese entonces, San Julián, recién se fundaba y era apenas un caserío.
Según cuenta Bayer, no se dejó detalle librado al azar. Los jefes avisaron a las dueñas de los prostíbulos que prepararan a las “pupilas” para recibir a los soldados que empezarían a llegar por tandas. En el caso de San Julián la anoticiada fue Paulina Rovira, la dueña de la “casa de tolerancia” La Catalana. Aún hoy en Santa Cruz, se nombra con ese eufemismo de “casa de tolernacia” a los lugares donde con la vista gorda de las autoridades se ejerce la prostitución. Si bien hoy está clausurado el barrio de prostíbulos de Río Gallegos, durante décadas se lo llamó: “Las Casitas”.
Volviendo a 1922, las cosas no fueron sencillas para los soldados que estaban haciendo fila frente a “La Catalana”. La espera se hacía larga y resurosa doña Paulina Rovira les avisó a los suboficiales, que las mujeres se negaban a atender a los soldados. Se habían rebelado.
Cuenta Bayer “el suboficial y los conscriptos lo toman como un insulto, una agachada para con los uniformes de la Patria. Además, la verdad es que andan alzados. Conversan entre ellos y se animan. Todos, en patota, tratan de meterse en el lupanar. Pero ahí salen las cinco pupilas, con escobas y palos, y los enfrentan al grito de ‘asesinos’, ‘porquerías’, ‘cabrones mal nacidos’. Y- según el posterior protocolo policial- “también otros insultos propios obscenos propios de las mujerzuelas”.
Las bravas mujeres no quisieron ganarse la vida con hombres a quienes ellas les habían perdido el respeto. Los soldados perdieron todo deseo en hacer algo, quedando helados cuando fueron llamados “asesinos”, tal vez recién ahí se dieran cuenta de lo que realmente eran.
Interviene la policía porque en definitiva, era el nombre de la patria el que estaba en juego. Las cinco prostitutas terminan en la comisaría del pueblo. La meticulosa investigación de Bayer determina que la detención no pasó a mayores, porque en definitiva, sólo se trataba de la opinión de cinco mujeres de la noche. Pero lo que mas conmueve es que estas mujeres, sin futuro, fueron las únicas que fueron capaces de gritar la palabra “asesinos” a quienes llevaron adelante la matanza más grande de obreros del país del siglo que recién terminó.
Bayer detalla a partir de los archivos de la comisaría de San Julián de esos tiempos que las mujeres eran según su filiación policial: Consuelo Garcia, argentina, 29 años, soltera, profesión: pupila del prostíbulo La Catalana; Angela Fortunato, argentina 31 años, argentina, casada, modista, profesión: pupila del prostíbulo; Amalia Rodríguez, 26 años, argentina, soltera, pupila del prostíbulo; María Juliache, 28 años, española, soltera, 7 años de residencia en el pais, profesión: pupila del prostíbulo y Maud Foster, 31 años, inglesa, con 10 años de residencia en el país, de buena familia, pupila del prostíbulo.
Quizás, los que no tienen nada que perder, son quienes mas se aferran a lo único que les queda.-
Tomá andá llevando esa es paraaquellos que dicen que los argentinos no tienen huevo.