Nuestra formación
El nombre proviene del Liceo, fundado por Aristóteles en la Antigua Atenas, donde surgió la escuela peripatética.
El Liceo era uno de los tres gimnasios de Atenas, un espacio dedicado al ejercicio físico y la discusión filosófica, la reflexión y el estudio.
Allí se rendía culto a Hermes, a las musas y al dios Apolo.
La escuela data del año 335 a. C., cuando Aristóteles comenzó sus enseñanzas, y continuó siendo centro de reunión de los peripatéticos.
El liceo fue en gran parte destruido durante el saqueo de Atenas por el militar romano Lucio Cornelio Sila en el año 86 a. C., y su actividad decreció considerablemente. Más tarde, se le llamó así a los establecimientos de enseñanza filosófica en Roma.
Tenía una base muy vinculada con “mens sana in corpore sano” que es el emblema de la Asociación Cristiana de Jóvenes, claro que en nuestro país moderno siempre fue laico, el público por lo menos y algún privado también.
Nuestra educación se rigió mucho por la educación francesa y de ahí que tenemos que ver las bases de la educación en dicho país.
Fue creado originalmente por Napoleón Bonaparte en 1802, le lycée era una institución masculina ideada para formar la «élite de la nación».
Luego se establecieron los liceos clásicos, modernos y técnicos.
Actualmente, el término «liceo» corresponde al último ciclo de estudios secundarios, que conducen al examen final baccalauréat, las 3 ramas principales son: general, tecnológica y profesional, de ahí el bachillerato, que en nuestro país se llamaba la primera etapa liceo y la segunda preparatorios.
En mi época el liceo No. 5 “José Pedro Varela” estaba ubicado en el mismo local que el instituto Alfredo Vázquez Acevedo, ¿onde se nucleaba toda la segunda parte de la enseñanza secundaria.
Para nosotros era una gran ventaja en cuanto a la libertad, porque por la mañana el liceo compartía el local con el IAVA y los controles que existían en otros liceos, no existían para nosotros porque el régimen de preparatorios era más liberal, y mezclados entrábamos y salíamos cuando se nos ocurría, y una rabona significaba una falta en una materia y no una sanción disciplinaria como en los otros liceos.
Pero compartíamos la cantina con compañeros más grandes y con más experiencia, sino en el café de la esquina que a su vez lo compartíamos con estudiantes de la Universidad, Facultades de Derecho y Ciencias Económicas, en aquel entonces.
¿Y por qué no? También nos íbamos al Gran Sportman, que venía a ser la sucursal jurídica del entonces feudo intelectual del Sorocabana de la plaza Libertad (Cagancha) un café ya para los que se consideraban intelectuales, se compartían los espacios con estudiantes universitarios y también con profesores universitarios, donde llegamos a empezar a tratar y valorar al gran Carlitos García, un mozo formidable, que en paz descanse, que nos tapaba cualquier zafaduría y hasta nos fiaba de su propio peculio.
Muchos políticos de alto vuelo y de mediano también, jueces, ministros y abogados, escribanos y contadores fueron clientes del gran Carlitos, perdón digo del Gran Sportman, que en su trajín diario, hasta había pispado muchos términos de derecho y salpicaba sus intervenciones con algún aforismo jurídico, captado de puro oído.
Que lindos aquellos tiempos donde nos codeábamos con los grandes o futuros grandes, con el debido respeto, pero muy cerca del igual a igual que nos da un pocilio de café.
Algunos que se agrandaron con el tiempo, llegaron a desmayarse de hambre en el Centro de Estudiantes, y la gallega Antonia, hermana del cantinero, sereno y todo lo demás, don Primitivo Ledo, les bancaba el hambre todo el mes y lo más triste que la presunta víctima es que se había vuelto insolvente jugando al “purrete” con otros muchachos del interior, que entre ellos se pelaban sin asco.
Claro que alguno de ellos, con el tiempo «volvía de traje y corbata, mareado con unos pesos en el bolsillo que había hecho con la ayuda inestimable de Primitivo y de doña Antonia y “agrandado como alpargata de bichicome” “pedía un whisky fuera de lugar” y no la igualitaria “grappa con limón.
Bien decía mi vieja. “la universidad no acorta las orejas”.
La fraternidad entre ellos barajas de por medio, era como la mutualista de la calle San José frene al Cine Metro, que terminó fundida.
Qué lindo haber vivido esa época, donde se hacía mucho gremialismo estudiantil, pero no político.
De todos los pelos, a favor del estudiante, para conseguir lo mejor.
Lo mismo ocurría con las gremiales profesionales de aquel entonces, donde se juntaban los de izquierda con los de derecha a defender el gremio a capa y espada, sin distinción de pelos políticos.
Así fue que una carrera como el Notariado tiene su caja de jubilaciones propia y de sus colaboradores sin que el estado responda por ella.
Ya jubilado desde larga data me siento honrado de haber vivido y disfrutado aquella época, con los valores de entonces.
Que sea todo para bien…
Pensar que la educacion era en lo que mas nos destacabamos en toda america los uruguayos y ahora estamos como el fenix detras y en el monton.