Nostalgia
Todos tenemos nostalgia o nostalgias, pero no nos damos cuenta
Simplemente nos falta algo que en algún momento tuvimos y ya no tenemos, no es el valor de lo que tuvimos, sino el simple hecho de haberlo tenido y por los avatares de la vida haberlo perdido, haberlo perdido sin darnos cuenta, la memoria en mi caso es un gran gentil hombre y me arrima aquellos hechos que estuvieron en mi vida, y al escribirlos los revivo, como si fueran actuales y ahí muchas veces choco contra el horcón del medio.
Pensar en el clásico Restaurante de El Águila, donde alguna vez almorcé o cené y compararlo con el Rara Avis, como hace Google, cuando busco el viejo y aparece el nuevo, por más que pongan platos sofisticados, no tiene nada que ver.
A un restaurante lo hace mucho la comida, pero lo jerarquizan los parroquianos, aquellas mesas con polleras maxi, como eran los manteles de antes, donde tuve el gusto de almorzar con el Ing. Agr. César del Castillo Lussich, el primer catedrático de forestación de la Facultad de Agronomía, custodio familiar del Arboretum de Lussich en la Ballena y escucharlo en plena dictadura como había embanderado su casa como partidario de las elecciones en EE.UU., como partidario de Carter y cuando alguien le preguntó por qué lo hacía, contestó que como acá no había elecciones el festejaba las que había en países democráticos.
Cuando murió Mao Tse Tung, escrito a la antigua, hoy Mao Sedong, (no se para que les cambian el collar si hablan del mismo perro) y fue a El Día a publicar su aviso fúnebre y como los que estaban al frente del diario sabían que estaban en capilla no se lo quisieron publicar, por aquellas líneas de plomo, que una mano negra, metió de contrabando en los avisos clasificados, referentes a los militares del proceso (“la Vadora se vende barato” y “milicos p….).
Fue a El País, y no se lo querían publicar, pero habló con Cochile Scheck y al final como ese diario era light con la dictadura, logró que se lo publicaran, donde decía que había fallecido uno de los estadistas más importantes del siglo XX, cosa cierta a pesar de no compartir nada con Mao.
Los altos mandos trataron el tema, inclusive si lo metían en cana a del Castillo o no, al final privó el no hacer nada, y por cierto lo que había puesto en su aviso fúnebre don César era una verdad, pero en las dictaduras, las verdades depende de quien las diga y donde las diga, pasan de no ser delito a ser delito.
Recuerdo al Restaurante Morini, (originariamente Morini, Barreiro y Lorenzoni, en el viejo Mercado Central).
La fotografía es más antigua de la época de la que yo hablo, pero junto a la columna de la izquierda de la entrada, había una piedra, en la que el mozo, un gallego alto colorado de cara, (digo alto porque para mí todos eran altos, dado yo era muy pequeño) cuando tenía que comer algo de carne, agarraba mi cuchillo y salía por la puerta del costado y lo chairaba en esa piedra y transformaba aquellos cuchillos de acero, sin serrucho, en una gillette.
Hoy en Internet por Morini aparece una parrillada en Pocitos, que no tiene nada que ver con lo que era ese Restaurante, con aquellos mozos vestidos de negro, con delantal blanco, con un sector para los clientes pitucos y una parte popular, del lado del mercado, claro que los precios eran parecidos, tal vez mayor la propina y el local más cómodo.
Uno de los restoranes de más tradición en Montevideo, cuya historia se remonta al año 1854, cuando Saverio Morini inauguró “Ristorante Morini”.
A dicho señor lo conocí de verlo pasar por el comedor, muy viejito y yo de la mano de mi viejo.
Ubicado a las espaldas del Teatro Solís, “Morini” fue reformado y reabrió sus puertas con la gran oferta gastronómica de primer nivel, como siempre, pero tuvo que cerrar, sus puertas por razones económicas; la decadencia no sólo económica del Montevideo de antes, sino que la vida fue cambiando en las velocidades y el almuerzo, en muchos casos, fue sustituido por un tente en pie fue lo desencadenó su crisis.
Lo que fue Morini nos hace olvidar que empezó siendo inaugurado como un bodegón por un emigrante genovés.
En Morini, cobraban un porcentaje por un concepto llamado eufemísticamente “propina”, en la adición que era un 10% si se consumía menos de $ 5.- y un 5% si se consumía más de $ 5.-
Yo era una flaco que, vestido con sobretodo y mojado, no pesaba 20 kilos y mi viejo luchaba por engordarme y con la excusa de pasar los $ 5.- para pagar menos comisión, llegaba a hacerme pedir como postre un abundante manjar del cielo, con un helado de crema arriba coronado con bastante crema chantilly y pasábamos los $ 5.- raspando.
El entrecotte antes de cocinarlo al carbón pesaba tres cuartos kilos, y cuando fui más grande me lo comía.
Ahí, siendo muchacho, con el Esc. Juan Carlos Viapiana, uno de los factótum del club Náutico (su gimnasio cerrado lleva su nombre) y yerno de don Carlos Balsán, dirigente de Peñarol, conocí al Dr. Carlos Quijano (el fundador y espíritu de Marcha), los que se enroscaron mesa a mesa, con el eterno Peñarol y Nacional del cual Quijano era fanático.
En el empleo durante el horario de verano cuando había que hacer horas extras nos pagaban la comida y nosotros íbamos a Morini y un entrecotte, un postre y de vuelta a la oficina, sin que fuera un costo exorbitante.
Luego vinieron los abusos y se terminó la jauja.
Se demolió el Mercado Central y se construyó un edificio nuevo, más moderno, con Morini entrando a la izquierda.
La calidad del servicio siguió siendo la misma, a cargo de don Serafín Tomé.
Una oportunidad por razones laborales tuve que informarme como se instalaba una cocina de restaurante y me constituí en Morini, como correspondía y me informó de todo don Serafín.
Tuve la oportunidad de ver como se trabajaba y había un peón de cocina pelando papas, sentado en un banco con un enorme canasto de tiras de madera lleno de dichos tubérculos y él con un cuchillo pelándolas una a una, yo que soy un inútil pelando una banana, me quería morir poniéndome en la situación del pobre hombre, que cumplía con su labor dignamente.
La cocina era un emporio de personal trabajando y es muy difícil de imaginar a quien no haya estado en ella.
Don Serafín me explicaba que la cocina tenía que funcionar y tirar parejo con el salón de comidas.
No podía producir más rápido que los pedidos y los pedidos tenían que salir con la velocidad suficiente como para que el cliente no se saciara antes de consumir el producto.
Tenía que tener tantos cocineros como para producir lo que los mozos del salón pedían.
Ni muchos mozos, ni pocos cocineros, me explicó que en España, los barcos para salir a pescar con la red, se ataban con un cabo un barco al otro y les daban máquina y en la medida que tiraban y uno no llevaba de arrastro al otro, era la forma en que juntos con la red de por medio, podrían pescar sin hacer un gasto innecesario de energía y cosechar suficientes peces.
Todo me resultó una experiencia formidable, pero lo que me dejó perplejo era que no se pelaran a máquina, en ese canasto ni había menos de dos bolsas de papas.
Hoy las papas se importan cortadas de medida.
Cuando yo era niño y vivía en la esquina de la casa del Partido Colorado, en la época en que las heladeras eran a hielo y las eléctricas eran un lujo asiático, me mandaban al Mercado de la Abundancia a buscar el hielo, cuando no venía el repartidor que traía una barra o media a gusto del consumidor.
Caminaba las tres cuadras llevando una bolsa de mano con un cubo de hielo de unos tres kilos, que para mí era bastante peso, pero en aquella época, los menores teníamos que colaborar con nuestros padres de acuerdo a nuestra edad y sexo.
No éramos NI NI porque dicho concepto no existía, sí existía el de vago y el de inútil, claro que hoy no se utilizan dichas palabras, aunque los pensamos.
Me deleitaba ir con mi padre al Mercado de la Abundancia, que tenía un muy buen restaurante el Shorton Grill, entrando por San José a mano izquierda, pero era un lugar, fino y caro.
Hoy le llaman shorton grill a cualquier parrillada, que es una especie de local, que si no es auténticamente una parrillada, es como un medio tanque callejero, en que venden cualquier cosa, además de algún plato sencillo.
Mi disfrute, radicaba en que mi viejo para alivianar la tarea doméstica, los domingos, iba a una fiambrería que había en el Mercado y traía una selección de fiambres, que no había en todos lados, que hacían las veces de entrada a los ravioles caseros que amasados y rellenados por mi vieja para la mesa dominical.
Los ravioles de seso eran un bocado de cardenal, un día una prima mía neuro cirujana vino a almorzar y había este plato.
Después de comerlo abundantemente mis hermanos le dijeron en que consistía el relleno y ella que trabajaba permanentemente con cerebros humanos, casi muere de asco.
El postre por lo general eran masas de la Confitería Americana (para los jóvenes estaba en el local que tuvo Wilson Ferreira, en 18 de Julio casi Cuareim) donde está en los altos la radio Montecarlo.
O una torta de chantilly y duraznos de la confitería Oro del Rhin.
Donde mi viejo se suicidó, porque estando con una diabetes galopante y las arterias bastante tapadas por el colesterol, se escapaba callado la boca y se constituía en la confitería, se pedía una porción abundante de dicha torta reforzada con chantilly, con lo caul logró que le diera un infarto mortal a los 59 años, murió por la boca y no por un arma, era su placer.
Qué época en que nos dábamos el gusto de morir por comer y no morir de hambre, estábamos en el estómago del mundo.
De las pocas cosas que dijo Perón que considero ciertas, es que en Buenos Aires, se tiraba a la basura en un fin de semana, lo que en la Europa de 1945, se comía en un mes.
Nostalgia a esto y no salir a pagar el triple por lo mismo de siempre un 24 de agosto y tomarse hasta el agua del perro.
Me faltaron montones de restaurantes fuera de los de los hoteles, sin ir más lejos el Sorrento de la plaza Independencia, Il Ritrovo degli Amici en la Aguada), Il Forte di Makalé en el parque Rodó, el Buzón en Villa Muñoz, las trattorías, las fondas, hasta los recreos que venían a ser un antepasado de los restaurantes con canchas de bochas.
Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria, según el Dante.
Que todo sea para bien…
La historia esta buena y lo que saco en conclusion es que te recorriste medio montevideo de restoranes y todos buenosque pico fino!
Muy buen artículo… me trajo grandes recuerdos de grandísimos lugares… al leerlo no pude dejar de pensar en cuánta razón tenés al recordar El Águila y decir que no se puede comparar con el actual restaurante que ocupa su lugar. Y no es culpa del mismo, que está bueno, sino de ese “je ne sais quoi” que poseía El Águila.
Mis incursiones a restaurantes eran siempre los domingos y con mis abuelos, y aunque yo era muy chico, llegué a ir por ejemplo a Mario y Alberto, otro entrañable lugar que pude visitar más de una vez.
Me encanta haber tenido el privilegio de vivir esas cosas. Y una vez más, gracias por traernos a la memoria esos pedacitos de vida bien vivida. Un abrazo.
Que recuerdos lindos!
trabajé en el Aguila en 1985,la torta pascualina,el arroz aguila y el omelete surprise.
con certeza que estos tiempos de tales servicios nunca mas seran los mismos.
el Aguila servia a los comensales a inglesa direta e indireta e tambien a la francesa,ahora no se ve mas este tipo de servicio.
muy bueno los comentários!
Saverio Morini falleció en Buenos Aires en 1919. A quien habrás visto es a su hijo Plinio Morini que estuvo al frente del restaurante hasta la década de 1960 siendo un hombre muy mayor.
Soy argentina y siempre recordé Morini, iba a Montevideo con mis padres y un clásico era comer allí, como era muy chica disfrutaba con el disfrute de los comensales, miraba los mozos con sus largos delantales, recuerdo a mis padres felices con sus amigos uruguayos, este restaurant está entre mis mejores recuerdos, sería año 1960 aprox. Hoy lo googlié y me encontré este artículo. Gracias!!!
Ibamos a Montevideo y comíamos en el Aguila, por supuesto el arroz de la casa y el omellete surprise y en Morini de una carta extensisima. También frente al mercado del puerto, en la Parrilla La Proa, las mejores mollejas del mundo y en Pocitos en un restaurante de una señora cuyo nombre no recuerdo, unos capellettis a la Caruso sublimes. Épocas de Montevideo y Buenos Aires que no volveran!
Hola ,que rico que era el manjar del cielo pero de chico cuando iba con mis padres pedia la Copa Melba que delicia e interminable, jaja ,muy bueno tu relato |||||