Un jefe fracasado
Sin empleados a su cargo. Hay una especie laboral que se siente lograda haciéndose notar. Es como un grano en el mismo lugar de sentarse, lo tenemos presente todo el día.
Es un ser común y corriente, que cuando se pone el uniforme o la gorra con visera se le vienen las ínfulas a la cabeza y se transforma, pasa de ser un buen padre o un abuelo consentidor, a convertirse en patrón de ese metro de cuadrado que ocupa amo y señor del lugar por su sola presencia y voluntad.
El otro día en un parking de un supermercado de mucho renombre, no tenía donde parar el automóvil y me apareció “un busca” con berretines de autoridad, a meterme la pesada, indicándome que ahí no podía estacionar.
Estaba muy calentito de no encontrar lugar y después de un montón de vueltas había encontrado esto que el hombre me estaba “metiendo el gaucho nunca visto”.
En otras circunstancias lo hubiera propieneado y a otra cosa, pero me molestó el hecho que me pusiera piedras en el camino, en lugar de darme soluciones, mostrando una jerarquía de la cual adolecía, y le dije de mala manera, “multame y ya está” y cerré el coche y me fui, cuando estaba lejos pensaba que al volver iba a encontrar un rayón de punta a punta en la pintura del vehículo, pero no fue así, le había ganado la cuereada.
Por lo general no hay que dejarse meter el gaucho y sacudirle la autoridad al que carece de ella, claro que hay que tener muy claro que no hay que equivocarse de sujeto, de momento y de circunstancia.
Recuerdo que cuando venían los circos tradicionales a Montevideo, hacían de portero y permitían ingresar a la carpa, exclusivamente a los que pagaban la entrada, claro que se llenaba la cerca de gurisitos de la calle, que no tenían un vintén partido al medio, desesperados por la curiosidad de ver lo que no sabían que era por no haberlo visto nunca, salvo en el fondo, en el sector de las jaulas y de lejos, para aumentales la intriga.
Las gradas, o sea la localidad más barata del espectáculo, vacías en la matinée, que si razonamos un poquito, vacías o llenas tienen una diferencia, que vacías son un desperdicio de parte del espectáculo y que esos niños no iban a poder entrar nunca por una razón elemental, de no poder pagar la entrada.
El portero que no los dejaba entrar se sentía poderoso, dominaba momentáneamente las voluntades como dueño de la situación.
Mi viejo, estaba vinculado a las empresas circenses, le decía al portero que se fuera a descansar un rato, que él se quedaba en su lugar y cuando estaba solo, hacía entrar a los gurises en tropel para las gradas, previo advertirles que no armaran relajo que lo comprometían, cosa que no era cierta, pero sujetaba los nervios infantiles.
La diferencia entre el portero y mi viejo radiaba en que mi padre fue huérfano de padre y madre a los 12 años y tuvo que chapar la brocha gorda, para ayudar a su abuela, “la nona”, para parar la olla y conseguir “el pranzo”.
Él también la había visto de afuera, pero acomodaba el cuerpo para que los niños tuvieran su cuarto de hora de felicidad en una vida de privaciones.
Como dijo Albert Einstein: “Las grandes almas siempre se han encontrado con una oposición violenta de las mentes mediocres”.
El portero tenía una función de si o no, en cambio mi viejo, representaba a las empresas en nuestra ciudad y le servía mucho, cosa que yo disfruté durante todas las temporadas siendo niño, sentándome en el palco preferencial, que nunca se ocupaba, y mi viejo, tenía un palco para usar sin límites prestándole la permanente a gente de su relación y vinculada con la empresa.
“El hombre mediocre”, libro de José Ingenieros, publicado en 1913, nos dice que:
“El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar.
De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social.
Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar.
En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde.
Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos.
Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el hombre como receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo.
A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí.”
El mundo sería mucho más humanizado si el hombre, fuera hombre a secas, sin el adjetivo de mediocre.
Si hiciera las cosas utilizando más el corazón que las rutinas.
La empresa no se fundiría si dejara entrar sin pagar a los niños de la calle a que participaran del espectáculo.
Pero recuerdo en el cine de mi barrio, donde los porteros no dejaban entrar a los chiquilines sin pagar la entrada, pero en el intervalo, venían corriendo los botijas con un refuerzo de mortadela en la mano, pasaban al portero como un poste, y claro la entrada les había costado un vintén, que era el costo de un refuerzo de mortadela, y el portero convencido que habían ido al almacén de la esquina a comprar su merienda, y en realidad no habían pagado la entrada y usaban el refuerzo o preñada como le llamaban entonces como contraseña.
Que todo sea para bien…
Buen mensaje de fin de semana hay que saber controlar los egos pero es la cosa mas dificil de hacer de la gente lo otro que se hace conmunmente es hacerse los humildes y tener 2 caras pero el engaño tarde o temprano te nota y la quedaste peor.