17 diciembre 2024
CRÓNICAS

Lo que no mata engorda

Es un dicho popular que no es tan dicho, sino tal vez sea la adaptación de una afirmación del filósofo, poeta, filólogo y un montón de cosas más y además alemán, Friedrich W. Nietzsche, hecha en el siglo XIX, como pasa el tiempo quien iba a decir: “Lo que no me mata, me hace más fuerte” y por qué no, es una pasaje del estado natural al intelectual.

Muchisimísimas cosas cambiaron absolutamente del siglo XIX al siglo XXI, de navegar a vela a los viajes interespaciales.

Hará 15 o 20 años uno de afuera tenía que darle manija al teléfono para que la operadora de Antel consiguiera comunicación con otras operadoras, a través de una telaraña de alambres sección 14, para llegar hasta el otro interesado.

Qué fibra óptica ni que ocho cuartos, era lo que había y a otra cosa.
Uno como proseador que es, vive de anécdota en anécdota, recuerdo en el medio de la nada y del todo, puro campo por los 360 grados del entorno que lo miren.

Había una tormenta eléctrica de padre y señor nuestro, de esas que San Pedro está medio confundido y vive arrastrando los muebles de un lado para el otro de su pieza, la cual viene a ser el cielo, claro que el hombre no se pone de acuerdo a donde quiere el ropero y marche ropero para acá, marche ropero para allá, la instalación eléctrica de allá arriba un desastre, los tubolux, titilaban permanentemente y no quedaban prendidos y la terrenal campanilla del teléfono a magneto tintineaba rápidamente, a menos ruido como cuando venía una llamada, pero a una frecuencia distinta.

El electricista estaba descansando al lado del teléfono, tomando su medicación diaria para el insomnio por el pico de una botella de grappa Ancap, esa grappa que demostraba en aquel entonces, época del monopolio de los alcoholes, que la única grappa que se hacía con orujo de uva era la clandestina.

Al electricista le tocó el orgullo profesional y atendió un par de veces sin que nadie hubiera llamado, bah… el que entreveraba las líneas era San Pedro.

Cayó un rayo en el inmenso pararrayo del monte de eucaliptus grandis que había en la vuelta y el teléfono de baquelita (si no sabe que es, busque en el diccionario) quedó derretido y apilado como un montón de bosta.

Ahí me di cuenta de por qué los teléfonos de antes tenían un fusible arriba y que cuando había tormenta había que desconectarlos, el electricista era del asfalto o había tomado demasiado somnífero, cosas que frecuentemente ocurría y más en los días de lluvia que no tenía nada para hacer.

Con esta lección que le dio la naturaleza al electricista, este aprendió que los alambres que transmiten la voz, también llegan a transmitir unos miles de kilovatios capaces de fundir un teléfono, menos mal que no tenía la oreja puesta.

Por eso hoy las viejas desenchufan el televisor cuando hay tormenta y la computadora, yo también tendría que hacerlo porque ya se me quemó una.
No sé que hacer con el iPhone y con la iPad, dicen que no les entran virus, pero de rayos no he visto ningún aviso y dicen que los celulares son llamadores de rayos además de personas.

Pero volviendo al siglo XIX era cuando una persona trabajaba en algo toda la vida.

Ya Pasteur había agarrado la onda de pasteurizar la leche sin hervir la vaca y andaban con eso de las vacunas, que lleva ese nombre porque apestaban a la vaca y del suero sacaban los anticuerpos.

En homenaje a esos bichos muertos en beneficio de la supervivencia de los seres humanos, muchas tendrían que llamarse chanchunas, porque las válvulas de repuesto para el corazón humano se le sacan a los chanchos, aunque pensándolo bien como arreglan el tema con los judíos y los islamitas, que no consumen cerdo por considerarlo un bicho sucio y apestoso.

Ahí vuelta otra vez el ingenio humano aparecieron las válvulas de teflón.

Las monunas, no sé cómo arreglar el tema, porque las del Dr. Salk para prevenir la poliomielitis las sacaban de los monos Rhesus, de la India y para peor sagrados, de seguro que la habrán sintetizado. El autor de “Así hablaba Zaratustra”, nada que ver con el gallego de las tiendas Zara, fue el que inventó aquello, de que un tropezón no es caída y a los golpes se aprende.
Antes al que duraba 25 o 30 años en un empleo, de medio pelo, para arriba, le daban una medalla de bronce, de plata y hasta de oro.

A mí me dio la de plata, en un acto solemne, el Sr. Presidente Lacalle, me dio la mano, me palmeó y todo.

Los de la televisión, por el ángulo de la toma, salí enterito en todos los informativos para mejor gloria de todos los que me agarraron para la chacota y hoy, como los tiempos cambian y los Presidentes también, fue una honra que me diera la mano el Dr. Luis A. Lacalle, nieto de Luis A. de Herrera y chozno de otro patricio que fue un Herrera también.

Una cosa trae la otra y esta anécdota tal vez ya la haya contado o escrito, pero a veces el disco duro de la azotea también falla.

Resulta que el malogrado Dr. Sturla, senador electo de la República y mano derecha del Dr. Lacalle en su presidencia, hermano del nuevo Obispo de Montevideo, Monseñor Sturla que gracias al Papa Francisco y a la ancianidad y renuncia del obispo anterior, nacionalizamos el obispado.

En aquel entonces en La Coronilla, balneario de Rocha, había una centralita telefónica que atendía los tres pueblos, La Coronilla, Capacho y Pereyra y el propio balneario, la cual, no obstante el adelanto que significaba frente a las palomas mensajeras, era un martirio porque la manejaba el marido de la empleada de Antel, que gracias a ese invento sabía vida y milagros de los tres pueblos y tenía sus hijos y entenados en cuanto a las preferencias en las conexiones para Fulanito o Perenganito, eran más o menos lentas según su paladar, a vista y paciencia de que era el único al mando y en verano, todo es más llevadero y para qué te vas a calentar.

Era rengo o algo parecido, tenía en alguna pierna medio fulera o el anca y como decía la Nona mía “Guardate dei marcati de Dio” (cuídate de los marcados de Dios) porque suelen tener sus revires y el señor Barquinazo, cumplía al pie de la letra con el dicho.

Teníamos al Senador Sturla en el balneario tomándose un merecido descanso, pero Antel no fue capaz de ponerle una línea, aunque fuera indirecta.

Entonces el Presidente Lacalle llamaba a La Coronilla y de la centralita le pasaban la llamada al almacén de enfrente a la casa de Sturla y la gurisa, hija del almacenero, unos 12 años, atendía el teléfono y por la ventana calle por medio le gritaba “Che Sturla, te llama el Cuqui” y el Senador tenía que ir a hablar al almacén, como cualquier feligrés común y corriente.

Poca ceremonia si todos andábamos en alpargatas el senador también y el presidente también.

Así hablaría Zaratustra, pero así era mi hermoso país, sin celulares y éramos todos más iguales y antes que se me vaya la moto, que la continuaremos con el amigo Zaratustra, cierro la nota, deseándoles… que todo sea para bien…

Un comentario en «Lo que no mata engorda»

  • Dicen que los rayos persigen a los aipod y celulares asi que ojito las noches que escuchen truenos…jajajaja por mas que este por tartirte un rayo nadie tira el celular o el aipod!

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