Eleanor Roosevelt en la intimidad
Nació en Nueva York, hija de Elliot Roosevelt y Anna Hall Roosevelt, recibió el nombre de Anna, de su tía, Anna Cowls, hermana del presidente Theodore Roosevelt. Su madre falleció de difteria, cuando ella tenía dos años, su hermano, Elliot Roosevelt Jr., un año después, y su padre, dos años después. Su hermano menor, Hall Roosevelt, fallecería por problemas de alcohol, en 1941, cuando ella ya era primera dama de Estados Unidos.
A la muerte de sus padres, fue enviada con su abuela materna, Mary Ludlow Hall, y, después, a los 15 años, al Allenswood Academy, un internado privado en Londres. En 1902, a los 17 años, volvió a los Estados Unidos, terminando su educación y siendo presentada en un baile de debutantes en el Waldorf-Astoria.
En 1902, en un tren a Trivoli, Nueva York, se encontró con, el primo quinto de su padre, Franklin D. Roosevelt, con quien inició una relación secreta. La pareja se comprometió en 1903, con la oposición de la madre de Roosevelt, Sara Delano Roosevelt, quien le hizo prometer a su hijo que no anunciaría al compromiso, llevándoselo, incluso, por un crucero en el Caribe, en 1904. Sin embargo, la boda se anunció y se fijó la fecha para que asistiera el presidente Theodore Roosevelt, quien accedió a llevar a la novia.
La pareja se casó el día de San Patricio de 1905, pasando una primera luna de miel en Hyde Park, para luego partir a Europa por tres meses.
En 1939 organizó para la contralto afroamericana Marian Anderson, que había sido rechazada por la organización Hijas de la Revolución en el Constitution Hall, un recital en el Lincoln Memorial con una audiencia de 75.000 espectadores y radiodifusión por todo el país.
Su matrimonio no fue para ella obstáculo para oponerse a la decisión de su marido de firmar la orden ejecutiva 9066 que resultó en el internamiento de 110.000 japoneses y descendientes de japoneses en la Costa Oeste de los EUA.
El 12 de abril de 1945, Anna Eleanor Roosevelt estaba en Washington, D.C., cuando fue informada de la muerte de su marido, Franklin Delano Roosevelt y de inmediato llamó al entonces vicepresidente Harry Truman para darle la noticia del fallecimiento del presidente. Truman, conmocionado le preguntó a ella si podía ayudarla a lo que Eleanor le contestó: «No hay nada en lo que puedas ayudarme, eres tú quien está en problemas» y entonces Truman, todavía impresionado y conmocionado tuvo que asumir de imprevisto el cargo de presidente de Estados Unidos. Inmediatamente, Eleanor Roosevelt viajó a Warm Springs (Georgia) para llevar de vuelta los restos mortales de su esposo a Washington y finalmente a Nueva York donde sería enterrado.
Tras la Segunda Guerra Mundial participó en la formulación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, refiriéndose a ella como “La carta magna de la humanidad”.
Continuó participando activamente en la vida política de su país hasta su muerte en 1962.
Es considerada una de las primeras damas más populares de Estados Unidos.
Pero no todo son rosas en la vida de los presidentes y primeras damas.
Hubo un par de relaciones que no coincidían con la condición de primera dama ni del Presidente con más períodos el frente de la gran nación del norte.
El intenso amor lésbico de Eleanor Roosevelt
Un nuevo libro revela el intenso affaire que vivió la mujer de Franklin Delano Roosevelt con una periodista que cubría sus movimientos
No corrían tiempos para un escándalo semejante y las apariencias se acabaron imponiendo para mantenerlo todo a cubierto. Franklin Delano Roosevelt consiguió negociar el perdón de su mujer, Eleanor Roosevelt, cuando esta descubrió las cartas de amor de la socialite Lucy Mercer y ya pensaba en el divorcio, y ella, por su parte, mantuvo con mucha discreción su intenso affaire con una periodista.
Se llamaba Lorena ‘Hick’ Hickok, la redactora asignada por la agencia americana Associated Press para seguirle los pasos. Y tan de cerca lo hizo que acabaron intimando y consolidando una relación que duró años, de la que mucha gente sabía, incluyendo a los compañeros de profesión de Hickok, aunque todo el mundo guardó silencio al respecto.
Todo ello de acuerdo a una nueva biografía que se acaba de publicar sobre aquella fascinante Primera Dama escrito por Susan Quinn, Eleanor and Hick, the Love Affair that Shaped a First Lady, publicado por la editotial Penguin Press. La clave reside en las cartas que ambas intercambiaron.
Retrato de la primera dama
“¡Oh! Cómo he querido poner mis brazos alrededor tuyo en lugar de en espíritu”, le escribió la Primera Dama a su amante en una de las misivas, en las que habla abiertamente sobre su homosexualidad. “En lugar de eso, fui y besé tu fotografía y tenía lágrimas en los ojos”. La periodista de AP, por su parte, tampoco se quedaba corta, señalando que la ausencia de la mujer del mandatario le suponía dolor físico. Y para rematar sus epístolas recurrían al francés: “Je t’aime and je t’adore”.
Quinn relata cómo se conocieron. Fue durante la campaña presidencial de su marido, siendo ‘Hick’ la única mujer siguiendo al futuro presidente en el tren que recorrió 15.000 kilómetros durante 21 días por 17 estados en total. Una de las amigas de la reportera, Malvina Thompson, le contó a Eleanor Roosevelt que la periodista era lesbiana y eso comenzó a despertar el interés de una mujer que se casó con poco convencimiento.
En total intercambiaron 3.300 cartas, una colección histórica sobre el amor de dos mujeres en una época donde esa clase de romances era casi inconcebible, y menos en esas altas esferas de la sociedad. “Las cartas entre Eleanor y Hick son menos notables ahora por su valor de sorpresa que por el hecho de la historia conmovedora y emotiva que cuentan sobre dos mujeres que se querían de una forma intensa y profunda”, escribe la autora. El intercambio de misivas duró hasta 1962, cuando falleció Eleanor. Además de las cartas, el romance de la pareja también incluyó viajes juntas y celebraciones de Navidad.
Ese amor sirvió para contrarrestar el affaire de su marido con Lucy Mercer, sabiendo además que la periodista nunca la hubiera traicionado. La prueba está en la constancia de esas cartas, en esos 30 años de fidelidad, una correspondencia que se mantuvo casi hasta el final de los días de una Primera Dama con muchas agallas.