Triste historia de amor
Aunque parezca una leyenda es una auténtica historia de amor
La historia puede relatarse en forma muy breve, pero perdería la carga romántica que ella conlleva y algunas lectoras perderían el interés en el tema.
Algunas no se percataron que Ovidio fue “profesor de amantes” hace dos mil años y lo calificaron de “viejo verde” a un ser que había hecho del amor un apostolado, claro que son muy distintas las artes amatorias de Ovidio de aquel entonces y pudieran ser demasiado melosas para alguien del siglo XXI.
Puede que sean más disfrutables las formas amatorias y los fines perseguidos por Cleopatra.
Son muy distintas las historias y las artes amatorias utilizadas por cada uno de los personajes, claro que si todas fueran iguales no habría necesidad de relatarlas.
Ocurrió en 1217
Un joven llamado Diego o Juan Martínez de Marcilla o Marsilla de veintidós años, se enamoró de Isabel Se¬gura, hija única de padre muy rico.
La relación venía desde niños y diaria, pues eran vecinos.
Crecidos el joven deseaba tomarla por mujer y ella le correspon-dio.
Pero no lo haría sin él con sentimiento de su padre y su madre, como lo establecían los usos y costumbres de ocho siglos atrás.
Hoy todo sería muy distinto y la opinión paterna o materna sería tenida o no en cuenta y la dote y los esponsales dejémoslo para otra oportunidad.
El joven pidió al padre la mano de su hija y la respuesta fue negativa, porque aunque era de buena familia y también de buena fortuna, él no tendría bienes, pues no era el primogénito y había otros hijos con derecho a herencia.
Las normas y costumbres establecían que el mayor heredaba todo, el segundo sería cura y los restantes a la guerra para hacerse una posición, pero ni un peso.
El joven narró a Isabel que el padre de ella, no lo tenía a menos, sino que el problema era por el dinero, y le pidió a su dulce amada que lo esperase cinco años en que él se iría a la guerra, hasta tener el dinero suficiente.
Ella estuvo acorde con la espera, pienso que en aquella sociedad machista, no se consideraba para nada la voluntad de las novias, sin las órdenes paternas.
Juan se fue durante cinco años y en su lucha contra los moros ganó el dinero.
El padre le insistía a su hija para que tomase marido; ella le decía que había votado virginidad hasta los veinte años.
El padre, la quiso complacer, pero cumplidos los cinco años le dijo: “Que era su deseo que tomara esposo”.
Ella, viendo que el plazo había pasado y en ese lapso, nada se había sabido de Juan, decidió obedecer a su padre y éste la dio en matrimonio con Azagra y se hizo la boda.
No confundir ls costumbres de antes, porque lo que hace unos años era el “compromiso” con entrega de anillos y promesas, en aquella época eran obligaciones previas y sin marcha atrás.
Los rituales antes del matrimonio eran cosa común y corriente en aquellos tiempos, eran sacramentales y precedían al matrimonio.
La novia cuando vio que se le venía la cosa encima, se puso de ahí en adelante melancólica y ausente; inclusive vestíase de negro, cosa que yo interpreto como un luto.
En esos momentos de la celebración, entró en la sala donde estaba Segura un paje con un mensaje.
Marcilla padre avisa que su hijo viene con salud y muy rico.
Llegó el joven Marcilla a su casa y le dieron la noticia de haberse desposado Isabel; cosa que hicieron sin que su padre se enterara para que su gozo, de recuperar a su hijo, no se volviera pena, por esta otra mala nueva.
Por fin, se celebró el matrimonio
Juan hizo como que iba a descansar, pero dejó la cama y en forma disimulada fue al casamiento de Isabel.
Cuando comenzó la música, salió Isabel a bailar pero Juan, dando rienda a su furor se metió dentro del aposento que estaba preparado para el tálamo nupcial, seamos claros el dormitorio de los futuros esposos cosa, que pudo hacer sin que lo vieran, por la cantidad de invitados que andaban en la vuelta y el desorden imperante.
Termina la fiesta, oye que los invitados se retiran a sus casas y a su aposento lo hacen los novios.
El marido quiere tener relaciones, Isabel le ruega que la disculpe esa noche porque es la que le falta para cumplir una promesa.
El marido insiste pero vuelve a negarse con el argumento que no es correcto gozar a ninguna mujer contra su voluntad, máxime siendo la propia, cosa que ruega con lágrimas y llantos.
Él, cansado, se queda dormido, mientras ella quedó en vela, por estabar casada con Azagra, y tener en su corazón a Juan Marcilla.
Juan, en este estado de las cosas con una audacia que sólo da el amor, salió de detrás de las cortinas, agarró a Isabel, le dijo quién era y cómo había llegado allí.
Isabel quedó muda sin saber qué hacer, momento en que Juan le dijo que no se asustara, que no estaba en él atentar contra su honor.
Le dijo que es imposible que el esposo la quisiera como él la quiere.
Que prefería morir a perderla.
Sólo le pidió un beso por su fe y sus desvelos, por el presente dolor y el bien pasado.
Ella le confesó el amor que sentía por él, que del mismo modo en que le amaba antes, lo amaba en ese momento.
Pero puesto que se casó, no era dueña de sí misma y se consideraba enterrada en vida y no le podía dar lo que le pertenecía de otro.
Besándolo le daría lo que le pertenecía a su esposo, agraviándole y manchando su castidad.
En tal sentido siguió la conversación en voz baja entre los dos enamorados, él insistiendo y ella negando.
Dando un suspiro Juan dijo:“Bésame, que sin remedio me muero”.
Negándoselo ella, él dijo:“Adiós, Isabel”.
Cayó en el suelo.
Isabel le llama y viendo que no contesta se da cuenta de que no respira y ha muerto.
Quedó la muchacha sin habla y sin aliento y llamando a su marido le dice:“Perdona, estaba soñando que una amiga siendo pequeña quiso bien a un galán.
No quisieron sus padres que se casasen por no tener igual hacienda, con lo que él partió a la guerra prometiéndose su amiga que estaría cinco años esperándole y, sea por lo que fuere, casó con otro, y cumplido el plazo llegó el galán, el que pudo verse con ella a solas, antes que el esposo lograse el fruto del matrimonio.
Él, desesperado, pidió a mi amiga un solo beso y ella se lo niega diciendo que ha de guardar a su esposo la fe de puro honrada.
Por tres veces él se lo suplica y ella se lo niega diciendo que antes prefiere morir que faltar a la fe del matrimonio y diciendo esto ve con espanto que su enamorado cae al suelo entregando su alma a Dios.
Esta tragedia vi entre sueños cuando tú oíste las voces que daba, y ahora dime, si la dama pudiera darle el beso al galán sin faltar a su deber o bien permitir que muriera.
Azagra se rió y le dijo:“Esta dama fue necia, impertinente y melindrosa, muy cruel con quien la amaba, ya que en vida no le dio el beso al galán en peligro de muerte debía darle uno y dos mil de sentimiento. Éste es mi parecer”.
A esta respuesta se deshizo Isabel en lágrimas y sus¬piros y llevándole al lugar donde Marcilla estaba muerto le dijo:“Yo soy la impertinente, la necia y la melindrosa, pero honrada”.
El marido quedó patitieso viendo tal espectáculo: perplejos no acertaban a poner fin a la situación; por un lado temían la justicia si hallaban el muerto en su casa, por otro lado el temor a que la familia de Marcilla pudiese creer en una muerte alevosa.
Al fin se resolvieron a llevarlo y ponerlo delante de la puerta de la casa de su padre, lo que hicieron sin ser vistos pues ambas casas eran vecinas.
Se hizo de día y las gentes que pasaban reconocieron al cadáver del joven Marcilla frente a su domicilio.
Avisaron a su padre, que vio a su hijo rodeado de amigos y deudos llorando todo el aciago acontecimiento.
Acudió la justicia y también Azagra haciendo ver que no conocía el hecho.
Determinaron hacerle las exequias, darle sepultura y por su alma votaron mil sufragios.
El entierro fue solemne
Como la casa estaba próxima a la de Isabel de Segura, ésta oyó el lamentoso canto del entierro y desde una ventana vio al difunto y un sudor frió le invadió el cuerpo.
Rápidamente se despojó de sus ropas y vistió un traje de basta tela y bajó apresurada a la calle y se metió en medio de las mu-jeres del cortejo.
La procesión con el cuerpo llegó a la parroquia donde colocaron el cuerpo de Marcilla sobre un grande túmulo y empezaron el oficio de difuntos.
Isabel, tapada llegó a donde estaba el féretro: “¿Es posible que estando tú muerto tenga yo vida?
No tengas duda que pueda vivir sin ti un solo minuto, perdona mi tardanza que al instante contigo me tendrás” Inclinándose sobre el difunto le besó en los labios quedando inmóvil.
Los asistentes quieren retirarla del féretro y al hacerlo se dan cuenta de que había muerto y reconocen en la mujer difunta a Isabel de Segura. Azagra, al contemplar el espectáculo, relató lo que había sucedido en su casa la noche anterior y, de acuerdo con la familia de Marcilla, reconocieron que era verdad cierta que Juan e Isabel desde niños se tuvieron entrañable amor y los dos habían muerto de puro enamorados, era razón que se enterrasen los dos en un sepulcro. Esta historia se encuentra casi exactamente narrada en el Decamerón de Boccaccio.