13 diciembre 2024
CRÓNICAS

Era un boliche como hay tantos

Como bien dice la letra, el boliche puede ser una cueva de taitas y malevos, por qué no, pero no necesariamente tiene que serlo.

El boliche, aquellos que bien como dicen los reos del “rioba”, es un salón de clase de la universidad de la calle, donde daba clase un “chabón” o un gran señor de la vida, que ha creado infinidad de filósofos del estaño, aunque los mostradores de ahora ya no son ni de mármol, ni de estaño, sino de vidrio grueso.

Claro que para ir a la universidad de la calle, no hay necesariamente que ir a tomarse una “cañufla”, o una “grappulina”, sino que se consume mucho café, (el té es para las damas y va en las confiterías).

Y sobre todo en los que fueron escuelas de intelectuales, como los Sorocabanas (lleno de intelectuales sin un mango), o el Montevideo (una sucursal del diario El Día con los hermanos Batlle Pacheco, la tercera o la cuarta de la izquierda, en su mesa clásica, algunos decían que lo redactaban al diario en el café), los Tasende (hoy meras pizzerías), el Libertad (café y mujeres de la noche). El Halcón (al lado de la Jefatura donde era una academia de jugar a la generala y sospecho que por dinero), el Lusitano y su sandwichería (18 y Médanos, hoy Barrios Amorín), el Tupi en sus tres versiones, la última al lado del liceo Rodó en la calle Colonia, al que conocí y frecuenté en mi adolescencia y me enseñaron y aprendí a fumar, conocí a Eduardo Víctor Haedo, un maestro de la política (su frase: “Que hablen mal de mí, pero que hablen”), la primera o segunda versión la conocí siendo un niño, cuando las carnestolendas del Solís, en que el teatro, perdía su platea y que se transformaba en una gran pista de baile y los palcos con sus cortinados de terciopelo, servían para cubrir intimidades, de encuentros casuales que se convertían en encuentros pasionales y muchos montevideanos pueden ser productos de esas relaciones de un facebook de antaño, en vivo y en directo, animado con los Lecuona Cuban Boys, o los Indiana Palls, ahí las viejas no colgaban una foto de joven y delgada, y después resultan unas gordas pasadas de kilos, sino eran tal cual eran, ni un gramo más ni un gramo menos y la edad estaba a la vista y al alcance de la mano..

Nadie se clavaba, porque la mercadería estaba a la vista y tal vez se pudiera tocar para ver si estaba madura.

Mejor que los palcos sigan mudos y no cuenten los miles de promesas incumplidas de esas noches de locura, tiros y besos, pasión desenfrenadacarnavalera y menos mal que en aquella época no existían los acondicionadores de aire o tal vez las cosas ocurrían por eso, por la gente tan acalorada, embriagada de amor, frenesí y sexo.

Todo se daba como si al día siguiente se terminara el mundo.

En el primer o segundo Tupí, siendo un niño, de la mano de mi viejo,conocí a Xavier Cugat, un músico catalán, famoso para la época por sus mexicanos perritos chihuahuas, porque se había aquerenciado con la música cubana y su cantante AbbeLane, que después tuvo su cuarto de hora en el cine estadounidense y terminó en el italiano, por lo que veo en las fotos históricas un minún, que me dio un beso y un abrazo, en mi condición infantil.

Lo de que yo no me quería lavar la cara más era un cuento, que mi viejo le hizo a mis hermanos, no me la lavaba de puro sucio, yo que iba a saber lo que significaba un beso de Abbe, aunque muchos se hubieran jugado la parada por estar en mi lugar.

Claro que si hubiera puesto que era en lugar de AbbeLane se llamaba Abigail Francine no hubiera llamado tanto la atención ese beso a un infante por pate de una estrella del celuloide.

Cugat, en aquella temporada, se llevó a sus giras a Marta Gularte, aquella vedette uruguaya de ébano (nacida en Paso de los Toros pero criada en el Barrio Palermo) la cual tenía un par de poderosas razones en el pecho, tan abundantes que el corpiño con las lentejuelas y los canutillos le hacían sangrar la parte inferior del busto por el peso de aquellos atributos y el golpeteo de los vidrios que los adornaban contra su piel.

Después la dejó sin contrato, ni nada más que su propios valores, en Rio de Janeiro o la Gularte se bajó por el camino, porque el catalán era bastante “cafisho” y no le daba la nafta para bancar la tacada.

El Jauja,era polifacético, café si, pero también servían con aquel ginfizz satirizante, que después del tercero uno quedaba perdidamente enamorado de la dama acompañante y querer todo ya!!!,a una edad en que como un toro uno atropellaba todo bulto que se meneara, claro que no era solo un lugar para el aguante y tomar ginfizz, y como lo preparaban, sino también se cocinaban las cosas que ocurrían en las Cámaras en que funcionaban la política y las Cámaras en el Cabildo.
El Jauja era un boliche doble o triplepropósito, ambos amorosos, un aguantadero para la política y los políticos y las parejas del entorno.

Las Giraldas, la de 18 y Andes, demolida por el advenimiento del Palacio Salvo, si el del tendero don Ángel Salvo, qué época en que un tendero hacía el palacio más alto de Latinoamérica, el viejito bueno al que hizo asesinar su yerno Bonapelch, pagando para ello a un taxista de apellido Guichón, para regalarle una casa que tal vez nunca uso a “El Mago”, Carlos Gardel, en el límite de Punta Gorda y Carrasco y en el boliche pretérito de marras fue donde Matos Rodríguez estrenó La Cumparsita, a pura oreja, porque no sabía solfeo y la letra se la pusieron mucho después.

La música la tarareó y otro la escribió en el pentagrama y la fama vino sola sin letra hubiera sido igual.

La Giralda de 18 de Julio y Br. Artigas, que tuvo tiempos mejores y hoy se encuentra muy venido a menos, lugar de encuentro de libres pensadores, café mediante.

El original Británico, que cruzó la plaza Independencia, gracias a la piqueta fatal del progreso y siguió con su filosofía bolichera y ajedrecista en el Antequera, del mismo dueño, donde Rosita Luna le metió una puñalada y difunteo “al fiolo” tano que en su nueva ubicación tenía, otro boliche al lado el Plaza Bar, donde estaba la terminal de ómnibus,con destino a la Plaza, y como estrellaal canillita apodado el Piojo, al que le preparaban de mañana temprano dos botellas de medio y medio, mitad vermouth rojo y mitad caña, eso era la primera botella la segunda, era tres cuartos de vermouth y un cuarto de caña, total con el “pedal” que tenía el Piojo no se daba cuenta, y se papaba y se apolaba por un rincón,mormoso, mamado hasta las patas y tenía diarios y revistas de todos los colores y los clientes que conocían el paño, dejaban el dinero en una cajita abierta a la vista de todo el mundo y se servían, claro, era una época que no robaban a la vista y paciencia de terceros, en que la gente, compraba los diarios por la mañana para enterarse de lo ocurrido y los de la noche para repasar las noticias del día antes de irse a dormir. A la cama.

Era más de lo mismo pero era el vicio de acostarse con el diario.

Los diarios que recuerdo eran el Día (Batllismo lista 14), Acción (Batllismo lista 15), El Debate (Herrerista), El País (blanco que se ubicaba depende del lugar de donde soplara el viento), La Mañana (Colorados independientes), los últimos tiempos de la Tribuna Popular, el Popular (del partido), El Bien Público (Cívico) el BP Color (segunda etapa del anterior pero volcado al PDC).

Los vespertinos clásicos eran El Diario (colorado independiente) y el Plata( blanco), Ultimas Noticias (de la Secta Moon), Extra (independiente de izquierda).

Hoy por falta de presupuesto particular existen los diarios digitales y los que paga el Poder Legislativo a los Senadores y Diputados.

Al lado del Teatro Artigas, estaba el Yo Yo, que además tenía a unos metros el Sport de Maroñas, donde se timbeaba sin olor a bosta ver a los caballos, en ese boliche cuando mi viejo me llevaba al Teatro donde conocí, siendo un niño a Violeta Ortiz, la que hacía doblete con Juan Casanovas en Radio Carve, a Luis Arata que me palmeó el hombro entre bambalinas, para mí fue como si me hubiera consagrado uno de las tablas, caracterizado de guapo del 900 y a Santiaguito Arrieta, no me lo tuvo que presentar porque se criaron juntos con mi viejo en la Aguada, que hizo su carrera actoral en Argentina.

En el Yo Yode la calle Andes, donde Carlitos Roldán, antes, durante o después de la función, venía al mostrador y le pedía al dueño del Bar que le sirviera un whisky doble, sin hielo porque el hielo le hacía mal para la garganta para cantar.

Hoy con el tiempo transcurrido, no sé si sería el hielo o el whisky, o ambos.

Recuerdo que Nat King Cole, se fumaba no sé cuantas cajas de cigarrillos por día para tener esa voz que lo caracterizaba.
Cada cual tapa sus vicios como puede o mejor dicho los justifica.

Otro bar clásico era el Brasilero, donde se juntaban los profesores de la facultad de Derecho, en comercial el calentón don Sagunto Pérez Fontana, y en civil el querido e inolvidable maestro de obligaciones y contratos J. Antonio Prunell y otros más a discutir sobre la materia jurídica tomándose sus cafecitos.

El Hispano, donde paraban elementos de teatro, Comedia Nacional, Escuela Municipal de Arte Dramático y se hacían proyectos que eran sueños que alguna vez se concretaban.

El Sportman, que en realidad se llamaba y se llama el Gran Sportman, lleno de estudiantes revolucionarios y sin un mango en el bolsillo.

Me olvidaba del Mincho Bar en la calle Yi, donde punteaba en el fondo el mostrador una de las mejores plumas del diario El Día o el que está en la otra esquina, con la calle Colonia, que también era un refugio de periodistas, pero más ateos en la religión de las copas y en la esquina de 18, el Facal con una sandwichería de primera..

Hoy se puede venir caminando desde la plaza Independencia hasta el Cordón, si hasta la Facultad de Derecho y encontrará 5 o 6 lugares donde entre otros tentempiés sirven café, donde se sale con olor a fritanga en la ropa y no se disfruta de aquel aroma tan peculiar del café.

En los 60 y 70 había sobre 18 y sobre las paralelas en cada cruce de calles, entre uno y cuatro bares.

En la zona de los hospitales, hoy llamada Canaro y Br. Artigas, quedó una pizzería y la Giralda, lugar donde había varios bares y lugares de comidas, en mérito a la cantidad de gente que circulaba por el Hospital Pereira Rossell y las mutualistas, donde la gente que venía del interior cuida enfermos y se hospedaba en pensiones, y algún hotel.

Vio que la ilustración del artículo tiene poco que ver porque tomamos una Coca Cola en forma excepcional y la birra muy excepcionalmente, salvo en el Frankfurter Caliente, conocido popularmente como La Pasiva, cuyos dueños no habían registrado el nombre, cosa que aprovecharon algunos más despiertos y la registraron y nació la cadena de Cervecerías La Pasiva, que se establecieron en lugares muy estratégicos, tan es así que les sirvió como estudio de mercado a la cadena Mac Donalds para instalarse al lado de las Cervecerías referidas y les dio excelente resultado.

Está claro, donde hay una Pasiva al lado hay un Mac Donald.

Ni rubias platinadas, ni asiáticos obesos, hay como en la ilustración, sino que tenemos criollos de ley y cafetómanos.

Que todo sea para bien…

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