13 diciembre 2024
CRÓNICAS

Medallas de oro y estaño

Faltan prácticamente horas para que se cumplan 60 años.

Cuando chico, bastante chico, nos venía a buscar a mi madre y a mí, el chofer de mi madrina, mejor dicho, del esposo de mi madrina, maestra al igual que mi madre, e íbamos todos a la quinta de ellos, en el Camino Helguera, kilómetro 28 del Camino Maldonado, para mayores referencias almacén y bar del Gallo, pero el de la izquierda, porque había otro, con un gallo en el techo del lado derecho, un par de cuadras antes.

No eran veletas, eran gallos con forma de tales y no siluetas de gallos hechas en hojalata para indicar de dónde o para dónde iba el viento, como para rumbearse si venía del norte y entrar a esquivar a los colifatos.

Ese paraje en aquel entonces se llamaba Barros Blancos, hoy le dicen Pueblo Capitán Manuel Artigas de un lado de la carretera y Barros Blancos del otro. Capitán Manuel Artigas, por el primo de don José, aquel que mataron después del Grito de Asencio en una batalla por San José de Mayo.

El Camino Helguera se internaba para el norte y recuerdo que había un criadero de conejos de angora, a los que les arrancaban el pelo del lomo en vivo y sin anestesia, para mezclarlo con la lana y hacer los llamados pullovers de angora y al fondo del camino había un criadero de chanchos, donde como buen bobeta presencié, sin darme cuenta, un chanchicidio. Me di cuenta después cuando los chillidos del bicho, porque hasta la puñalada fatal, creí que lo estaban metiendo en una bolsa de arpillera para llevarlo. Un gurí del asfalto en piso de tierra tiene esas boberas, entre otras, los chanchos no se envuelven como panes chicos.

El jueguito ese de la infancia en que te preguntan si te asustaste cuando viste matar un chancho y te aplauden de sorpresa cerca de la cara, es verdaderamente un juego de niños, porque los chillidos del chancho se sienten bien lejos, aunque uno se tape las orejas y de todo el ritual posterior no quiero ni acordarme.

¿Quién llamó al Gallo Claudio?

Hace unos años, por un casamiento y festejo, tuve que ir a Pando y a la salida, cuando terminó ese evento, me vino la idiotez de ir hasta la quinta, para ver como la había tratado el tiempo.
Tengo por teoría no mirar para atrás, porque aquella imagen que teníamos de los tiempos felices, no tiene nada que ver con la realidad actual. Pasa con las ex novias, con los amigos que se transformaron en unas viejas o unos viejos, si es que todavía están vivos.

La quinta era de unas cuatro hectáreas y su entrada era un arco de hormigón de mayor a menor, que empezaba en un gran banco como para 15 o 20 personas, en granito gris, con pared atrás, -que les servía a los peatones como abrigo para el sol o el agua de día y de noche para menesteres menos altruistas- y se iba elevando en forma curva, hasta el otro lado de la portera donde terminaba apoyado en una columna de ladrillo visto y lucía en aquellos tiempos, en letras de metal el nombre del establecimiento “Villa Anita”, que vaya casualidad era el mismo nombre de pila de mi madrina.

De aquello no quedaba nada tal cual era y en la parte del banco habían hecho un quisco para vender cigarrillos y apuntar quiniela. La quinta había sido fraccionada en solares de, a lo sumo, mil metros cada uno y de todo lo que relaté y relataré no quedó nada. Intenté recorrerla con el auto y de los lugares que había trillado cuando niño no quedaba nada. No encontré el chalet, ni los gallineros, ni el establo, ni el galpón y con el Cristo de madera capaz que hicieron un asado.

La quinta de antes, bueno lo de ahora no es una quinta, sino un fraccionamiento, estaba dividida en cuatro cuartos de similares dimensiones, se entraba por un camino de balasto amplio, con sendas cunetas. Del lado de la derecha un parque con árboles exóticos, porque había sido de un diplomático brasileño. Era un parque en serio con estatuas de bronce y de mármol por todos lados e inclusive en un rincón, muy tupido de árboles, había un cristo en un crucifijo, todo en madera tallada, donde algún casamiento presencié, pero no recuerdo que quién, pero me acuerdo perfectamente del sacerdote levantándose la sotana después de unos whiskys, diciendo que el también era hombre y usaba pantalones, las mujeres lo habían agarrado para la chacota y el cura estaba medio punteado.

Frente al parque, camino de balasto por medio, estaba el cuadro de los frutales, un montón de hileras de frutales y ahí conocí y probé los caquíes, un fruto muy parecido en la forma y en el color al tomate, pero viene de árbol y dulcísimo cuando está bien maduro es originario del Japón. Probarlo un día antes de que esté maduro es como pasar la lengua por papel de lija.

Entre el parque y el fondo había un jardín con flores de todo tipo y un chalet de padre y señor nuestro.

El cuadro correspondiente al lado derecho al fondo era un monte de eucaliptos descopados, para evitar problemas, pero con unos fustes donde se notaba que eran árboles de muchos años y la copa se había formado redonda y bien poblada para la sombra.

En el medio del monte había un descampado donde había una mesada como de 5 o 6 metros de largo con pileta y agua corriente para preparar las vituallas del asado, que se hacía al pincho en un espacio grande de tierra, rodeado de veredas y mesas con sillas para las cuchipandas. Esos asados, bien regados con whisky, formaban el departamento de relaciones públicas de la importante empresa del dueño de casa. Como era un tema de la industria gráfica, conocí sin darme cuenta de quien era a Peloduro, Julio E. Suárez, gente del Plata, del Día, del País. Hoy la fotocopia y la fotocomposición mataron a aquella gallina de los huevos de oro.

El cuarto restante al fondo, del lado izquierdo, se separaba del monte de los asados por cuatro gallineros que eran lo más parecido a casas, pero la pared daba para el lado de las comilonas para evitar los olores y al fondo el galpón y el piquete para las lecheras con su establo y el caballo, el resto era quinta de verduras y alfalfa para los animales.

El quintero era un gallego que usaba permanentemente unos lentes negros, porque, según pude vichar por el costado de los mismos, tenía los globos de los ojos hundidos, imagen muy desagradable que de esa forma se disimulaba un poco y su señora, criolla, era la casera.

Otra maestra, solterona, que vivía con sus gatos en un apartamentito, tipo calabozo, en lo que aparenta ser una torre del Palacio Díaz, en 18 de Julio entre Ejido y Yaguarón. El edificio de donde secuestraron los tupamaros a Ulises Pereyra Reverbel, creo que la segunda vez. Los gatos andaban por los pretiles a aquella altura que con el buen viento que soplaba podían caer desde los 14 pisos o más sobre algún transeúnte.

Además de los gatos convivía con ella un pollito, que como manda la ley de la vida, se hizo pollo y después un regio gallo Rhode Island, que como la capacidad locativa no era suficiente para tanto bicherío, marchó Irma con el Chingolo para la quinta.

He visto ponerle nombre a los bichos, pero nombre de bicho a un bicho parece chiste. Es como si a mi perro le pusiera de nombre Gato, terminaría agarrándose un trauma de la gran flauta, por eso le quedo Comousté.

Pero el Chingolo siguió siendo chingolo a pesar de ser gallo. Cuando llegó a la quinta lo largaron en el gallinero y este que no había visto gallina ni en fotografía se encrespó para toda la zafra –no daba abasto- sussex para acá, sussex para allá, bataraza que va, bataraza que viene y a las de medio pelo tampoco les hacía asco. No se entreveró con los patos porque patos no había.

A la semana, la Srta. Irma fue a ver a su ex entenado Chingolo, se metió como perico por su casa en el gallinero y llamarlo Chingolo, Chingolito, fue todo uno, y el gallo, no se si para evitar que lo trajeran de vuelta para el apartamento o más bien sospecho, que se había olvidado de todos los cariños que le habían prodigado en su tierna infancia de pollito, empezó a saltarle, pero no para hacerle fiestas sino para meterle pico y espolones.

No le sacó un ojo porque no llegó tan alto, pero que le dejó averiadas las piernas, con los espolones, se las dejó. Muchas veces el amor con amor no se paga, en caso de dudas preguntarle a la madre por adopción del Chingolo.

El hijo del quintero, llamado José Gervasio González era un muchachote y estaba en la casa de sus padres, escuchando la radio y yo que andaba siempre en la vuelta como burro en la noria, siento que grita GOOOL…!!! y salta abriendo los brazos y hete aquí que le saltaron para todos lados los botones de la bragueta, no habíamos llegado a la época del cierre.

Ahí, un 16 de julio de 1950, hace 60 años, fue cuando me enteré que se estaba jugando un partido de fútbol importante. Nada más ni nada menos que la final del campeonato del mundo de Maracaná.

Me enteré con el último gol del último partido y la voz de don Carlos Solé. Ahí me enteré que existían los campeonatos Mundiales de Fútbol.

Lógico si era el primero después de la guerra y en casa mi hermano mayor era el del fútbol y de cuadro chico. Más festejos no vi, no sé si en esa época no se acostumbraba saquear a los negocios para festejar, pero dónde estábamos entre las quintas no se tiraron ni cohetes. Debe haber funcionado bien el bar del Gallo, entre caña va y mande la vuelta.

Ese muchachote que festejó el “gol” de Ghiggia, con el tiempo tuvo un club colorado, creo que de la 14 al lado del almacén y bar del Gallo.

Pasaron los años y yo siendo menor de edad lo encontré de Fiscal en el Casino de Atlántida, donde me colaba a vista y paciencia suya, del Nito Burgueño, del Pepe Rodríguez, porque nuestro país es chico y el Pepe criado con mi hermano, el Nito de día era sanitario en Las Toscas, donde le arreglaba las cosas a la casa de mis padres.

La vieja me daba $ 10.- los sábados, me iba a pie desde Las Toscas hasta el Casino de Atlántida y jugaba tres líneas o sea 18 números, si salía uno de los 18 números me pagaban $ 5.- y me dejaban la de la apuesta, si salía 0 o uno de los otros 18 números, volaban mis tres fichas y me quedaban dos oportunidades más y una ficha.

Pero pareciera que en el tema del tarro andaba bastante bien, porque salvo excepciones muy esporádicas en que me pelaban todo, cualquiera de mis amigos me echaba por menor y por estarlos comprometiendo y cuando ganaba no podía festejar porque los comprometía y me tenían que echar. Eso era excepcionalmente, salía casi siempre, me iba con unos $ 80.- porque era el límite que me fijaba yo mismo.

Cuando uno está ganando en el Casino, lo que tiene es fijarse metas cortas, no pretender hacer saltar la banca sino cambiar la plata e irse. El que quiere fundir al casino se funde él. Para cualquier desprevenido advierto que estoy escribiendo de hace muchos años y sin tener en cuenta los problemas que se dieron en tiempos más cercanos que fueron de pública notoriedad.

Una vez como tantas, al llegar a la cantidad fui y cambié las fichas por dinero y cuando iba saliendo, tenía dos billetes de $ 10.- en el bolsillo que me picaban (en aquella época se podía jugar con billetes) y de salida puse $ 10.- al 13 y $ 10.- al 27 y cantaron “negro el 13” y me pagaron $ 350.- y me dejaron $ 10.- de la apuesta ganadora. Agarré todo me fui a la caja y lo cambié y rumbié para la puerta.

De pasada otra vez lo mismo $ 10.- al 13 y $ 10.- al 27 en la mesa de enfrente y siento “colorado el 27”. Cobré los $ 350.- y los $ 10 de la apuesta, cambié y me fui.

Llegué a casa clareando el día, desperté a mi vieja y le dije guardame esto y se los fui entregando de a uno los billetes colorados de $ 100.- , no tuve que explicarle el origen del dinero, ni me rezongó porque había ganado y al rato tomé el ómnibus para Montevideo y me traje un colorado en el bolsillo.

Me compré una campera de nylon como les decían en aquella época, un pantalón artesano (eternos) y mocasines y no se que otras cosas más.

Rendía la plata en aquel entonces y más siendo dulce. Ese verano lo pasé de primera y creo que no volví a entrar al casino, porque darle revancha a ese mozo es cosa de giles.

Pasaron los años y José Gervasio González fue creciendo en política y llegó a Intendente de Canelones, dos períodos de 5 años desde el 1º de marzo de 1967 hasta 1976 y con el Golpe de Estado siguió a dedo hasta 1981.

De aquel muchacho que le saltaron los botones con el gol de Ghiggia hasta su Intendencia del departamento canario y luego también a dedo agarró en Consejo de Estado hasta el final del período dictatorial.

El que lo siguió como Intendente en Canelones, también por la dictadura, también fue y es amigo mío, el Cnel. Donaldo Catalá, que viviendo en un balneario de Canelones, la calle de la puerta de su casa parecía que había sido bombardeada, había pozos de todas las medidas, eso si todos tenían fondo porque era donde golpeaba con ganas la goma del auto. El nunca ordenó ni permitió que se pasara la moto niveladora por su calle, para evitar el que dirán o taparles la boca de antemano. Sé perfectamente que muchos dirán, si no la pasó por la puerta propia y tampoco por la de los demás vecinos de la cuadra, pero el hecho es ese, no utilizó el cargo en beneficio propio, ojalá muchos pudieran decir lo mismo.

Pero Maracaná fue un cuarto de hora, para nosotros y un mal manejado complejo de superioridad y para los brasileños un complejo más duro, pero aprendieron la lección y les sirvió.

Pero los hombres de la hazaña tuvieron el premio que merecían un gran premio tuvieron, “el del deber cumplido”, hubo algunas medallas de oro, no me consta que para los jugadores, o Juancito López, pero a otros les fue muy bien, sin haber pateado siquiera la pelota.

Conocí a uno que por su bohemia ni pensión graciable le tocó. El Chueco Romero, para otros Carlitos, no pudo jugar en ese mundial porque para su desgracia era el suplente del “pata loca” Julio Pérez y el otro era nada más ni nada menos que Schiaffino. El Chueco fue un grande que no pudo ocupar el lugar de un grande porque había otro grande ocupándolo.

Paraba en el boliche del gordo Podestá, en Grito de Gloria casi Caramurú, a la vuelta de la casa de Torres García, un pintor ya fallecido, como había otros en el barrio e inclusive en la misma casa. Contaba el Chueco, que en su momento de gloria en Danubio les tiraban unos pesos y a media semana tenían que ir a conversar con el presidente o algún otro de turno para rescatar unos mangos para llegar hasta el fin de semana siguiente.

Terminó viviendo en los cajones que había en la Playa de los Ingleses, donde estaban los tamarices, y en los que se guardaban unas lanchas y se abrigaban, él y el Machito, cuyo apellido nunca lo supe y no sé si alguno llegó a saberlo, diarios bastantes debajo de la ropa y con unas grappas con limón, bastantes también, que eran convidadas por los parroquianos del boliche, entre los que me supe encontrar y compartir el néctar verdoso.

De glorias y miserias podemos seguir escribiendo, vale mucho más la satisfacción del deber cumplido que una medalla de oro, o de estaño, claro que el primero y la última, no se puede empeñar como tuvo que hacer con sus trofeos el autor del gol de la victoria…

6 comentarios en «Medallas de oro y estaño»

  • mucha chakrita———–mucho chanchito———–mucho gallito—————–nada de foobal———–bueno————pero kedo preocupado————te isiste viejo y te empeso a gustar——–y nunca mas ganamo nada——————————ni se t ocurra mirar el partidoa uruguay——————–saca a la vieja a pescar pòr aí————ponete a jugar con los bichitos q encuentes————————–VOSDEJA Q OTROS GRITEN LOS GOOOOOOOOOOOOOOOLES—————TAAA?????

  • jua jua…se ve que te hizo caso al menos no perdimos hay que avisarle para el miercoles……….si no nos meten goles y por alli alguno de los nuestros se equivoca y la mete adentro, ya stá.
    si hay que hacer coleta pa que saque a la doña yo pongoooooooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

  • Cuanta historia importante hay en este artículo. Pero como siempre, hay gente (Llámese comentario 1 y 2) que se equivoca de puerta y le erran a sus jaulas.
    Felicitaciones.-

  • Muy interesante esta historia Comouste. Yo también soy de las que piensa que no sirve de nada mirar para atras. Mejor es mantener vivos los mejores recuerdos. Por eso soy de las que crusan a la vereda del frente rapido si el pasado que no me gusta anda siguiendome.
    Saludos

  • Cuando dice “…Ese paraje en aquel entonces se llamaba Barros Blancos, hoy le dicen Pueblo Capitán Manuel Artigas de un lado de la carretera y Barros Blancos del otro. Capitán Manuel Artigas, por el primo de don José, aquel que mataron después del Grito de Asencio en una batalla por San José de Mayo…” es incorrecto, el nombre de Barros Blancos, era Capitán Juan Antonio Artigas.
    Pueblo Capitán Manuel Artigas queda en la 4ta sección del departamento de San José y se lo conoce como “Mal Abrigo”.

  • Estimado Nesben:
    Le agradezco sobremanera el llamado de atención sobre mi error. Eso nos pasa a los que tenemos que escribir contrareloj y a veces y sobre todo cuando lo hacemos de memoria y como no escapará a su agudo criterio, estoy haciendo memoria desde la época de Maracaná. Cuando me llevaban le decían Barros Blancos a la parte del camino Helguera y sobre el fondo había un criadero de cerdos que llevaba el nombre de la zona. Ahí fue donde presencié mi primer chanchicidio, que todavía me suenan en los oidos los chillidos del bicho y como nos suele hacer a los gurises meteretes no me avisaron que el drama del suino iba a ser en ese momento. Le reitero mi agradecimiento y si encuentra otra/s lo dude en comunicármelo. Un fuerte abrazo, COMOUSTE

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *