El sordo Rivero
Era sordo, cabezón y terco como una mula
Creo que por haber titulado este artículo con el calificativo de “sordo” no estoy haciendo ninguna discriminación con los que tienen problemas de hipoacusia y no sea sancionado por alguna asociación o confederación o sindicato de sordos.
No es lo mismo titular un artículo como El hipoacúsico Rivero, que con el sordo Rivero.
Primera contra, que el lector tendrá que ir al diccionario, o al PC o alguna otra fuente, que de no estar disponible tal herramienta o no le den las ganas de abrir el libro o prender el equipo, no lee el artículo y don Carlos me echa, lisa y llanamente, como dicen en campaña de una vaca que no agarra en el entore, me dan puerta.
Dar puerta es mandar a un potrero de engorde para marchar al frigorífico, cuando agarre los kilos necesarios.
Nosotros al igual que las vacas no tenemos seguro de paro, vaca que no queda preñada, la llaman fallada, a la segunda vuelta marcha para el frigorífico.
Nosotros dejamos de enriquecernos con la semanal y pasaremos a integrar la mesa del café liviano y fiado en el boliche que aun sobrevive en la esquina.
Si estará dura la mano, que antes en cada esquina de 18 y de muchos barrios, había cuatro boliches, con la rueda de parroquianos dándole al escabie.
En Las Toscas había un boliche que se llamaba “Del Tito”, por el sobrenombre del dueño.
En invierno cuando el tiempo estaba lluvioso, los albañiles, eran los únicos pobladores masculinos del balneario en invierno eran los albañiles o algún viejo que había achicado el tema jubilación ampliándolo con alquilar la casa de Montevideo e irse a vivir al balneario.
No podía hacer al revés porque nadie va a arrendar una casa de balneario en invierno.
Claro que unos compañeros de mi barra, habían alquilado una casa cruzando el arroyo Carrasco y le habían puesto de nombre El Chuy.
¿Por qué el Chuy?, porque no había mujer que le dijeran vamos al Chuy que no agarrara viaje.
Si amigo, lo que Ud. está pensando, era un matadero!!!.
Volviendo al boliche de El Tito, este estaba frente a la casa que fue de Zitarrosa.
Los albañiles llegaban a mata
el tiempo y a guarecerse de las inclemencias del tiempo.
La primera vuelta era del Tito (el bolichero) y ahí empezaba el tiroteo, la vuelta de Fulano, la vuelta de Zutano y los más lentones solían tener una collera de copas de caña o grappa.
Aquellas copitas con mucho vidrio grueso en la parte de abajo era para que no se volcaran fácilmente.
Si me gasté como dos renglones para no poner culonas, pero no tengo el hábito de escribir términos gruesos, pero mire que era grueso el culo de las copas de caña.
El bolichero mandaba la primera vuelta y ahí arrancaba la cosa.
Ese era su negocio, porque el gasto suyo era a precio de costo, o sea el de una botella del éter espirituoso dividido entre 20, sin bautizar.
De un litro salen 20 medidas, pero si la bebida fue bautizada, de un litro en la primera vuelta salen 20 medidas, pero a la segunda o tercera vuelta cuando los parroquianos iban calentando el pico, no distinguían cuánta agua iba conteniendo la bebida y las últimas vueltas podían tomar hasta kerosene.
No amigo, no. No venía el cura a bautizar ni a chupar, simplemente el bolichero tenía las botellas preparadas de antemano, pura, estirada con tanto, con más agua, con bastante agua.
Siempre salían las 20 medidas, pero un litro de caña o de grapa podía llegar a rendir un litro y medio, dependiendo del paladar y la quemazón de los feligreses y la buena vista para controlar si se la servían con mucho cogote o no.
El tema de este hombre es que tomaba a la par de los parroquianos y los parroquianos algunos días trabajaban y otros no, pero él siempre estaba atrás del mostrador y para los vicios siempre hay algún pierna.
Después de unos cuantos años murió de una cirrosis tal, que cuando lo metieron en el cajón, se empezó a hinchar el cuerpo y tuvieron que meterle una aguja de caballo para sacarle el líquido del abdomen, por miedo a que reventara el cuerpo.
El sordo Rivero era sordo y cabezón, terco como una mula y cuando chapaba mal algo, había problema en puerta.
Había sido motorman de los tranvías, para las nuevas generaciones motorman, viene a ser algo así como el chofer o conductor, y tranvía una masa de hierro, aunque en aquella época le decían de fierro.
Hincha de Peñarol enfermo, además de la sordera.
Una vuelta, en aquella época en que todos se conocían, venía un verdulero, con su jardinera llena de productos del país.
No sé por qué le llaman verdulero, si también vende zapallos que no son verduras sino frutos y papas que son tubérculos, pero dejémosla por esa plata.
Los tranvías por lo menos en la época de los ingleses (La Comercial) y los alemanes (La Transatlántica) pasaban siempre exactamente a la misma hora y cuando llegaba a la parada y no estaba algún pasajero habitual, le tocaba una campana, que accionaba con el pedal para que la persona viniera y no llegara tarde al trabajo.
El trillo del verdulero era siempre exactamente el mismo, tan es así, que cuentan que el caballo paraba solo en la puerta de las casas de los clientes y el vendedor voceaba su producto.
Nacional le había ganado en una oportunidad 2 a 1 a Peñarol y el verdulero vio venir al Sordo con el tranvía y con una mano marcó dos dedos y con la otra uno.
El Sordo le marcó los siete puntos al tranvía, velocidad máxima y atropelló la jardinera.
Algunos dicen que además de sordo era sifilítico.
Era el socio número 31 de Peñarol y lo llamaron del boliche de la esquina al Sordo y le dijeron que un amigo del presidente de Peñarol había arreglado y le iban a dar el número 31 a ese amigo.
A los pocos minutos pasó el Sordo como una exhalación por el boliche de la llamada rumbo a la sede de Peñarol, allá por Maldonado y Cuareim (con los cambios de nombres de las calles ando medio boleado).
La cancha de básquet ball de Peñarol estaba en el predio donde hoy está el edificio de la Asociación Cristiana de Jóvenes, en Colonia y Eduardo Acevedo y el Sordo era el canchero y sereno sui generis de la misma, porque vivía en el Centro de Estudiantes de Derecho y de Notariado en Colonia 1816, donde también era sereno y a veces bolichero.
El Sordo era un peligro porque con su mala comunicación con el mundo podía hacer un desaguisado por cualquier malentendido.
Cuando salió la ley de Reforma Cambiaria obra del Cr. Azzini, cuando el primer gobierno blanco, el Sordo andaba preguntando cómo era eso de la reforma tranviaria, porque como él había sido motorman capaz que le tocaba algo.
Que linda aquella época en que en cada esquina había cuatro boliches y lo que separaba a la gente de los gallegos eran los mostradores (otra discriminación).
Hoy uno se puede venir orinando desde la plaza Independencia y recién en la plaza de los 33 (antes Artola) puede encontrar un boliche abierto.
Como dijo el Dante: “Nessummaggiordolorechiricordarsidal tempo felicenellamisseria” (sírvanse disculpar mi ortografía en italiano porque la metí de memoria)… Ningún mayor dolor que recordase de los tiempos felices en la miseria.
Que todo sea para bien…