Enrique VIII
Matrimonio con Catalina de Aragón
En 1501, Arturo, heredero de la corona inglesa, se casó con Catalina de Aragón, hija menor de los Reyes Católicos en la Antigua Catedral de San Pablo.
La pareja, que por entonces tenía quince y dieciséis años respectivamente, fue enviada por un tiempo a Gales, como se acostumbraba con el heredero del trono y su esposa.
Al año siguiente, tras sólo 20 semanas de matrimonio, Arturo murió de una infección, por lo que Enrique se convirtió en Príncipe de Gales y heredero al trono. Enrique VII, aún interesado en sellar una alianza matrimonial entre Inglaterra y España, ofreció a su hijo Enrique en matrimonio a Catalina de Aragón.
Para lograr el matrimonio entre su hijo y Catalina de Aragón, Enrique VII debía primero obtener una dispensa papal.
Catalina manifestaba que su primer matrimonio no había sido consumado; de ser así no se requería dispensa alguna, sino una simple disolución de un matrimonio meramente formal.
Sin embargo, tanto las cortes españolas como inglesas insistieron en la necesidad de una dispensa papal para eliminar todas las dudas concernientes a la legitimidad del casamiento.
Debido a la impaciencia de Isabel I de Castilla, el papa otorgó apresuradamente la dispensa mediante una bula.
De esta manera, catorce meses después de la muerte de su primer marido, Catalina se encontró comprometida con el hermano de aquél. En 1505 Enrique VII perdió su interés en mantener la alianza con España y el Príncipe de Gales fue obligado a declarar que el compromiso había sido arreglado sin su consentimiento.
Enrique VIII ascendió al trono en 1509, tras la muerte de su padre. Fernando el Católico organizó el casamiento de su hija Catalina de Aragón con el nuevo rey.
Enrique VIII desposó a Catalina en Greenwich, el 11 de junio de 1509, dejando de lado los consejos del papa Julio II y de William Warham, arzobispo de Canterbury, en cuanto a la validez de tal unión. Fueron coronados juntos en la abadía de Westminster el 24 de junio de 1509.
El primer embarazo de Catalina terminó en un aborto en 1510. Luego dio a luz a un hijo, Enrique, el 1 de enero de 1511, pero el bebé sólo vivió hasta el 22 de febrero de ese mismo año.
Con su coronación, Enrique VIII debió enfrentarse a las problemáticas consecuencias de los impuestos nobiliarios establecidos por Richard Empson y Edmund Dudley, miembros del gabinete de su padre. Dos días después de su nombramiento los hizo detener en la Torre de Londres, fueron acusados de alta traición y decapitados en 1510.
A diferencia de Enrique VII, que favorecía las políticas pacíficas, Enrique VIII manifestó una inclinación bélica durante todo su reinado.
Durante los dos años posteriores a la ascensión de Enrique VIII, Richard Fox, obispo de Winchester, y William Warham controlaron los asuntos de estado.
A partir de 1511, sin embargo, el poder real fue ostentado por el cardenal Thomas Wolsey. En ese mismo año, el papa Julio II proclamó una Liga Santa contra Francia. La nueva alianza se forjó rápidamente, incluyendo a Inglaterra, España, regida por los Reyes Católicos, y el Sacro Imperio Romano, gobernado por el emperador Maximiliano I.
Enrique VIII firmó el Tratado de Westminster, en el que prometía ayuda mutua a España contra Francia. En 1513 invadió este país y derrotó a sus ejércitos en la batalla de las Espuelas. Por su parte, Jacobo IV de Escocia, aliado de Francia, invadió Inglaterra por el norte, pero fue derrotado y muerto en Flodden el 9 de septiembre de 1513, por lo que el conflicto se vio terminado.
En 1514, Fernando abandonó la alianza, y las otras partes hicieron la paz con Francia. La consecuente irritación con España inició la discusión sobre un divorcio entre Enrique VIII y Catalina. Sin embargo, con la ascensión en 1515 de Francisco I al trono francés, aumentó nuevamente el antagonismo entre Inglaterra y Francia, y Enrique se reconcilió con los reyes de España.
En 1516 Catalina dio a luz a una niña, María, lo que renovó las esperanzas de Enrique de lograr un heredero varón a pesar de los previos embarazos fallidos de su esposa.
Fernando II murió en 1516 y fue sucedido por su nieto Carlos, sobrino de Catalina. Para octubre de 1518, Thomas Wolsey había diseñado el Tratado de Londres con el papado, con la idea de conseguir un triunfo para la diplomacia inglesa, lo que ubicaba al reino en el centro de una nueva alianza europea con el ostensible objeto de repeler las invasiones moriscas a España, tal como había solicitado el papa.
En 1519 murió Maximiliano, y Wolsey propuso secretamente a Enrique como candidato para el puesto a pesar de que públicamente parecía apoyar al rey francés, Francisco I. Finalmente, los príncipes electores eligieron a Carlos I de España.
La subsecuente rivalidad entre Francia y España permitió a Enrique actuar como mediador. Así empezó a manejar el equilibrio del poder europeo. Tanto Francisco I como Carlos I intentaron gozar del favor de Enrique VIII, Francisco en forma espectacular y deslumbrante, con el encuentro en el Campo del paño de oro, y Carlos I con toda solemnidad en los encuentros de Kent. Después de 1521, sin embargo, la influencia inglesa sobre Europa comenzó a menguar.
Enrique entró en una alianza con Carlos I a través del tratado de Brujas, y Francisco I de Francia fue derrotado por el ejército imperial de Carlos I en la Batalla de Pavía, en febrero de 1525.
La confianza del emperador en Enrique disminuyó al mismo ritmo que el poder inglés sobre el continente. Enrique VIII se mostró reacio en ayudarlo a conquistar Francia, a pesar de las garantías de Carlos I. Esto terminó con el Tratado de Westminster de 1527.
El interés de Enrique en los asuntos continentales se extendió hasta el ataque contra la revolución alemana de Lutero. En 1521 le dedicó su “Defensa de los siete sacramentos”, que le valió el título de Fidei defensor (“Defensor de la Fe”). Con base en esto, se lo reconoció con el título de inclitissimus. Este honor lo mantuvo aún después de romper con Roma, y es todavía usado por la monarquía británica.
La de Enrique VIII fue la primera coronación pacífica en Inglaterra en muchos años; sin embargo, todavía tenía que ponerse a prueba la legitimidad de la dinastía Tudor. Esta se dio gracias al fallecimiento de su hermano mayor Arturo, a los 15 años.
El pueblo inglés parecía disconforme con las reglas de sucesión femenina, y Enrique sintió que sólo un heredero varón podría asegurar el trono. Aunque Catalina quedó embarazada al menos siete veces (por última vez en 1518), sólo uno de los hijos, María, sobrevivió a la infancia.
Enrique había frecuentado concubinas, entre ellas María Bolenae Isabel Blount, con quien tuvo un hijo ilegítimo, Henry Fitzroy, primer duque de Richmond y Somerset. En 1526, cuando estuvo claro que Catalina no podría tener más niños, Enrique comenzó a interesarse en la hermana de María Bolena, Ana.
Aunque la motivación principal para solicitar la declaración de nulidad de Catalina era su deseo de tener un heredero varón, Enrique se fue encaprichando con Ana hasta tal punto que terminó enamorándose de ella.
El largo intento del Rey para terminar su matrimonio fue denominado “La cuestión real”. El cardenal Wolsey y William Warham comenzaron secretamente a investigar la validez del matrimonio con Catalina.
La reina había testificado que su primer matrimonio no había sido consumado y que, en consecuencia, no había impedimento para el posterior casamiento con Enrique. La investigación no pudo ir más allá, y se desestimó.
Sin informar a Wolsey, Enrique apeló directamente a la Santa Sede. Envió a su secretario William Knight a Roma para argüir que la bula de Julio II, por la que se permitió el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, había sido obtenida mediante engaños y era en consecuencia nula. Además, pedía al papa Clemente VII que le otorgase una dispensa para permitirle desposar a cualquier mujer, incluso en el primer grado de afinidad. Esta dispensa era necesaria, ya que Enrique había previamente tenido relaciones con María Bolena.
Knight se encontró con que Clemente VII era prácticamente prisionero del emperador Carlos V, sobrino de Catalina. Tuvo dificultades hasta para entrevistarse con el papa y, cuando finalmente lo logró, no consiguió los resultados que buscaba.
Aunque no estaba de acuerdo en declarar nulo el matrimonio, Clemente VII otorgó la dispensa, presumiendo que ésta no tendría mucho efecto mientras Enrique permaneciera casado con Catalina.
Informado de lo obtenido por el representante del rey, Wolsey envió a Stephen Gardiner y a Edward Fox a Roma. Quizá por temor a Carlos V, el papa inicialmente evitó atender sus reclamaciones. Fox fue enviado de regreso con una comisión autorizando el inicio de un proceso, pero las restricciones impuestas la tornaban prácticamente insignificante.
Gardiner procuró formar una comisión ejecutiva que decidiera con antelación los puntos legales a discutir. Clemente VII fue persuadido para aceptar tal propuesta, y permitió a Wolsey y al cardenal Lorenzo Campeggio llevar el caso juntos. La comisión actuó en secreto; sus conclusiones no debían ser mostradas a nadie, y debían permanecer siempre en poder de Campeggio.
La comisión estableció que la bula papal que había autorizado el casamiento de Enrique con Catalina sería declarada nula si los alegatos en que se basó se demostraban falsos. Por ejemplo, la bula sería nula si resultaba falso que el matrimonio había sido absolutamente necesario para mantener la alianza anglo-hispana.
El cardenal Campeggio llegó a Inglaterra en 1528. Los procedimientos, sin embargo, se paralizaron cuando los españoles emitieron un segundo documento que presumía el otorgamiento de la necesaria dispensa. Se aseguraba que, unos pocos meses antes de otorgarle la dispensa en una bula pública, el papa Julio II había otorgado lo mismo en una nota privada enviada a España.
La comisión, sin embargo, sólo hizo mención de la bula: no autorizó a los cardenales Wolsey y Campeggio a determinar la validez de la nota y, durante ocho meses, las partes litigaron sobre su autenticidad. Durante la primavera de 1529, el equipo legal de Enrique VIII completó el “libelo”, sumario de los argumentos reales incluyendo Levítico 20, 21, que fue presentado ante los delegados papales, y donde se observa, por ejemplo, lo siguiente:
18 de junio de 1529: La Reina fue convocada al gran vestíbulo del Convento de los monjes negros en Londres. El rey, sobre una plataforma elevada, se sentó en el extremo.
A alguna distancia, Catalina tomó su lugar. Los cardenales, sentados a menor nivel que el rey, flanqueaban la presencia real, y cerca tomaron asiento el Arzobispo de Canterbury y los restantes obispos. El Doctor Richard Sampson, luego obispo de Chichester, y el Doctor John Bell, luego obispo de Worcester, lideraban a quienes litigaban por el Rey.
Representando a la Reina estaban John Fisher, obispo de Rochester, y Doctor Standish, un monje gris y obispo de St. Asaph. Siguiendo una serie de deliberaciones, la causa fue elevada en apelación a Roma, principalmente luego que el sobrino de Catalina, Carlos V, presionara al papa para llamar al cardenal Campeggio de regreso, y Catalina fue puesta al cuidado de Sir Edmund Bedingfield en el castillo de Kimbolton.
Enojado por la demora, Enrique despojó a Wolsey de su poder y riqueza. Lo acusó de “præmunire”, pero Wolsey murió al poco tiempo. Con Wolsey cayeron otros poderosos miembros de la Iglesia en Inglaterra; en las oficinas del Lord Canciller y del Tenedor de sellos fueron nombrados laicos en cargos antes reservados únicamente a clérigos.
Continuará en el próximo número.
De corruptos esta lleno la historia y una vez que se da el paso no hay retorno no se quien dijo que todo fin justifica los comos o medios o algo de eso.
hE…nada que ver fue una mujer, siempre los kilombos son por mujeres los judios y los arabes la tienen mas clara.