La moda cuando incomoda
Nosotros los de entonces ya no somos los mismos.
El otro día me fui a comprar un saco de verano y encontré uno de hilo o aparentemente de hilo, muy parecido al primer traje que compré con mi primer sueldo en Buenos Aires, el cual lo usé un par de veces, hasta que se me abrió una lapicera fuente, en el bolsillo interior y me dejó una mancha imborrable azul del lado de afuera.
Por ende, esa fue la última vez que lo usé, porque la tinta era de muy buena calidad, y el traje que lo pagué muy en cuenta en aquellos tiempos de la plata dulce, me salió caro porque en dos posturas no lo amorticé.
En la tienda de ropa de hombres en que lo compré, casi escribo “sastrería”, comercio que está perimido en nuestro país, me atendió muy cortésmente un señor con acento latinoamericano, el que a mi pregunta me contestó: “venezolano”, muy simpático, muy buen vendedor, al igual que una guatemalteca que me atendió en un supermercado.
No soy xenófobo, ni nada que se parezca, por el contrario me agradan estos emigrantes que ayudarán a nuestro país, que se había convertido en un país de viejos, y ellos aportarán sangre nueva y fresca para recuperar la población que hemos perdido por el resto del mundo, tanto en Argentina, como en España, Estados Unidos, Brasil, o la lejana Australia.
Al amigo venezolano le pregunté, si no tenían sacos con otros gustos de telas, además de los azules, grises o tostados y me dijo que no que esos eran los únicos gustos que se trabajaban.
El famoso uniforme uruguayo que empezó en algunos liceos y terminó en la percha de casi todos los oficinistas, era el saco azul marino y el pantalón gris plomo o gris claro.
Hoy el corte pantalón clásico, se transformó en opción jean de otros colores.
Añoro los trajes príncipe de gales o pied de poule, que nos sacaban del clásico azul marino o negro y nos llevaban a los tostados claros con rayas más oscuras o a una tela jaspeada en colores al tono.
Qué época en que nos cambiábamos el color de la camisa de celeste, a blanca o blanca con rayas celestes, en tricolina dos por uno, camisas eternas, cosa que no podemos decir lo mismo de las wash and wear, lavi-listo.
Aquellos cuellos que llevaban ballenitas y quedaban impecables, ballenitas que vendían en los ómnibus los vendedores ambulantes, al pregón de: “10 ballenitas por veinte y el carnet para la credencial”.
Hoy las ballenitas fueron sustituidas por un par de botones, más difíciles de abotonar que sacar el cinco de oro.
A mí no me derrota un botoncito de morondanga lo abotono antes de ponerme la camisa, le enebro la corbata por el espacio que queda entre el botón y el cuello de ambos lados, me pongo la camisa y después me hago el nudo de la corbata, porteño, no el chorreado de mal gusto, sino el que de frente luce como un triángulo equilátero (para los no entendidos el de los tres lados iguales).
Sin dar marcas para no piensen que estoy pasando un aviso, me gustan los mocasines o los zapatos náuticos, ambos de marca, me los compraba siempre en el mismo lugar pero en el shopping que me quedaba a un par de cuadras, las zapaterías buenas desaparecieron y fueron sustituidas por tiendas y más tiendas, (se van a terminar vendiendo ente ellos mismos), hasta dos ópticas, dos locales de cobranzas de la misma cadena, una mercería que era la única que había en todo el inmenso barrio cerró, ya nadie se cose los botones.
Pensar que yo compraba los sacos sport azules e iba a la mercería y compraba los botones dorados y realzaba el saco dándole un toque que no le daban los botones negros o azules, pero hoy nadie combina los colores ni los gustos de la ropa.
Juntan rayas con lunares como si fuera un gusto exquisito, o los distintos tonos de rojos que quedan espantosos.
El rojo combina con el blanco, pero mejor con negro, o gris.
El marrón no combina con el rojo, porque ambos son del mismo tono.
Los zapatos marrones con medias marrones o los negros con medias negras o azules.
Las medias a cuadros con los zapatos sport.
Los zapatos clásicos son los que llevan cordones o elástico por dentro.
Los que los uruguayos llamamos championes y los porteños zapatillas, no son zapatos de vestir, por más que cuesten los de marca gringa el doble que un par de muy buenos mocasines o náuticos.
Nosotros antes cuando íbamos por la calle Florida o Lavalle en Buenos Aires, nos sentíamos provincianos, inclusive vi llevarse preso a un vendedor ambulante.
Ahora nosotros en Buenos Aires con saco y corbata parecemos los porteños de antes, que ya no se peinan más a la gomina.
Me da pena ver cómo han perdido la elegancia, ellos que iban impecables y tenemos que caminar esquivando los puestos de vendedores ambulantes pegados uno al lado del otro, como diría un profesor de facultad, “la realidad se impone” por más que los llevaran presos por hambre le ganaron a las leyes y disposiciones municipales.
No digan que la corbata o el saco son prendas incómodas, sino por el contrario son sumamente prácticas y si uno se cambia la corbata, parece que tuviera puesto otro ambo, con una corbata china de seda o algo similar, que vale pocos pesos.
Estaba mirando en una vidriera que la diferencia de precio entre una camisa y un saco es de $ 100.- y no se puede comparar los materiales que lleva uno y otra, claro que mirando lo que no está en oferta, la diferencia es un poco más, pero no tanto.
Los estimados chinos e indios nos han cambiado los gustos y Campomar y Soulas en puerto Sauce, también conocido por Juan Lacaze, cerró la planta que supo en otras épocas surtir de casimires a la mismísima Inglaterra, que dicen que les cambiaban la grifa y volvían a nuestra patria con un Made in England, y los sabaleros volvieron a su trabajo que les dio su nombre de sabaleros o sea a la pesca como los rosarinos, volvieron a las palomas sin andar a los tiros, sino de noche con una linterna y una caña bajarlas sin gastar pólvora en pichones y de ahí el nombre por el que se los conoce a los pichoneros.
La epoca de los trajes con corbata por suerte ya fue a las empresas les resultaba muy caros y poco funcionales.