Vivir se debe la vida
Acá el único cáncer es el FNR.
Cada hora de vida tiene su riqueza, su significado y su sentido.
El que no le encuentra sentido a la vida o se muere o se mata, el significado de la vida es vivirla, disfrutarla y la gran riqueza está en que la vida es gratis.
Se labura para comer, no para vivir.
Se juntan bienes para atesorar no para vivir.
Se cambia el auto para jetear o para laburar, no para vivir.
Claro que una cosa es juntar cosas útiles, pero cuando se entran a juntar porquerías, basura, estamos cayendo en la patología.
Juntar mugre y porquerías es el síndrome de Diógenes, achaque que le entra a ciertos viejos y se enteran que están en la “B”, porque los vecinos le meten una denuncia en la policía por la hedata (“gedata” es incorrecto porque viene de hedor, olor), miasmas que emanan de su echadero, convertido en un estercolero.
Cuando se le pierde el sabor a la vida, se le pierde también el valor y el por qué y para qué.
Ahí ya estamos embromados y entramos en velocidad de pérdida, como dicen los pilotos, cuando la chicharra suena en la cabina, en el momento en que el avión empieza a caer, ahí hay dos opciones o se aterriza o se mete motor para arremeter y seguir volando, siempre y cuando estemos en tiempo de recuperar lo perdido.
El que espera confiado a que la cosa se le haga del tamaño y medida deseada no es optimista, es un soñador y las cosas no ocurren por generación espontánea.
En mí caso nunca saqué la grande, porque nunca he comprado un número de lotería y cuando me han regalado alguno, un par de veces, me he olvidado de mirar si tenía premio, por no tener el hábito.
Hay tipos que tienen más suerte que alma y conozco uno que fue con otro amigo común a comprar un entero para el Sorteo de Fin de Año, para cada uno y por cábala se cruzaron dos vigésimos (un décimo) y el otro amigo se quedó con los restantes de su número, el cual lo repartió entre los cuida coches, el portero, el ascensorista y otras personas a las que darles propina sería ofensivo y se quedó con el resto.
Mi amigo sacó un décimo de la grande de fin de año por ese trueque y mi otro amigo sacó lo que le correspondía, pero fue un Santa Claus súper generoso con el personal que atendía sus cosas.
Ahora el tipo que vive pendiente de sacar la grande, no es optimista, es un idiota.
En mi familia los que liquidaron la cuota de suerte y secaron el apellido, fueron dos tíos abuelos míos.
Uno la sacó con buena plata una vez y otro que llevaba mí mismo nombre, la sacó tres veces, pero cuando él sacaba la grande, todo el mundo tenía plata y disfrutaba haciendo disfrutar a los menos poseídos que él y él vivía de una pequeña jubilación de Salud Pública.
Lo que más le duraba el premio eran dos o tres meses, porque le regalaba su dinero hasta a las yiras de la esquina, sin requerirles servicios, sino para que las pobres mujeres tuviera unos mangos sin aguantar a ningún mafra y que pudieran negrearle esos pesos al gigoló, al cafisho de turno.
Por eso mi viejo seguía ese ritual, compraba su numerito todos los sorteos y nunca sacó nada importante, salvo cambiar la plata o el número para el próximo sorteo, y la quiniela no le gustaba.
Tenía una costumbre, que nunca supe por qué lo hacía, pegaba los números no ganadores en la parte de atrás de los expedientes del escritorio.
En el caso de mi viejo el esperar que esa ilusión se realizara era, tal vez, lograr algo, sin que le hubiera costado sangre, sudor, sangre y lágrimas, como todos los bienes que hubo en su vida, pero no le faltaba el respeto a esa ilusión, porque la compensaba con los buenos resultados laborales.
En lo que me es personal siempre me tuve fe para el trabajo y nunca esperé nada de arriba, ni siquiera un rayo.
Se crió huérfano de padre y madre, con la Nona y una tía, claro que en aquella época, como pasa en algunos casos también ahora, había hijos y entenados y él era entenado.
Dormía en bajo techo de una barraca que en verano era un horno y en invierno, contaba que tenían que meter diarios, debajo de las cobijas, para bancar el frío o las heladas porque el aire corría por el entretecho.
Cuando yo me quejaba por algo, me miraba y me decía: “Naciste desnudo y estás vestido, ¿de qué te quejás?”
Hay que ser agradecidos a la vida porque él, que arrancó de cero, dejó tres hijos profesionales y cuatro nietos profesionales.
Gracias viejo y comprendo desde hace mucho por qué te calentabas cuando alguno decía “guacho”.
También aprendí de mi padre y de la vida las palabras más importantes:
Las SEIS palabras más importantes:
YO RECONOZCO QUE HE COMETIDO UN ERROR
Las CINCO palabras más importantes:
VOS HICISTEIS UN BUEN TRABAJO
Las CUATRO palabras más importantes:
¿CUÁL ES TU OPONIÓN?
Las TRES palabras más importantes:
POR FAVOR, ¿PODRÍAS…?
Las DOS palabras más importantes:
MUCHAS GRACIAS
La palabra MÁS importante:
NOSOTROS
La palabra MENOS importante:
YO
Que todo sea para bien…
muy bien yo pienso igual ay que pensar bien y que las cosas saldran bien y no hacerse malasangre por las cosas que no valen la pena