El Pepito
Había un compañero en la barra de facultad, minuano él, que había recibido un montón de nombretes por su afición a la grappa.
Le decían Moglia, porque entraba al boliche y “doble”, ojo fue por Moglia padre, el gran basquetbolista de Welcome, de la Selección, y empleado de la biblioteca del Palacio Legislativo, que era un encestador nato, pero para Moglia un doble eran dos tantos al basquetball y para Pepito era una grappa doble, o sea un veinte avos de un litro de dicho aguardiente y al igual que Moglia con un doble no se conformaba nunca, sino que se embriagaba encestando copas una tras otra en su garganta.
Se aflojaba el cinturón de los pantalones para que el alcohol le llegara hasta las patas, estando a sus dichos, así tenía más capacidad volumétrica.
Una vuelta, estaba recontra pasado y no sé cómo no se desbordaba porque medía un metro y medio escaso y lo llevaron dos compañeros hasta la casa, vivía en un apartamento en un quinto o sexto piso, por la calle Agraciada, abrieron la puerta con sus llaves, lo pusieron en el ascensor y lo mandaron para el piso de él.
Se quedaron en la vereda mirando para ver si se prendía la luz del dormitorio y al rato vieron que se abría la ventana y el saco caía planeando a la calle, después el chaleco y los pantalones, corbata, y camisa.
Le erró y confundió delirium tremens mediante la manija de la ventana, con la llave de la puerta del ropero y prolijamente tiró todo por la ventana a la calle.
Tuvieron que juntar todas las prendas, tocar timbre y encarar a la madre que salió dormida por unanimidad, ignorante de la aventura rutinaria del hijo y los que le hicieron la gauchada de llevarlo a la casa, el Puchero y el Cotorra quedaron como culpables ante la señora.
Al Puchero oriundo de Colonia del Sacramento, le habían puesto tal apodo, pero estaba apocopado, porque en realidad era “Puchero de Pobre”, puro hueso y pelo.
Al Cotorra le pusieron el nombre del pajarito verde parlanchín, en lo que me es personal, pienso por la forma de su nariz, un tanto similar al ave canora, pero él decía, que en sus tiempos liceales le quiso poner ese sobrenombre a un compañero de clase y este se lo rebotó y quedó siendo el bautizador el bautizado, por el propio bautizado al que no se le pegó el nombrete. Suele ocurrir frecuentemente.
Se había conseguido una changa para él minuano en especial, y todo, que consistía en ir a los boliches de Montevideo y pedir una cerveza y ver cuál era la marca que le servía el mozo, si era Patricia, la Salus contenta, si era de otra marca calculo que vendría otro empleado y lo conversaría al mozo dándole unos mangos extras, por determinada cantidad de tapitas corona de la marca o le ofrecerían al dueño del boliche docenas de a trece o catorce botellas, como hacen en esos boliches que los pintan con los colores de una marca, los llenan de luminosos y de sillas y mesas con avisos de la marca de la bebida y con la condición de que no vendan la de la competencia.
Eso me calienta, porque en vez de competir con calidad sobornan al que trae la mercadería a la mesa, yo pago y el otro elige.
Al Cotorra que era cervecero viejo, ese laburo le vino como anillo al dedo, porque no tiraba las botellas que le pagaba el empleador sino que las pasaba a bodega, o sea una a una, un empleo más ideal para él imposible, era el sueño del pibe, simplemente le pagaban por ejercer el vicio de tomar cerveza.
Pepito era un tipo que siempre lo veíamos con el mismo traje, prolijamente vestido, inclusive cuando tenía algún percance digestivo o alguna revolcada por donde cayera, ya sea barro, agua o caca de perro, (no era la época de la bolsita de Martínez), no se le notaba en la ropa al día siguiente, hasta que caímos en la cuenta que tenía dos o tres trajes exactamente iguales, mandaba a la tintorería de del percance sin que se enterara nadie y en especial su madre.
También le decían Morisqueta, porque después de unas cuantas copas, se le cambiaban grotescamente las facciones y le venía el tal letargo alcohólico, como las boas después de comer su presa.
Recuerdo haberlo visto parado, al lado del mostrador, apoyado con la frente sobre la mano y con el codo en el canto del mismo y por esos vaivenes de la vida y la ley de gravedad, se le zafó el codo y se dio de trompa contra el mostrador, quería pelear con el que le había jugado la mala pasada.
Pero a dios gracias estaba solo, no tenía con quién pelear y si lo tuviera con su fisiquito y el estado etílico lastimoso en que se encontraba hubiera sido para peor, porque como le quedó la cara con el golpe contra el mostrador, el contrincante no encontraría lugar donde pegarle que estuviera sano.
Todos decían que si seguía tomando así, no duraba tres meses. Pronóstico errado duró más de 25 años con el mismo régimen de una mamúa diaria, que empezaba a la mañana y la iba retocando todo el día hasta que rumbeaba para las casas, cuando no había más feligreses en la parroquia de devotos de empinar el codo y mandar la vuelta.
El que no mandaba la vuelta era mal visto y tildado de garronero, claro que a veces la cosa se ponía muy brava porque los parroquianos estaban todos contra el mostrador y cada uno tenía una collera de ocho o nueve copas dobles, haciendo cola para entrar al estómago del destinatario.
Había un boliche, que para evitar líos entre mamados que se tomaran la copa del de al lado, les ponían una ficha de plástico de colores distintos, para evitar broncas.
Las amarillas de aro eran de Fulano, las rojas lisas de Perengano, pero esos no eran de nuestra barra.
Una vez vi revolear un taco de billar contra un consumidor de copa indebida y no le partió la cabeza al confundido porque uno de atrás le agarró el taco.
Pero en esa época en que las broncas de estudiantes contra la policía eran cosa de todos los días, pero era a la vuelta y se armaban buenas cocoas, claro que era cuando, los que te conté, empezaron a empujar el chancho por la bajada, a pesar de que el “Che” había dicho que acá la cosa no estaba como para salir con el fierro.
Nosotros cuando la veíamos fea fea, le abrazábamos a una compañera e íbamos por la calle pasando por al lado de los de la Metropolitana, como rumbeando para una casa de citas que había una cuadra más abajo y cuando llegábamos a la puerta seguíamos de largo.
Pensar que los cubanos le pusieron Che por el modismo que tenemos los rioplatenses en la forma de hablar.
Eso fue antes, pero si les cae un porteño de hoy le ponen “El Viste” o como oí a un locutor español, que apareció entre los participantes de su programa una persona que se identificó como argentino y el locutor con ese gracejo que tienen los españoles educados, en el acto le empezó a decir “Boludo” y el participante perdió su real nombre y pasó a ser “Boludo” de nombre de ahí hasta el final del programa, se conoce que ya estaba acostumbrado porque no se molestó para nada y para ellos no es ofensivo, y nosotros lo tomamos como algo despectivo.
En el Paraninfo de la Universidad se hacían las reuniones o asambleas de estudiantes de la FEUU, muchísimo antes que cambiaran las butacas de la época de Pablo de María, por esas que pusieron hace unos años, que costaron la friolera de quinientos y pico de dólares cada una, para una universidad sin recursos y téngase en cuenta que el Paraninfo tiene platea, palcos, tertulia y paraíso llamado vulgarmente gallinero, como se puede apreciar en la fotografía que luce ut supra.
Todo ello para alguna conferencia o acto académico cada tanto y asambleas gremiales de la FEUU frecuentemente, entre otros.
Los estudiantes de medicina lo conocían porque con seguridad era habitué de los boliches cercanos a la facultad de ellos, y le gritaban desde el paraíso “Paquito!!!, Paquito!!!!” y el saludaba a sus adláteres, lo de Paquito venía por el Pepito mal sintonizado.
Uno de los que le gritaba a Pepito era el actual director de la revista Caras y Caretas.
Asimismo lo de presidente venía porque habíamos inventado un cuadro de fútbol, para ir a ver a los compañeros de Facultad que estaban presos en el penal de Punta Carretas y se llamaba “El Refrigerio Fobal Clú” porque los presos sólo podían recibir familiares y nosotros éramos amigos cosa que con el tiempo y por falta de trato, con gran amargura pasamos a ser conocidos, lo que no quiere decir que las poquísimas veces que nos vimos después hemos tomado algunos cafés, sin hablar de tiempos idos porque nos dominaba más el presente (puede leerse en el Reporte, el artículo que se titula, exactamente así “El Refrigerio Fobal Clú” y es del 19 de agosto de 2010).
Cuando salíamos del Centro de Estudiantes, a medianoche porque el gallego Primitivo, cantinero, cuidador y todo lo demás, si estaba en vena se venía con nosotros y de ahí en más nadie podía pagar una vuelta, porque todas las mandaba él y las pagaba él sin admitir discusiones.
Nos íbamos al Bar Julián, de Julián Barranco, que tampoco existe más, ahora hay una óptica.
El habilitado del bar el Julio otro gallego de ley y coincidíamos con la Barra de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que la integraban el Quique y el Manco Melgarejo.
Se armaba cantarola porque eran los que integraban la murga de la Asociación y el Manco decía que no podía ser locutor en los tablados porque con una mano agarraba el micrófono y no tenía la otra para agarrar el libreto.
Eran de terror cuando se cerraba el bar Julián nos íbamos todos, con Julio, el habiliatado del bar Julian, por el repecho hasta 18 de Julio donde enfrente estaba el bar “Canal 4”, donde alguna vez estaba Cristina Morán hablando de Carmencita, 12 años en aquel entonces, y arreglaban todos los temas de la televisión con el Pelado Viera, el que lucía una estupenda peluca.
Al sereno del garaje de enfrente al bar Julián, le tocábamos timbre a la hora que fuera y un día cuando sintió los preparativos, untó el timbre con caca, no se todavía de qué, pero todavía le veo la cara al manco que fue el que tocó el timbre y se ensució la única mano que le quedaba y no tenía forma de limpiarla.
Para limpiar una mano de algo con la textura de la caca se necesitan las dos manos, agua y jabón y el tenía una mano y no había ni agua ni jabón en la calle.
Veníamos subiendo el repecho al ritmo de la marcha camión, la de las murgas y con el cantico de: “Guillermo, Guillermo, no te hagas el enfermo, no te hagas el enfermo, porque venimos en patota, venimos en patota a romperte las pel…”
El efecto era irreversible, era entrar al bar y Guillermo y su hermano, estaban más calientes que relleno de chinchulín.
Una noche llegamos y había un veterano tomándose una cañita acodado en el mostrador y los desaforados de la murga de la Asociación hicieron una especie de farándula y esquivando las meses todos con el cincha poroto, cuando pasaban por atrás del veterano le hacían una caricia íntima en los glúteos.
El gallego Guillermo no echó la cuenta de los grandes números de que 20 personas en tren de solfa consumen, mucho más que un veterano que ese está tomando la del estribo para irse a dormir.
Se calentaron con el veterano y Guillermo, por suerte el veterano se fue a dormir y por desgracia Guillermo se quedó, muy calentito, para él, porque a nosotros ni fu ni fa.
En el edificio de arriba del boliche, había un caballero, de la noche, hoy fallecido Pintos Diago, porque le gustaba todo, se ponía la robe de chambre y se constituía con la farándula mientras esta durara, porque ya sabía de antemano que no iba a poder dormir.
Ese boliche terminó cerrándose, porque se mudó el canal y porque el mundo cambió.
Nosotros éramos estudiantes, pelados como traste de mono y bancábamos muy seguido las trasnochadas, con un sueldito, o con lo que les giraban los padres a los del interior.
Hoy estimado amigo, no se le ocurra necesitar un baño desde la plaza Independencia, hasta la Universidad, porque si hay media docena de bares es mucho y antes había hasta cuatro en cada esquina y todos trabajaban.
Los viejos jubilados apuntaban quiniela y otros eran lustrabotas, hoy los viejos si saben manejar y tienen suerte pueden manejar un remise por la noche, por la ley seca que impuso el gobierno o de manguero disfrazado de cuida coches.
Los que decían que Pepito iba a morir en tres meses por tanto alcohol que consumía, murió unos veinticinco años, después de meningitis, claro que el alcohol le ayudó a no sobrellevar la enfermedad, pero tampoco lo ayudó a ejercer, porque terminó sin poder trabajar por expresa orden de las autoridades por el mal ejercicio de la profesión.
En este país donde todos somos conocidos o parientes la sanción que la aplicaron a Pepito fue exagerada a propósito, para evitar que lo agarrara un vivo y lo metiera en un lío, le sacaron las herramientas, que mal usadas, no por él sino por algún amigote, le podrían significar terminar en cana.
Siempre tuvo algún amigo que le pagaba las copas.
Claro que lo que nosotros vimos y vivimos fue light al lado de las cosas que otros deben de haber tenido que hacer y que les hicieron, aunque nadie los obligó a hacerlo, sino que fue su propia opción de tirar la vida propia y ajena por la ventana.
Que todo sea para bien…