Escuela Laica; ¿Gómez o Varela?
Todos le atribuyen ese mérito a Varela, pero el primero y no fue Varela, ni Fernández
A mi vieja con los fríos del invierno, la presión arterial se le iba por las nubes. Era hipertensa como le dicen ahora y le daban licencia por enfermedad en la escuela de Montevideo para sacarla de los fríos y los médicos que la conocían bien también buscaban hacerlo de las garras de los tiernos niñitos.
Pero por su vocación para no extrañar, se iba a una escuelita rural, que había en Las Cañas, departamento de Durazno, recuerdo siendo niño que el viaje era completo, hasta Sarandí del Yi, en ferrocarril y de Sarandí del Yi al cerrito o cerro en que estaba la escuela se hacía parte en camión y el resto en carro.
Para mí era la tal aventura, campo, ferrocarril, camión, carro y caballo.
Como hijo de maestra de Montevideo, los criollitos me homenajeaban trayéndome bichos del campo y a mí me venían bárbaro porque era flor de bichero.
Recuerdo un picapau vermelho, pájaro carpintero de penacho rojo, al que le habían cortado las alas para que no volara, se les había ido la mano, porque algo sangraba, creo que se murió o se lo llevaron de vuelta, hoy pienso más en lo primero y no tanto en lo último, pero en el campo la muerte es cotidiana, muy común.
Había dos maestras una de primero a tercero y otra de cuarto al final y una cocinera.
El plato normal era capón (oveja de consumo disfrazada), versión ensopado, y poca variedad más, alguna torta frita podría salir un día de lluvia, los fideos eran bastante oscuros, esos que hacer ruido como si fueran bolitas.
Había un gurisito que venía a la escuela en una petisa chueca y mientras el estaba aprendiendo, yo demostraba ser un maturrango, de pies a cabeza, arriba de una petisa recontra mansa.
No sé si era más chueca que mansa o viceversa.
Un día la petisa pasó, dije bien ella pasó, porque por mis carencias con las riendas, no estaba en condiciones de hacerla ir para donde yo quería, ella pasó por la parte en que habían encañado una canaleta y una culebra verde, tuvo la peregrina idea de salir del caño justo cuando pasábamos la petisa y yo.
No me percaté de la salida de la bicha, pero a la petisa tampoco le gustó mucho la cosa y medio bellaqueó, pero el gurí, que se conoce que estaba aprendiendo más de mis desventuras hípicas, que lo que explicaba la maestra en el pizarrón, que en menos de lo que canta un gallo salió como tejo de la escuela y talero mediante difunteó a la culebra.
Mi vieja algo tocaba el piano, instrumento que había en mi casa, hasta que nací yo, en que el viejo, ante la aparición en mi persona del quinto hijo varón, desistió de la hija pianista y el piano cansado de que en él nadie tocara nada, porque para ello se necesita tiempo y la pianista de la casa carecía de dicho elemento, el instrumento marchó seguramente para Remates Taibo.
Con las otras dos maestras sacaban el piano vertical a un patio sin paredes o a un porche de zinc, como Ud. quiera llamarlo y mi vieja les enseñaba el himno nacional a los gurises de campaña, formados contra la única pared que había.
Ese problema debe de haber sido superado cn el avance tecnológico de los tiempos y aquella escuelita, que nunca más volví a ver, capaz que hasta tiene energía eléctrica y no tienen las maestras que prenderse, a las riendas del windcharger, los días de temporal, para que no levante vuelo con un trozo de techo.
Lo del magisterio, magister, es tal cual la palabra lo dice, recuerdo las calenturas que se agarraba mi viejo, cuando algún estúpido le decía “marido de maestra” como sinónimo de mantenido, en una época en que la ocupación más común de las mujeres era labores propias de su sexo y la maestra en mi casa aportaba $ 47.- por mes y se pagaban $ 30.- de alquiler, no existía doméstica, arrancaba a las 5 de la mañana, lavaba en el latón y la tabla de madera, no existían las lavadoras; planchaba, no existían las lavi listo y hacía toda la fajina de la casa; corregir los trabajos de la escuela y los deberes incluidos y cocinar para todas las bocas de la casa, marido incluido y salir a las 12.30 para la escuela para que los chiquilines tempranero, no anduvieran suelto en la calle, atrás de una pelota de trapo.
Su breve historia fue que como hija de gallegos, cuando terminó la escuela la habían puesto a aprender un oficio con una modista del b barrio y unos hermanos de mi abuela, también gallegos, pero con más mundo, rezongaron a la hermana, que teniendo seis hijos varones trabajando, a la nena, la más chica, no la mandara a estudiar.
De ahí salió ella maestra y después por su influencia cuatro sobrinas siguieron el mismo trillo.
Mi vieja se recibió en 1921, con las ínfulas de la escuela valeriana aunque sin quitarle méritos a don José Pedro Varela, cuyo nombre era Pedro José Varela y se lo dio vuelta para que no lo confundieran con un Pedro Varela con muchos malos antecedentes.
José Pedro Varela junto con Elbio Fernández fueron los precursores de la escuela laica, gratuita y obligatoria, cosa que ocurrió en la época del dictador Latorre.
Todos le atribuyen ese mérito a Varela, claro que el primero y no fue Varela, ni Fernández, sino el que lo hizo 20 años antes, fue Leandro Gómez, un masón grado 33, que fundó en 1856, la primera escuela laica del país, “Hiram” en Salto, 20 años antes que fuera designado en 1876 Varela como Director de Instrucción Pública.
La escuela Hiram goza de buena salud, hasta nuestros días y de día funciona como escuela pública en la parte del frente y por la noche en determinados días en forma independiente en los fondos funciona la Logia Hiram Unión Julio Bastos.
La historia de Leandro Gómez y la escuela laica hubiera sino muy distinta, si no hubiera sido asesinado en la caída de la Heroica Paysandú y sus restos fueron pasados para Argentina y con los años llegaron al Panteón familiar en el Cementerio Central, el que está entrado por la izquierda el primero, con una columna y un busto y lleno de símbolos.
Claro que el gobierno cívico militar, como se autodenominaba la dictadura en 1973 en adelante, trasladó los restos de Leandro Gómez a un Mausoleo especialmente levantado para él en Paysandú.
Cuando se restauró la democracia se fueron a retirar los restos del Mausoleo, para darle sepultura en su panteón y los restos de Leandro Gómez habían desaparecido, cuyo paradero se ignora hata hoy en día.
Hay muertos por su grandeza que no caben en las sepulturas…
Buena historia, ahora que dirán los valerianos. Yo no entiendo como sabiendo todos eso permiten seguir diciendo que Varela es el fundador de la escuela laica y también habría que revisar el himno a Varela que se escucha por los menos en las escuelas públicas.