Pedro Figari
Fue pintor, abogado, político, escritor, distinguido masón y periodista y una de las figuras más destacadas de la pintura latinoamericana.
Abogado penalista actuó como defensor de personajes vinculados, a causas muy sonadas como el caso del Alférez Almeida; abogado del BROU; Inspector de Escuela de Artes y Oficios (a la que tuvo que renunciar porque se enseñaba de tal forma que los alumnos competían con gran éxito sobre las empresas establecidas y presionaron al Gobierno y Figari no bajo el nivel, sino que se fue él); integrante del Partido Colorado del que fuera diputado por Rocha y después por Lavalleja.
Nació en Montevideo en 1861. Murió en Montevideo el 24 de julio de 1938.
Hombre en busca de vocación, comienza por las letras y en labores artísticas para abandonarlas por la actividad política.
Su obra está aislada porque fue convencidamente uruguayo, un caso de rara cultura por el esencial dominio de los ingredientes más propios.
Con cualquiera de sus ocupaciones podía haber vivido holgadamente.
Como marido de la hija de un multimillonario, como abogado penalistas y sus vinculaciones por sonados casos nunca le hubiera faltado trabajo profesional altamente remunerado.
Como político se conformó con ser diputado y al distanciarse de Batlle por el episodio de la Escuela de Artes y Oficios, políticamente liquidó su futuro.
Pluma le sobraba para la literatura y el periodismo.
Pero lo suyo era la búsqueda.
La vida de este pintor, como la de todo creador genuino, tiene características únicas.
Entre las de Figari se destaca su radical cambio de ubicación social y oficial, que constituye una excepción en la existencia de sus notorios compatriotas.
Figari desempeñó las dos actividades, pero ha invertido los períodos tal como la lógica y la vida ciudadana lo ordenan.
Fue ensayista en su libro Arte, Estética, Ideal publicado en 1912. Los escenarios de largos horizontes en los que los seres se integran en el paisaje señalan el credo panteísta como el mensaje último de un artista filósofo.
Teniendo muy presente en que grado las artes representan la sabiduría del pensamiento humano, supo compendiar todas sus ideas dispersas en actividades múltiples en la unidad del cuadro.
De su ser, en la pintura iguala numerosas experiencias en el trabajo constante y variado de su cultura.
Este hombre sabía que por ese tránsito se ubicaba frente a esa sociedad en el lugar del inconformista.
Dedicarse por entero a la pintura, la conciencia debió serle muy clara sobre su destino, pues no podía ignorar su inmersión voluntaria en el descrédito ante el mundo político oficial en que actuaba y de la suspensión en su país por un largo lapso de su condición popular de prohombre, todo lo cual sucedió.
Por otra parte, hasta el momento de su decisión hacia la pintura, los círculos artísticos a los cuales iría a integrar no le estimaban más que como aficionado, como persona destacada, brillante que amaba la pintura.
No hay que olvidar que se distanció del presidente José Batlle y Ordóñez, no hay que olvidar que con su divorcio perdió la influencia de su ex suegro el hombre poderoso de la Masonería Carlos de Castro y se fue al exterior, a Francia donde era un aficionado, un “amateur” distinguido.
Con su actitud tiró por la ventana su carrera política, su carrera profesional en derecho y todo a cambio de un tal vez.
Cargó como pudo con su familia, mejor dicho sus hijos, tras la quimera en aquel momento de su arte.
Hoy sus cuadros se venden como pan caliente pero en aquel entonces era todo un proyecto.
En una correspondencia del año 1919 enviada al pintor José Cúneo Perinetti para felicitarlo por unos recientes cuadros expuestos, Figari se coloca en una situación de “dilettante”. Comprensivo admirador de otros pintores, declarándose en categoría neófita no reciben sus pinturas combativas negaciones, como tampoco se divulgan sus méritos.
Figari desde Montevideo parte con su vocación ya marcada y al instalarse primero en Buenos Aires (1921-1925) y luego en París (1925-1933) procura aspirar al aire inteligente de la comprensión. Su adhesión es tan total que es imposible detenerlo en sus ansias. Ya no investiga: produce en esa nueva devoción, nada aporta ni matiza a la expresión que lo imanta; su pasado, su ayer inmediato, otro culto anterior lo retiene: produce en la nueva manera y repite 20 o 30 veces un mismo ejercicio para cumplir la exposición personal solicitada y responder a las invitaciones de los cada vez más numerosos certámenes nacionales e internacionales con rostro diferente.
Le será así permitido al artista una producción sin límites que participara toda ella de la comunicación auténtica, sin caer en la repetición o plagio de sí mismo.
Si la creación requiere una concentración y aislamiento del artista, la producción se condiciona y facilita por una incitación externa o, mejor aún, por la toma de conciencia de que existe un interés de verdadera comprensión por lo que expresa.
Figari en tren de divulgarse, de apoyar el factor extensivo de su mensaje, de ejecutar las necesarias aplicaciones de sus descubrimientos, de abrir la riqueza de sus variantes, se dirige a Buenos Aires y allí se instala.
Una “élite” de alta napa de la sociedad bonaerense lo sostiene y alienta. Algunos literatos intuyen su gran aporte a la cultura ciudadana.
Esos mismos argentinos y el uruguayo Jules Supervielle le han de ayudar para ubicarse en la capital de Francia. A la “Escuela de Paris” perteneció y dentro de ellas al neoimpresionismo.
En Buenos Aires, Paris y un último año, en 1934 en Montevideo, cuando cesa de pintar dejando amontonados a su muerte dos mil quinientos cartones pintados, es que se realiza su largo relato. Cada cartón suyo es una palabra de ese enorme mundo experimentado por este, sin duda, insólitamente culto pintor.
En menos de un siglo de existencia, el dibujo uruguayo recorre desde los vasos de los caballos de la “La escolta del General Máximo Santos” de Juan Manuel Blanes, todos iguales, hasta las cuatro patas de cualquier potro clinudo de Pedro Figari, todas diferentes.
Figari triunfó por sobre su muerte.