Mejor no hablar
Con mi amigo Lorenzo Olivera, viejo amigote y gran colaborador de EL REPORTE, que anduvo medio retirado por un problema de salud, con el cigarro, las mujeres y las copas, nadie la talla, hemos estado hablando y él está que se pela por entrar un poco con su tema, que eran los musiqueros, el cine, ese mundo distinto al nuestro.
Pensamos que si don Carlos, no tiene inconveniente metemos una columna salteada cada uno, una semana si y la otra semana no y viceversa.
Sabía yo que Lorenzo Olivera, es un seudónimo, que viene de la época en que él era muchacho.
El era de Ansina, blanco, de piel, políticamente no sé, ni me importa, para eso somos los amigos.
Me contó el origen de su seudónimo.
En la calle Magallanes, había una familia judía, de los de antes, de aquellos que tenían acento porque recién habían bajado del barco, bueno recién no, hacía un rato porque algo de español hablaban.
Nuestra barra era de terror, siempre estábamos metidos en algún lío y como gurises, vichando y aprendiendo de apuro en la universidad de la calle.
En la sede del Mardel (Mar de Fondo FobalClu), había una en serio en la calle Durazno donde se timbeaba abierto, había una rula, que le había ganado de mano a los gringos del Conrad, tenía cero y doble cero, así que tenía 38 números, pero en las chances, donde se pagaban dos fichas, si salía cualquiera de los ceros se perdía.
Juntaba 38 fichas y pagaba 35 a pleno.
En pocas palabras en chances había doble chance de perder, como hace la mafia en Las Vegas, pero en el Mardel, bah… el club iba la coima, los que rescataban mejor eran los de la banca clande.
Pero en el rancho que estaba por donde ahora viene a estar la embajada, de chapas de zinc, ojo que ahora se puede y debe decir cinc, nosotros vichábamos, como el Negro Mora, ese no era por política, sino de pigmentación, se hacía las tales fiestas con unas inocentes criaturas, que ya no pedían más para la madre, ahora pedían para ellas, eran las yirantas de la yeca haciendo horas extras amateurs.
Al Negro Mora la cosa era graterola porque les había enseñado el oficio.
Pensar que el Negro Mora, después de aquellas maratones que todos vimos y aprendimos, a los años, empezó a tirar para el outball, (obol), y también correteaba a los gurises medios bobetas por bolitas y figuritas.
Volviendo a la calle Magallanes, había un taller de reparación de máquinas, que no existen más ni las máquinas, ni el taller y nosotros nos íbamos para el fondo y cuando los porongos estaban prontos, verdes y bastante pesaditos, hacíamos una guerrilla a porongazos, que dios te libre.
En la barra estaba el Ñeñe Kaliten, (el Nene Carlitos), porque la madre con su acento, alemán o yiddisch, lo llamaba así.
La señora que había venido del calvario que había sido Europa en la guerra, no quería saber de nada con la autoridad y el Ñeñe andaba con nosotros para cualquier lado, corriendo riesgos inexistentes para él y para nosotros, pero para una yiddishemamele, una madre judía, la aterrorizaban.
Una de las tantas veces que estábamos en la calle jugando a la pelota, al titiriyá no, porque nunca aprendí, para mi envidia.
No aprendí porque mi vieja no quería que saliera de la vista de la cuadra de la puerta de casa y para el titiriyá había que usar un par de manzanas.
El que era un crack para el titiriya, era el Pelado Schiaffino, primo del de Maracaná.
Pero con una pelota de trapo, que se hacía con una piedra de pequeño tamaño, simplemente para darle peso, envuelta en varias hojas de papel de diario y la metíamos en una media, lo más larga posible y cada pasada la torneábamos y con unas cuantas pasadas quedaba bárbara, hasta picaba y todo, mejor que aquellas coloradas de goma, que costaban un montón de guita y si venía la cana se la llevaba.
También servía esa pelota para jugar al básquet ball, pero había que picarla con la mano hacia arriba y volverle a pegar, sin que cayera al suelo y el cesto eran los balcones donde las viejas en verano se ponían a tomar el fresco y cuando tirábamos al embocar y pegábamos en las tablitas chismosas de las persianas, hacían ruido y los dueños de casa se daban cuenta y salían a chillar, porque decían que las rompíamos.
Las tablitas eran las chismosas, como las bolsas de los mandados hechas con hilo sisal, porque servían para ver lo que pasaba y chusmear, a las vecinas del barrio o como andaban las cosas económicamente por lo que habían comprado en el almacén.
Uno de mi barra jugando a esa variedad del basketball, se raspó y a los pocos días le estaba encerando el piso a la madre y se desmayó, todos pensaron que era el olor de la cera y murió de tétanos.
Cuando en nuestros encuentros deportivos estábamos en lo mejor, salía la madre del Ñeñe Kaliten, y empezaba, Ñeñe Kaliten, no joiga pelota en caye, porque viene der politzaien y yeva der politzaien (en uruguayo, “Nene Carlitos, no juegues a la pelota en la calle porque viene la policía y te lleva preso).
Sé que nadie de la colectividad judía, con las cual nos hemos criado, se ofenderá por la anécdota, porque los primeros en hacer buenos cuentos de judíos son los propios judíos y no lo digo yo, lo dijo antes, don Luis Landriscina.
En la barra, estaba el Teta Peluda, porque era mayor que nosotros y tenía pelo en pecho, pero hablando era una nutria.
Un día decía que en el barrio no andaban los ganguers porque no había ónibus para hacer la punga en la plantaforma (traducción literal “gangsters, ómnibus, plataforma).
Ese un día vino como enloquecido diciendo que en el Apolo, después Atenas, el cine que estaba en la calle Maldonado enfrente a la perrera, entre Salto y Tacuarembó, daban una película de Ricardo 111 con Lorenzo Olivera, si aunque Ud. no lo crea, Ricardo 111, era Ricardo III ese Rey inglés que encontraron el esqueleto hace pocos días escarbando en un estacionamiento y Lorenzo Olivera era nada más ni nada menos que Sir Laurence Oliver.
Era mucho más linda la vida en alpargatas y sin celular que ahora que se usan hasta los championes de marca.
Me negaba a ponerme vaqueros porque como ajustaban demasiado mi teoría era que los usaban los maricones, prefería los pantalones buzo y ahora no hay quien me saque los jeans porque no banco los pantalones deportivos.
Si alguien llega a pensar que este artículo es racista está equivocado, sino que simplemente es cosmopolita, como es nuestra sociedad y tuvimos en él al Negro Mora, al Teta Peluda, al Ñeñe Kaliten y a Lorenzo Olivera, de ninguno de ellos sé su nombre, excepto el de don Lorenzo.
Que todo sea para bien…
Es cierto lo de Chavez, lees el diario, esta Chavez, prendes la radio esta Chavez….ya se que es una figura importante la que murio, pero ; ¿Hubo algun otro presidente que la prensa le haya dedicado tanto espacio como a la muerte de Chavez?
Hay una frase del corto Horacio Buscaglia que decía “Que Sponsor barbaro que es la muerte”